Iglesias que buscan la reconciliación y la paz

 

El presente documento es de información general y se distribuye para aportar a la labor continuada en lo que se refiere al Decenio para Superar la Violencia. Las preguntas que plantea tal vez permitan hacer una evaluación provisional y se indica el rumbo que podría seguirse durante los cinco años que quedan, para que el esfuerzo de superar la violencia no termine con el decenio.

Han pasado cinco años desde que el Consejo Mundial de Iglesias inició el Decenio para Superar la Violencia. La Asamblea de Porto Alegre cae en la mitad de éste y brinda una oportunidad para celebrar lo realizado, compartir experiencias, hacer una evaluación provisional y determinar el curso que ha de seguirse durante la segunda mitad.

I

Es estimulante que el impulso del Decenio haya animado a un número creciente de iglesias y regiones. Los puntos temáticos y geográficos anuales principales sobre los problemas que enfrentan las iglesias en ciertas zonas en conflicto y sobre su testimonio para la paz han ayudado a crear lazos de solidaridad ecuménica en la búsqueda de la reconciliación y la paz.

Durante los cinco primeros años del Decenio la tarea será perfeccionar esos esfuerzos dirigiéndolos a la creación de alianzas más firmes y vínculos más eficaces entre iglesias, redes y movimientos. El "espacio ecuménico" que ofrece el Decenio debe llenarse con visitas mutuas, con iniciativas más ejemplares y centrándose decididamente en los elementos básicos del testimonio cristiano de la paz, a fin de consolidar la unidad y la voz común de las iglesias. Sólo de esta manera se puede alcanzar el objetivo general del Decenio, i.e. pasar la búsqueda de la reconciliación y la paz "de la periferia al centro de la vida y el testimonio de la iglesia".

II

Con el Decenio, las iglesias que forman la comunidad del Consejo Mundial han iniciado un camino que requiere perseverancia y resistencia. Los objetivos de superar la violencia y crear una cultura de paz implican desafíos espirituales, teológicos y prácticos para las iglesias que las afectan en la esencia de lo que significa ser iglesia.

En la inauguración del Decenio se formularon los objetivos siguientes:

  • "Abordar holísticamente las grandes variedades de violencia, directa y estructural, en las familias, las comunidades y en los ámbitos internacionales y aprender de los análisis locales y regionales de violencia y maneras de superarla.

  • Invitar a las iglesias a que superen el espíritu, la lógica y la práctica de la violencia; renunciar a toda justificación teológica de la violencia; y afirmar de nuevo la espiritualidad de la reconciliación y la no violencia activa.

  • Crear una nueva manera de entender la seguridad en términos de cooperación y comunidad, en lugar de en términos de dominación y competencia.

  • Aprender de la espiritualidad y los recursos para la construcción de la paz de otras religiones para trabajar con comunidades de otras religiones en la búsqueda de la paz e invitar a las iglesias a que reflexionen sobre el abuso de las identidades religiosas y étnicas en las sociedades pluralistas.

  • Oponerse a la creciente militarización de nuestro mundo, especialmente a la proliferación de armas pequeñas y livianas."

Repasando estos cinco primeros años del Decenio, ¿qué puede decirse a modo de evaluación provisional?

III

  1. Es alentador que muchas congregaciones, iniciativas y servicios de paz cristianos hayan empezado a elaborar durante la primera mitad del Decenio varios proyectos de base a fin de abordar las diferentes formas de violencia que experimentamos hoy en las familias, en las escuelas, en las calles y en los conflictos civiles. Sin embargo, ante la diversidad misma de los proyectos es necesario disponer en las iglesias de lugares y personas que acepten la responsabilidad de coordinar, establecer contactos, asesorar y mejorar los esfuerzos y de animar a que se compartan las experiencias. En un número considerable de iglesias se han tomado medidas interesantes en este sentido. Tales esfuerzos son sumamente importantes, ya que sólo de esta manera los diferentes proyectos de acción no violenta pueden tener influencia en la sociedad.

