Traducción del inglés,
Servicio Lingüístico, CMI

La paz justa es un viaje hacia el propósito de Dios para la humanidad y toda la creación. Se fundamenta en la autocomprensión de las iglesias, la esperanza de la transformación espiritual y el llamamiento a buscar la justicia y la paz para todos. Es un viaje que nos invita a todos a dar testimonio con nuestras vidas.

Quienes buscan una paz justa buscan el bien común. En el camino de la paz justa, las diferentes disciplinas encuentran un terreno común, las concepciones opuestas del mundo ven líneas de acción complementarias y las diversas religiones se ofrecen mutuamente su solidaridad de principios.

Con la justicia social se hace frente al privilegio, con la justicia económica a la riqueza, con la justicia ecológica al consumo, y con la justicia política al propio poder. La misericordia, el perdón y la reconciliación pasan a ser experiencias públicas compartidas. El espíritu, la vocación y el proceso de paz se ven transformados.

Tal como afirmaba el Llamamiento Ecuménico a la Paz Justa, emprender el camino de la paz justa es adentrarnos en un proceso colectivo y dinámico pero arraigado de liberación de los miedos y carencias de los seres humanos, de superación de la animadversión, la discriminación y la opresión, y de establecimiento de condiciones para unas relaciones justas que privilegien la experiencia de los más vulnerables y respeten la integridad de la Creación.

1. JUNTOS CREEMOS

Juntos creemos en Dios, el Creador de toda vida. Por tanto, reconocemos que todo ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios e intentamos ser buenos administradores de la creación. Al crear maravillosamente un mundo con más que suficientes riquezas naturales para mantener a innumerables generaciones de seres humanos y de otras criaturas vivientes, Dios pone de manifiesto una visión para que toda la humanidad viva en la plenitud de la vida y con dignidad, independientemente de la clase, el género, la religión, la raza o la etnia.

Juntos creemos en Jesucristo, el Príncipe de Paz. Por tanto, reconocemos que la humanidad está reconciliada con Dios, por la gracia, y nos esforzamos por vivir reconciliados los unos con los otros. La vida y las enseñanzas de Jesucristo, su muerte y su resurrección, apuntan hacia el reino pacífico de Dios. A pesar de la persecución y el sufrimiento, Jesús permaneció firme en su camino de humildad y no violencia activa, incluso hasta la muerte. Su vida de compromiso con la justicia conduce a la cruz, un instrumento de tortura y ejecución. Con la resurrección de Jesús, Dios confirma que ese amor inquebrantable, esa obediencia, esa confianza, conducen a la vida. Por la gracia de Dios, nosotros también somos capaces de emprender el camino de la cruz, ser discípulos y asumir las consecuencias.

Juntos, creemos en el Espíritu Santo, el Dador y Sustentador de toda vida. Por tanto, reconocemos la presencia santificadora de Dios en toda vida, nos esforzamos por proteger la vida y sanar las vidas rotas.

Según las enseñanzas de San Pablo (Romanos 8,22): «Porque sabemos que toda la creación hasta ahora gime a una, y sufre como si tuviera dolores de parto», y como explica San Pedro (2 Pedro 3,13): «Pero, según sus promesas, nosotros esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, donde reinará la justicia»,  podemos afirmar que el Espíritu Santo nos asegura que el Dios Trino perfeccionará y consumará toda la Creación al final de los tiempos. En ello reconocemos la justicia y la paz tanto como promesa como presente, una esperanza para el futuro y un don del aquí y el ahora.

Juntos, creemos que la iglesia está llamada a la unidad. Por tanto, reconocemos que las iglesias deben ser comunidades justas y pacíficas reconciliadas con otras iglesias. Basándonos en la paz de Dios y empoderados por la labor reconciliadora de Cristo, podemos ser “agentes de reconciliación y de paz con justicia en los hogares, las iglesias y las sociedades, así como en las estructuras políticas, sociales y económicas a nivel mundial” (8ª Asamblea del CMI, 1998).

2. JUNTOS LLAMAMOS

El camino de la paz justa proporciona un marco de referencia básico para la reflexión ecuménica coherente, la espiritualidad, la participación y la promoción activa de la paz.

A la paz justa en la comunidad, para que nadie pueda amedrentarnos

Muchas comunidades están divididas por motivos de clase económica, raza, color, casta, género y religión. La violencia, la intimidación, el abuso y la explotación prosperan propiciados por la división y la desigualdad. La violencia doméstica es una tragedia oculta en las sociedades de todo el mundo.

