IDENTIDAD CRISTIANA Y PLURALISMO RELIGIOSO - UNA RESPUESTA
Anna May Chain

Mi lugar y mi identidad

El Arzobispo de Canterbury, Dr. Rowan Williams nos ha animado con las importantes cuestiones que ha planteado en relación con la identidad cristiana y el pluralismo religioso. Ahora quiero llamar la atención sobre otro asunto: el lugar que ocupa Jesús y el lugar que ocupamos nosotros como seguidores de Jesús en relación con un Dios que ama y perdona y, en relación con la humanidad y con el mundo en general. 

Me gustaría empezar definiéndome como baptista de Myanmar, un grupo minoritario entre los budistas de Burma que constituyen el 92% de la población. Además, me gustaría describir cuál es mi lugar como cristiano Karen en una época de caos político en nuestra tierra natal, esto es, en 1949. 

Después de la ocupación japonesa de Birmania que terminó con la victoria de los países aliados en 1945, todos pensamos que, al independizarnos de Gran Bretaña, sería el momento de poner en práctica el plan Pyi Daw Tha, y construir una nación pacífica. Pero con la insurrección de la minoría Karen, en 1949, nuestro mundo pacífico se hizo pedazos. Los antecedentes del conflicto hay que buscarlos en la política colonial británica de "divide y vencerás", que había enfrentado a los budistas de Birmania con las minorías étnicas, mayoritariamente cristianas, como los Karen. Como cristianos de la etnia Karen, nos convertimos de pronto en enemigos de nuestros vecinos budistas birmanos. Los karen trataron de ponerse a salvo como podían en medio de gritos como "mata a los karen; mata a los cristianos". Cuando una muchedumbre se encontraba con una persona le preguntaban: "¿eres un cristiano de la etnia karen? Y si la respuesta era afirmativa, muy a menudo suponía la muerte.

Con una situación así, entre la vida y la muerte, nuestra familia buscó ayuda desesperadamente en todas partes. Fue entonces cuando nuestros vecinos musulmanes nos ofrecieron un santuario para refugiarnos. Mi padre y mis hermanos se escondieron en una mezquita; y otras mujeres y yo nos mantuvimos a salvo pasando clandestinamente de una casa a otra. Pese al grave riesgo que corrían sus vidas, estos vecinos musulmanes nos escondieron y ofrecieron alimento aun cuando sus víveres eran escasos. Posteriormente, nos metieron en la cárcel para protegernos.

Mientras tanto, nuestros amigos budistas de Birmania trataban de averiguar qué había sido de nosotros. En un período en que la ley prohibía ayudar al enemigo, demostraron su solidaridad con nosotros, con menosprecio de su propia seguridad, visitándonos en la cárcel para llevarnos alimento, medicinas y ropas.

El Padre Perrin, un sacerdote francés, vino a vernos y nos trasladó al Convento de St. Joseph. En aquellos días, los católicos eran extranjeros para los baptistas; y estos no podían ni imaginarse que los católicos pudieran prestarles ayuda. Sin embargo, las hermanas y hermanos del Convento nos acogieron con cariño, nos brindaron un lugar para dormir y nos facilitaron alimentos. El Padre Perrin trató de rescatar tanto a los cristianos Karen como a los budistas birmanos y les dijo: "¡Dejen de combatir!". El Padre Perrin fue asesinado en una de sus misiones de rescate. Todos los que habíamos sido puestos a salvo gracias al amor de este hombre olvidamos nuestras diferencias durante un día y nos unimos para llorar su muerte. En una época de conflictos y guerra nos sale lo mejor y lo peor que llevamos dentro.

En esta época de mi vida, en un momento de extrema vulnerabilidad y debilidad, mis vecinos y hermanos musulmanes, budistas y católicos ocuparon el lugar de Jesús para mí. Ellos fueron mi protección y mi amparo, y pusieron en riesgo su vida por nosotros. Es posible que mis vecinos musulmanes y budistas no conozcan el nombre de Jesús, p ero creo que Dios ha encontrado un camino para llegar hasta ellos.

