Ahora que aguardamos con impaciencia la Navidad y el nacimiento del Príncipe de Paz, somos aún más conscientes de la violencia y la destrucción que desgarran nuestro mundo y dividen familias y naciones, y que suponen una afrenta a todos los valores del reino de Dios en la tierra. Las guerras en Ucrania, Gaza, Líbano y Sudán, especialmente, se han cobrado decenas de miles de vidas y han arruinado incontables otras, causando aflicción, pérdidas, dolor y sufrimiento sin fin.
Sabemos que estas guerras irresolubles y la violencia persistente no son más que el síntoma de peligros mayores. En el mundo actual, las múltiples crisis que confluyen —la crisis climática, y la crisis de la gobernanza democrática, de la inseguridad alimentaria, de la injusticia racial, de las migraciones forzosas, de la violencia de género, de la pobreza y la desigualdad— nos provocan angustia por el presente y temor por el futuro. ¿Dónde está la “paz perfecta” personal prometida por Isaías? ¿Dónde está la paz social, para disolver conflictos, difuminar odios y superar divisiones? ¿Y dónde está la paz entre las naciones, para detener la violencia, preservar vidas y restaurar la seguridad, la dignidad y el bienestar de todas las personas?
¿Dónde está la paz en todo esto? ¿Dónde está Dios en todo esto? En el nacimiento de Jesús se nos ofrece no solo un signo de esperanza, sino también el advenimiento de la redención de Dios y un llamado a una vida nueva, a la esperanza y a la paz en Él.
En el nacimiento del niño Jesús, nos damos cuenta de que Dios está aquí mismo, se identifica con nosotros, comparte nuestras vulnerabilidades y eleva nuestra capacidad de restaurar la paz y hacer justicia. En Navidad celebramos la encarnación de Dios, nuestra dignidad y el advenimiento de la esperanza y el valor para buscar incansablemente la paz prometida por los ángeles entre todos los pueblos.
Como personas cristianas, estamos llamadas a condenar la guerra y la violencia y a trabajar por la paz. Ese legado y la búsqueda de la paz son, en gran medida, el motor de la labor del Consejo Mundial de Iglesias y sus 352 iglesias miembros. Trabajamos incansablemente por la paz en Ucrania y Oriente Medio, en Sudán, en Colombia, en Corea, y en muchos otros lugares. Llevamos a cabo campañas audaces contra la violencia hacia las mujeres y los niños y niñas. Colaboramos ampliamente para crear un orden internacional más justo, idear una estructura financiera más equitativa y fomentar el entendimiento interreligioso y la solidaridad con otras tradiciones.
Como discípulos de Jesús, practicamos su camino no violento, el verdadero camino hacia la paz. Resistimos a los poderes que amenazan la paz y cuestionamos con valentía las mentiras y falsedades que enfrentan a unos pueblos con otros. Oramos por la paz, cultivamos la paz en nuestros corazones y en nuestras comunidades, y actuamos y abogamos por la paz cada día. El anuncio de Isaías sobre el Príncipe de Paz es válido para nosotros incluso hoy, en medio de todos estos desafíos. Dios Emmanuel está con nosotros para siempre.
Así pues, al celebrar este año el nacimiento de Jesús, sigamos orando, teniendo esperanza y trabajando por la paz justa y la justicia en nuestro mundo, y teniendo muy presente que, por desesperada que a veces parezca la situación, el Príncipe de Paz está con nosotros. ¡Que recordar esto les dé esperanza, alegría y fuerza en sus dificultades y sufrimientos cotidianos, y traiga alegría al mundo! ¡Que, enaltecidos y vivificados por nuestras celebraciones del nacimiento del Salvador, podamos recorrer siempre su camino de paz y hacer realidad su promesa para nuestros tiempos y nuestro mundo!
Que la Paz de Cristo esté con ustedes ahora y siempre,
Rev. Prof. Dr. Jerry Pillay
Secretario General