    El Decenio para Superar la Violencia transcurre paralelamente al Decenio de las Naciones Unidas "por una cultura de paz y no violencia para los niños del mundo". En el contexto del análisis de la violencia mundial, dirigido por la Organización Mundial de la Salud, la prevención de la violencia es declarada una prioridad en materia de salud pública (Resolución WHA49.25 de la Asamblea Mundial de la Salud). La Alianza para la Prevención de la Violencia ofrece a las iglesias oportunidades y exigencias para actuar como elementos responsables y sensibles de la sociedad civil, junto con gobiernos y organizaciones no gubernamentales. Es necesario afianzar este tipo de colaboración.

    Al mismo tiempo, se debe hacer notar que hay iglesias que hasta ahora no han dado mucho lugar en su vida y su praxis para los modos no violentos de pensar y actuar. En estos casos se ha hecho poco para proporcionar recursos y estructuras para las actividades en el marco del Decenio y la mayoría de las veces no hay acompañamiento ni coordinación responsable de esas actividades. En consecuencia, el Decenio casi no se conoce en algunas regiones, especialmente entre otras fuerzas sociales que participan en esfuerzos para prevenir la violencia, y sus efectos sociales y políticos son muy limitados. Puesto que el Decenio es una iniciativa ecuménica de la comunidad de iglesias del mundo, los miembros de esta comunidad que participan en procesos de reconciliación tendrán que compartir sus convicciones y su energía con los que aún no han dado respuesta a la exigencia firme y clara: la construcción de la paz de maneras no violentas es una virtud cristiana esencial y un imperativo del propio mensaje evangélico.

  1. El debate sobre toda la variedad de formas de violencia ha comenzado. Evidentemente, se ha centrado mucha atención en el análisis de las diferentes experiencias de violencia. Hay que destacar que la violencia individual y la interpersonal son dominantes, ya que a estas formas se debe el ochenta por ciento de las víctimas de violencia física del mundo. Durante la segunda mitad del Decenio habría que insistir más en la búsqueda de maneras concretas y realistas de "superar el espíritu, la lógica y la práctica de la violencia".

    Sin embargo, debería reconocerse que la primera mitad del Decenio se vio ensombrecida por actos brutales del terrorismo internacional y las reacciones a éste, especialmente en la forma de intervenciones militares en Afganistán e Iraq. Pocas veces antes se habían manifestado tan abiertamente el espíritu, la lógica y la práctica de la violencia. La exigencia de que las iglesias renuncien a toda justificación teológica y ética de la violencia requiere el ejercicio del discernimiento espiritual que saca su fuerza de una espiritualidad de la no violencia activa. En esto las iglesias necesitan apoyarse y alentarse mutuamente. Los esfuerzos de las iglesias en el contexto del Decenio deberían caracterizarse de manera aún más decisiva por una reflexión ético-teológia común profunda y por la defensa de la prevención no violenta de conflictos, de formas civiles de gestión de conflictos y consolidación de la paz, así como de una "paz justa".

  1. La preocupación por la seguridad ha pasado a ser el motivo primordial de las decisiones individuales, así como de las sociales y políticas. Cada vez más, los enfoques tradicionales basados en la noción de la "seguridad nacional" y su defensa con medios militares parecen ganar terreno nuevamente y tienden a desplazar la idea de que el principal objetivo debería ser la seguridad de las personas y no sólo la del Estado. La "seguridad humana" es el fruto de las relaciones justas en comunidad y del respeto de los derechos humanos. A la luz de las recientes conclusiones sobre la violencia física, la noción de seguridad humana como el estar seguro en la casa y en la comunidad merece más atención y educación. Al mismo tiempo hoy, la seguridad es cada vez más amenazada por los efectos de la mundialización económica. Por lo tanto, la búsqueda de "una mundialización en la que se tengan en cuenta las personas y la Tierra" tiene que ser entendida como una contribución decisiva a la continuación del Decenio.

  2. Todas las comunidades y tradiciones religiosas se encuentran ante la esperanza y la exigencia de mostrar maneras que conduzcan a la paz y a la superación de la violencia. Se están utilizando con frecuencia las lealtades religiosas relacionadas con la identidad étnica para legitimar y movilizar en situaciones de conflictos de poder violentos. Por esta precisa razón uno de los puntos principales del Decenio ha sido el diálogo interreligioso sobre las relaciones ocultas entre religión y violencia. Esto es así en particular respecto al diálogo entre cristianos y musulmanes. Por supuesto, "por su naturaleza misma, el diálogo interreligioso no es un instrumento para resolver problemas instantáneamente en situaciones de emergencia." Sin embargo, la confianza que se ha creado por el diálogo paciente y la cooperación práctica para el bien común "en tiempos de conflicto puede impedir que la religión se utilice como arma". (Consideraciones ecuménicas sobre el diálogo y las relaciones con creyentes de otras religiones, CMI, Ginebra, 2003, Nº 28, p. 12).