El lugar de mis vecinas

Quiero hablar ahora del "lugar de mis vecinas", el lugar de donde vienen, su perspectiva de la vida hoy y en el futuro.

Cuando digo vecinas, quiero decir mis amigas cercanas. Somos seis, todas mujeres, que nos reunimos irregularmente. Somos amigas desde que estábamos en el Primer Grado en una escuela de misión. Dos somos cristianas, tres son budistas y una es musulmana.

Hemos participado en las respectivas fiestas y ritos familiares de cada una. La conversación es una actividad importante en nuestras reuniones. De adolescente hablábamos de cosméticos, vestidos, estrellas de cine y chicos. En la juventud adulta nuestros intereses fueron la enseñanza superior, el trabajo, los maridos y los hijos. 

Ahora como adultas maduras nuestras conversaciones se orientan a temas más serios. Las seis trabajamos para la capacitación de la mujer. Encontramos en nuestras religiones cosas que liberan a la mujer y otras que nos oprimen. Por ejemplo, en el budismo Theravada tal como se practica en Myanmar, aunque la senda de la Iluminación está abierta a todos, las mujeres no pueden ser un Buda, a menos que renazcan como varón. Ser hijo varón es ser valorado positivamente. Mi amiga Miriam, la musulmana, encuentra también algunas restricciones contra las mujeres en el Islam. En cuanto cristiana, encuentro que la tradición evangélica dominante en nuestro país limita el liderazgo y la posición de las mujeres en las iglesias. Como mujeres, aunque procedentes de diferentes tradiciones religiosas, nos une nuestra aspiración común a la emancipación femenina.

En otro ámbito no estamos de acuerdo, pero aprendemos unas de otras. En junio pasado una de nosotras, Than Nwe, falleció inesperadamente en Phnom Penh, Camboya. Fue la primera que murió de nuestro grupo. Creíamos que éramos invulnerables, especiales. Pero una de nosotras, todavía relativamente joven, había muerto. Las cinco nos reunimos para compartir el pesar y el recuerdo. En cierto momento pregunté a nuestras amigas budistas: "En los funerales budistas, cuando el cadáver sale de la casa por última vez, el hijo mayor rompe una jarra de agua. ¿Qué significa eso?" Tin Tin, que había perdido a su marido tres años antes, trató de explicarnos: "Para los budistas significa que la persona deja de existir tal y como la conocemos. El curso de su vida que se había mezclado y confluido con el nuestro ha terminado. Igual que el agua derramada de la jarra no puede recogerse de nuevo, esa persona no puede ser ya la persona que fue." Aye, otra budista, añadió: "La persona que conocimos como Than Nwe ya no existe. De sus pensamientos y de sus acciones depende que tenga otra reencarnación." Marjorie, la otra cristiana del grupo, preguntó: "Entonces ¿no hay manera de que podamos encontrarnos después de la muerte?" "No, para nosotros la muerte es el final. Por eso nuestra convivencia es tan preciosa." Marjorie dijo: "La pasada Navidad murió mi hijo mayor. Este año murió mi nieta pequeña. Para mí, como cristiana, sería insoportable si no tuviéramos ninguna esperanza de un futuro." Como cristiana, respeto la espiritualidad de mis amigas, su voluntad de vivir cada día conscientemente, de esforzarse por mejorar hoy las vidas de otros sin esperar a mañana. 

El Arzobispo de Canterbury, Dr. Rowan Williams, ha dicho que no debemos apartarnos de quienes miran desde otro lugar, no desde el nuestro. Así es que seguiré caminando y hablando íntimamente con mis amigas. Nuestras vidas están entrelazadas. Igual que yo he aprendido de ellas a vivir la vida de hoy conscientemente, mi convicción es que ellas aprenderán también de mí algo de la bondad, la misericordia y la gracia de Dios. Dios, en relación amorosa con nosotros y en su amor y compasión infinitos hacia nosotros, puede tener un plan para que nosotras, mis amigas y yo, continuemos este camino incluso más allá de la muerte.