Para construir la paz en nuestras comunidades, debemos romper la cultura del silencio con respecto a la violencia en el hogar, la parroquia y la sociedad. Allí donde los grupos religiosos y las sociedades están divididos, debemos aunarnos con otras religiones para enseñar y abogar en favor de la tolerancia, la no violencia y el respeto mutuo, tal como hacen dirigentes cristianos y musulmanes, con apoyo ecuménico, en Nigeria.

Las iglesias locales que trabajan por la paz fortalecen las acciones de defensa y promoción de la iglesia a escala internacional y viceversa. Gracias a las actividades ecuménicas de defensa y promoción en la Corte Penal Internacional hoy al menos algunos criminales de guerra son juzgados en un tribunal de justicia, un progreso histórico del Estado de derecho.

Las iglesias pueden ayudar a crear culturas de paz enseñando a prevenir y transformar los conflictos. De esta manera, es posible que puedan empoderar a las personas que se encuentran en los márgenes de la sociedad; capacitar a las mujeres y los hombres para que sean agentes de paz; apoyar a los movimientos no violentos a favor de la justicia y los derechos humanos; ayudar a quienes son perseguidos porque se niegan a llevar armas por motivos de conciencia y a quienes han sufrido en conflictos armados; y hacer que la educación por la paz ocupe el lugar que le corresponde en las iglesias y las escuelas.

A la paz justa con la tierra, para que la vida pueda sustentarse

Los seres humanos deben respetar, proteger y cuidar de la naturaleza. No obstante, nuestro consumo excesivo de combustibles fósiles y de otros recursos inflige una gran violencia a las personas y al planeta. El cambio climático, tan solo una de las consecuencias de los estilos de vida del ser humano y las políticas nacionales, suponen una amenaza mundial para la justicia y la paz.

El Consejo Mundial de Iglesias (CMI) fue uno de los primeros en advertir acerca de los peligros del cambio climático. Ahora, tras veinte años de defensa y promoción de esta causa, las iglesias han logrado ayudar a que la justicia ecológica se incluya en el debate internacional sobre el cambio climático. La preocupación por la ecojusticia se hace patente en la atención que se presta a las víctimas del cambio climático en las negociaciones internacionales y en el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. La 10ª Asamblea del CMI reunida en Busan reiteró firmemente el compromiso ecuménico con la justicia climática.

Las “eco-congregaciones” y las “iglesias verdes” son signos de esperanza. Iglesias y parroquias de muchos países de todas partes del mundo están vinculando la fe y la ecología, mediante el estudio de cuestiones medioambientales, el control de las emisiones de carbono y la participación en las iniciativas de defensa y promoción, dirigidas por el CMI, ante los gobiernos en favor de la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Algunos gobiernos, como el de la ciudad de Seúl, colaboran con las iglesias locales para ayudar a la capital coreana en rápida expansión a ahorrar energía y reciclar los residuos.

Como consecuencia de la catástrofe de Fukushima, los cristianos y los budistas, que ya estaban unidos contra las armas nucleares, ahora también están unidos contra las centrales nucleares. Están haciendo un llamamiento profético en favor de un mundo desnuclearizado.

Cuidar del precioso don de Dios que es la creación, modificar los estilos de vida y buscar la justicia ecológica son elementos clave de una paz justa. Es necesario llevar a cabo acciones ecuménicas concertadas de defensa y promoción a fin de que los gobiernos, las empresas y los consumidores protejan el medio ambiente y lo preserven para las generaciones venideras.

A la paz justa en el mercado, para que todos podamos vivir con dignidad

Cuando la riqueza de las tres personas más ricas del mundo supera el producto interior bruto de los 48 países más pobres del mundo quiere decir que algo va realmente mal. Esta injusticia socioeconómica tan grande plantea serias dudas sobre el modelo de crecimiento económico que ignora la responsabilidad social y medioambiental. Este tipo de disparidades constituyen obstáculos fundamentales a la justicia, la cohesión social y el interés público en lo que se ha convertido en una comunidad humana mundial.

Las iglesias deberían estar firmemente comprometidas con la justicia económica. El CMI y sus iglesias miembros se aúnan a los movimientos populares y los interlocutores de la sociedad civil para hacer frente a la pobreza, la desigualdad y la degradación medioambiental. El análisis de las iglesias acerca de la riqueza y la pobreza ha llevado a hacer hincapié en la suficiencia desde una perspectiva ecuménica y a una fuerte crítica de la codicia. Algunas iglesias han desarrollado indicadores para verificar hasta qué punto los individuos, las empresas y las naciones comparten los abundantes dones de Dios.