  3. Los esfuerzos masivos por fortalecer la seguridad en el contexto de la llamada "lucha contra el terrorismo" han producido una notable proliferación de armas y un crecimiento de la militarización general del mundo, después de haber pasado un período de desarme real en todas las categorías, desde las minas antipersonal hasta las armas atómicas. En las actividades que realicen durante la segunda mitad del Decenio, las iglesias deberían prestar más atención a los problemas que se derivan de esta situación. Mientras que, por un lado, las iglesias están empezando a entender más la exigencia ética de la responsabilidad de proteger a quienes no pueden protegerse a sí mismos, están señalando en particular que el terrorismo internacional no va a ser vencido con medios militares, i.e. por la guerra, sino que más bien está siendo estimulado y fortalecido. Al mismo tiempo debería reconocerse que hay más personas que siguen siendo víctimas de la violencia en los conflictos civiles y locales en los que se pelea con armas livianas y pequeñas. Esto sigue siendo un gran desafío para las iglesias.

IV

En una perspectiva de largo plazo, el Decenio para Superar la Violencia será juzgado por el criterio de si habrá conducido a un cambio de conciencia y a profundizar las percepciones de los fundamentos teológicos, éticos y espirituales de la acción de los cristianos para la paz. Durante la primera mitad del Decenio, la prioridad se le dio al debate de la cuestión de la violencia. Para los cinco años que restan habría que centrarse en la búsqueda de la reconciliación y en la construcción de una cultura de paz. Esto debería vincularse con una nueva recepción critica y un mayor desarrollo de la discusión sobre la ética de la paz en el movimiento ecuménico.

  1. En los últimos tiempos la noción de una "paz justa" está apareciendo cada vez con mayor frecuencia en el debate ecuménico, especialmente en contraste con la doctrina de una "guerra justa". Sin embargo, hasta ahora no se ha elaborado ningún fundamento o materialización para la acción que resulte convincente. La idea de la sabiduría bíblica de que la paz y la justicia están indisolublemente unidas (Sal 85) siempre ha formado parte de las convicciones ecuménicas básicas. Por lo tanto, se debería dirigir el interés a contestar las preguntas siguientes: ¿Cómo pueden superarse las estructuras de injusticia que siguen provocando conflictos violentos? ¿Cuáles son los requisitos mínimos que deben cumplirse con respecto a la seguridad humana y al respeto por los derechos y la dignidad de las personas a fin de poder hablar de paz? El respeto por la dignidad humana y la promoción activa del bien común son imperativos del Evangelio de Jesucristo, es decir: las personas, hombres y mujeres, son creadas a imagen de Dios y justificadas por la gracia. Por lo tanto, se debería hacer hincapié en los derechos humanos como los elementos básicos de una praxis de prevenir la violencia y de forjar una paz justa. Además, el esfuerzo de crear y perfeccionar un estado de derecho obligatorio en el plano nacional y también en el internacional forma parte de las condiciones para una paz justa. Pero existe también la necesidad de analizar críticamente la manera de entender la justicia y de perfeccionarla en el sentido de justicia "restauradora" o "transformadora" con el objetivo de establecer relaciones viables y justas en la comunidad.

  2. La lucha activa contra el "espíritu, la lógica y la práctica de la violencia" debería tener como primer objetivo elaborar maneras y medios de resolver pacíficamente los conflictos o hacer nuestros los que ya existan. Los que están comprometidos en esta búsqueda en el contexto del Decenio deberían darse cuenta de que en esencia esta es una lucha moral y espiritual en la que las comunidades religiosas tienen un papel principal. Tienen que empezar con una evaluación crítica de su propia contribución al surgimiento de una cultura de violencia y tienen que consolidar los recursos espirituales que pueden ayudar a transformar la energía destructiva de la violencia en una fuerza constructiva de fomento de la vida. La práctica de la no violencia debe arraigarse en una espiritualidad que reconoce la propia vulnerabilidad y es capaz, al mismo tiempo, de resistir entrar en el círculo del perpetrador y la víctima; que da poder y anima a los que no lo tienen a enfrentar a quienes abusan del mismo; que confía en la presencia activa del poder de Dios en los conflictos humanos y por lo tanto puede trascender de la aparente falta de salidas en las situaciones de violencia.