Establecer “economías de vida” es un elemento clave en la construcción de la paz en el mercado. Las economías de vida promueven la utilización prudente de los recursos, la producción y el consumo sostenibles, el crecimiento redistributivo, los derechos de los trabajadores, la fiscalidad justa, el comercio justo y el derecho al suministro universal de agua potable, al aire limpio y otros bienes comunes. Las estructuras de reglamentación deben reconectar las finanzas no solo con la producción económica, sino también con las necesidades humanas y la sostenibilidad ecológica. En nuestra época, responder de forma equitativa a las distintas dimensiones del trabajo justo es cada vez más importante.

A la paz justa entre las naciones, para que las vidas humanas estén protegidas

La historia ha sido testigo de grandes progresos en el ámbito del Estado de derecho y otras protecciones para la humanidad. No obstante, la situación presente de la raza humana no tiene precedentes en al menos dos aspectos. Nunca antes la humanidad había estado en posición de destruir tanto el planeta desde el punto de vista medioambiental como ahora. Un reducido número de responsables políticos están en posición de aniquilar poblaciones enteras con armas nucleares. Las amenazas radicales de ecocidio y genocidio nos exigen un compromiso igualmente radical en favor de la paz.

En la esencia de quiénes somos reside un gran potencial para el establecimiento de la paz. Aunadas en el CMI, las iglesias están en buena posición para la acción colectiva en un mundo donde las principales amenazas a la paz solo pueden solucionarse a nivel transnacional.

Sobre esta base, una red compuesta por diversas iglesias miembros y ministerios afines abogó con éxito a favor del primer tratado mundial sobre el comercio de armas. El testimonio de las iglesias en comunidades destrozadas por la guerra fue escuchado en altas instancias. Iglesias de distintas regiones ejercieron presión sobre sus gobiernos para acordar un tratado que regulara por primera vez el comercio internacional de armas. Ahora, mediante un enfoque similar se está generando apoyo interregional para ilegalizar las armas nucleares, un objetivo acorde con la condena de la Asamblea de Vancouver de la producción, el despliegue y el uso de armas nucleares como “un crimen contra la humanidad” y su interpelación de que “la cuestión de las armas nucleares es, tanto por su trascendencia como por la amenaza que suponen para la humanidad, una cuestión de disciplina cristiana y de fidelidad al Evangelio”.

En aras de la paz entre las naciones, las iglesias deben trabajar juntas para fortalecer los derechos humanos y el derecho humanitario internacional, promover las negociaciones multilaterales destinadas a resolver conflictos, hacer que los gobiernos sean responsables de velar por la protección del tratado, ayudar a eliminar todas las armas de destrucción masiva y ejercer presión en favor de una reasignación de los presupuestos militares superfluos a las necesidades civiles. Debemos unirnos a otras comunidades religiosas y gente de buena voluntad para reducir las capacidades militares nacionales y deslegitimar la institución de la guerra.

3. JUNTOS NOS COMPROMETEMOS

La paz constituye un modelo de vida que refleja la participación humana en el amor de Dios por toda la creación.

Juntos nos comprometemos a compartir el amor de Dios por el mundo buscando la paz y protegiendo la vida. Nos comprometemos a transformar nuestra forma de pensar acerca de la paz, nuestra forma de orar por la paz, nuestra forma de enseñar la paz a jóvenes y mayores, y a profundizar nuestras reflexiones teológicas sobre la promesa y la práctica de la paz.

Juntos nos comprometemos a crear culturas de paz en las familias, la iglesia y la sociedad. Nos comprometemos a movilizar los dones existentes en nuestra comunidad de iglesias para alzar nuestra voz colectiva en favor de la paz entre muchos países.

Juntos nos comprometemos a proteger la dignidad humana, practicar la justicia en nuestras familias y comunidades, transformar los conflictos sin violencia y prohibir todas las armas de destrucción masiva.

Entendemos que la protección de la vida es, hoy más que nunca en la historia de la humanidad, una obligación humana colectiva. Nos comprometemos a abandonar como motor de crecimiento económico los modelos de consumo que alteran el planeta y a negarnos a aceptar que la seguridad de un país requiera la capacidad de aniquilar a otras naciones o de atacar a presuntos enemigos cuando se quiera en cualquier lugar del mundo.

Reafirmamos el Llamamiento ecuménico a la paz justa que proclama lo siguiente: “Aunque la vida en las manos de Dios es incontenible, aún no reina la paz. Los principados y las potestades todavía disfrutan de sus victorias si bien no son soberanos, y estaremos inquietos y quebrantados hasta que prevalezca la paz. Por eso, nuestra construcción de la paz deberá necesariamente criticar, denunciar, defender y resistir, además de proclamar, empoderar, consolar, reconciliar y sanar. Los pacificadores hablarán a favor y en contra, derribarán y construirán, se lamentarán y celebrarán, se afligirán y se regocijarán. Hasta que nuestro anhelar se una a nuestro pertenecer en la consumación de todas las cosas en Dios, el trabajo de paz continuará como el parpadeo de la gracia segura”.

4. JUNTOS RECOMENDAMOS QUE EL CONSEJO MUNDIAL DE IGLESIAS

a) Lleve a cabo, en colaboración con las iglesias miembros y los ministerios especializados, un análisis crítico de la “responsabilidad de prevenir, reaccionar y reconstruir” y su relación con la paz justa, así como de su uso indebido para justificar las intervenciones armadas.
b) Dirija y acompañe a redes y ministerios ecuménicos por la paz justa en su labor en favor de la prevención de la violencia, la no violencia como modo de vida, las actividades conjuntas de defensa y promoción y el progreso del derecho, las normas y los tratados internacionales.
c) Aliente a sus iglesias miembros a participar en programas cooperativos interreligiosos para hacer frente a los conflictos en las sociedades plurirreligiosas y multiétnicas.
d) Pida a sus iglesias miembros y organismos asociados que desarrollen estrategias de comunicación que aboguen por la paz y la justicia, proclamen la esperanza en la transformación y lleven la verdad a las estructuras del poder.
e) Facilite un programa de reflexión y acción medioambiental en las iglesias miembros y las redes afines para crear comunidades sostenibles y reducir las emisiones de carbono y el uso de la energía a nivel de la colectividad; promueva el uso de energías alternativas, limpias y renovables.
f) Elabore directrices en el marco del concepto de “economías de vida” para la repartición justa de los recursos y la prevención de la violencia estructural, estableciendo indicadores y puntos de referencia aplicables.
g) Reúna a las iglesias y las organizaciones afines para que trabajen a favor de la protección de los derechos humanos por medio de los órganos creados en virtud de tratados internacionales y del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas; obren a favor de la eliminación de las armas nucleares y de destrucción masiva, en cooperación con la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares; y aboguen por la ratificación del tratado sobre el comercio de armas ante sus respectivos gobiernos y hagan un seguimiento de su aplicación.
h) Reafirme la política existente (estudio de 2009), así como su apoyo a la causa de los derechos humanos de los objetores de conciencia al servicio militar por razones religiosas, éticas o morales, puesto que es el deber de las iglesias respaldar a aquellos que son encarcelados por ser objetores de conciencia.

5. RECOMENDAMOS QUE LOS GOBIERNOS

a) Adopten antes de 2015 normas vinculantes con objetivos para reducir las emisiones de gas con efecto invernadero, de conformidad con las recomendaciones del informe de 2013 del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, y empiecen a aplicarlas.
b) Negocien y establezcan una prohibición de la producción, despliegue, transferencia y uso de armas nucleares de conformidad con el derecho humanitario internacional.
c) Garanticen que todos los arsenales restantes de armas químicas sean destruidos conforme a los términos de la Convención sobre las Armas Químicas y que las municiones de racimo sean destruidas conforme a los términos del Convenio relativo a las municiones de racimo lo antes posible.
d) Se pronuncien a favor de una prohibición preventiva de los aviones teledirigidos y otros sistemas de armas robotizadas que seleccionan y atacan objetivos sin intervención humana cuando operan de modo completamente automático.
e) Reasignen partidas de los presupuestos militares nacionales a las necesidades humanitarias y de desarrollo, a la prevención de conflictos y a iniciativas civiles destinadas al establecimiento de la paz, entre otras cosas.
f) Ratifiquen y apliquen el Tratado sobre el Comercio de Armas antes de 2014 y que de forma voluntaria incluyan tipos de armas que no figuran en el tratado.

¡Dios de vida, guía nuestros pasos por el camino de la paz justa!

APROBADO