  3. En el contexto de las muchas "comisiones de la verdad" se ha hecho notar la íntima relación que existe entre la reconciliación y el descubrimiento de la verdad con respecto a los procesos y las estructuras de violencia. El esfuerzo hecho en Sudáfrica para ponerse de acuerdo respecto a la larga historia de violencia vivida bajo el régimen del apartheid ha demostrado que no hay ningún camino directo que conduzca del descubrimiento de la verdad a la reconciliación y el perdón. El Evangelio es un mensaje de amor incondicional y la reconciliación es un proceso que da los frutos del amor, como demostró Jesucristo. Sin embargo, hay que considerar como una respuesta importante a situaciones dadas de violencia defender la verdad y resistirse a su deformación. La mayoría de los conflictos en los que se emplea la violencia están alimentados por percepciones mutuas distorsionadas y perduran en la proyección de imágenes del enemigo tras las que desaparecen las personas concretas y su situación de vida. Y sin embargo, no hay solución de conflicto ni proceso de reconciliación posible sin la participación de las personas afectadas. De todas las organizaciones de la sociedad las iglesias son las que conocen más íntimamente la verdadera situación de vida de las personas, porque la interpretación de la realidad a la luz del Evangelio trasciende todos los intereses políticos, étnicos y nacionales y de ese modo abre la perspectiva de una comunidad reconciliada en justicia. El Decenio debería afianzar la disposición y el coraje de las iglesias para "vivir en la verdad", aun cuando esto las pone en oposición a los intereses de poder político dominantes, y de esa manera abrir caminos hacia la reconciliación.

  4. Estas convicciones básicas deberían traducirse en medidas prácticas durante la segunda mitad del Decenio. A lo largo de todo el Decenio se debería animar continuamente a las iglesias a abrirse en su testimonio y servicio aún más intencionadamente para ser "embajadoras de la reconciliación" (2 Co 5). Esto implica también que deberían ofrecer un acompañamiento y un apoyo responsables a los proyectos relativos al Decenio que haya iniciado la gente a nivel de base; esto comprende proporcionar coordinación -siempre que sea necesaria -, asesoramiento y posibilidades de mejoramiento y el intercambio de experiencias, así como el apoyo económico y material.

    Además, las iglesias deberían prepararse -más que hasta ahora- para afirmar pública y enérgicamente las preocupaciones y los objetivos de los proyectos no violentos en el marco del Decenio y participar ellas mismas en actividades que sirvan en ese sentido. En particular, deberían apoyar activamente todos los esfuerzos que estén encaminados a crear estructuras, instrumentos y programas y comunidades de gestión no violenta de conflictos civiles. En sus programas de educación e información pública deberían promover una concepción civil y no violenta de la seguridad, y en el ejercicio de su responsabilidad pública y en el diálogo con los interlocutores políticos deberían condenar el aumento de la militarización de la política internacional y la proliferación de las armas pequeñas. Es necesario rechazar todos los intentos de utilizar la violencia y el miedo como instrumentos legítimos en política.

  1. Desde sus comienzos el movimiento ecuménico ha sido un movimiento para la paz y la reconciliación. La comunidad ecuménica de iglesias manifiesta enérgicamente la convicción de que la comunión de todos los santos, que es un don de Dios y se arraiga en la vida trina de Dios, puede superar la cultura de enemistad y exclusión que conduce permanentemente a círculos viciosos de violencia. Es en sí misma una imagen de las posibilidades de vivir juntas reconciliadas reconociendo a la vez las diversidades que se mantienen. Si esta comunidad llega a ser una defensora de todas las personas en todos los lugares que sufren la violencia y muestra el camino para alcanzar formas de resolver los conflictos, puede verdaderamente ser un testigo creíble de la esperanza que hay en nosotros: una cultura de paz y reconciliación para toda la creación.

"Nada es tan característico del cristiano como ser pacificador" (San Basilio el Grande)