Introducción a la serie de reflexiones

¿Por qué Jesús fue crucificado? ¿Cuáles son las implicaciones para el significado que la cruz de Jesús tiene hoy para nosotros? Ahora que se acerca la Semana Santa, intentamos seguir los pasos de Jesús mientras recorre el camino de Jericó a Jerusalén, el último tramo de su viaje, un viaje que terminará con su muerte unos días más tarde.

La siguiente serie de reflexiones analiza diversas paradas en el último viaje de Jesús. Empezamos con su experiencia en Jericó, pues es allí donde deberá tomar sus primeras decisiones difíciles y trascendentales.

Para abordar con mayor profundidad la vida, pasión y muerte de Jesús, es importante analizarla en el contexto de la historia y la política del período del Nuevo Testamento. No existen ni deben existir simples correlaciones entre la situación de entonces y la actual. Pero la pasión no puede entenderse al margen de la política. Jesús vivió su vida en un contexto en el que sus compatriotas (y otros) diferían profundamente en cuanto a sus respuestas a las realidades políticas de la época. ¿Se debía apoyar la dominación romana? ¿Actuar en connivencia con el imperio en beneficio propio? ¿Oponerse a él recurriendo, de ser necesario, a la fuerza armada? ¿Anhelar un Mesías, un “hijo de David”, que vendría y triunfaría sobre los enemigos de su pueblo? ¿Intentar aislarse y esconderse para estar seguros? Al recorrer con Jesús su camino, que podemos decir que realmente ha cambiado el curso de la historia de la humanidad, resuenan los ecos de estas preguntas tanto en los textos bíblicos como en el panorama con que se encontró.

El camino a través del desierto

«Después de decir esto, iba delante subiendo a Jerusalén”. (Lucas 19:28)

Cuando Jesús sale de Jericó, gira hacia el oeste para emprender la subida a la Ciudad Santa. He mencionado que de Jericó a Jerusalén solo hay unos 25 kilómetros de distancia, pero se trata de una subida sinuosa de más de 1200 metros. Conduce al viajero a través de mundos diferentes que chocan entre sí, tanto en la historia bíblica como en la actualidad.

El ascenso nos lleva a recorrer una de las zonas del mundo donde la variación climática es más extrema. A lo largo de los 25 kilómetros de camino, hay una considerable diferencia con respecto a la cantidad anual de lluvia. En Jerusalén, las precipitaciones medias anuales son de unos 600 mm, mientras que 8 km más al este se reducen a la mitad, a unos 300 mm, y en el valle del Jordán, son solo de 100 mm (este brusco cambio se debe a que en esta región prácticamente toda la lluvia viene del oeste y la zona al este de Jerusalén se encuentra en el sotavento de la cadena montañosa central que recorre el territorio de norte a sur). La escasez de lluvia tiene una incidencia impresionante sobre el paisaje. Hacia el este, cuando apenas se ha llegado a la cima del monte de los Olivos, el territorio relativamente fértil donde se ubica Jerusalén, se vuelve semidesértico. Ocho kilómetros al este de la ciudad, es demasiado árido para el cultivo a menos que se disponga de riego artificial. La propia existencia de la ciudad de Jericó solo es posible porque existen abundantes manantiales subterráneos que brotan de los acantilados del valle del Jordán.

Estas realidades geográficas tienen repercusiones en el modo de vida. En esta pequeña superficie de territorio, lo que a veces se ha llamado el eterno conflicto entre el desierto y el sembrado salta a la vista, tanto en los tiempos bíblicos como hoy. Quienes, como los beduinos seminómadas, buscan sacar algo de sustento de esta tierra abrupta son muy fácilmente considerados grupos marginales cuyas necesidades pueden ser sacrificadas en aras de otros que son más poderosos.

En nuestra reflexión en torno a Jericó, empezamos a analizar los desafíos a los que se enfrenta Jesús al acercarse a Jerusalén. ¿Cómo debe reaccionar ante la omnipotencia del Imperio Romano que dominaba gran parte de la vida de Jerusalén y del resto del país? ¿Debía luchar contra él? ¿Colaborar con él? ¿O intentar mantenerse lo más alejado posible?

Curiosamente, al empezar a subir desde el valle del Jordán y Jericó a través de las tierras desérticas, habría encontrado símbolos para responder a cada una de estas tres preguntas. Ya hemos mencionado el palacio de Herodes y Arquelao en Jericó. En los acantilados sobre la ciudad, también estaba la fortaleza de Masada, que había sido construida para proteger las fronteras orientales del reino de Herodes. Todas estas estructuras simbolizaban la preocupación por el poder y el control de aquellos que, como Herodes, habían unido su destino a Roma, colaborando (en beneficio propio) con los gobernantes romanos en el país. En algunos wadis (cauces secos de los ríos) del desierto, había acueductos, construidos con dinero de la dinastía herodiana, que servían para desviar agua para los ricos.

La reacción de los zelotes frente a Roma –luchar contra ella– era, por definición, menos evidente desde el punto de vista físico. Pero era en estas regiones desérticas donde solían deambular estos grupos marginales. Protegidos por el terreno, se ocultaban en él para tender emboscadas a viajeros incautos y quitarles sus posesiones y, a veces, la vida. Es posible que en la parábola del buen samaritano (Lucas 10:29-37) se describa una emboscada de este tipo. De hecho, en cierto sentido, la llamada “Posada del Buen Samaritano” conserva vestigios de la realidad detrás de esta historia.

La tercera reacción ante los romanos –tratar de mantenerse al margen– también es palpable en estas montañas. Es más, es posible que Jesús antes de emprender la subida hubiera decidido no desviarse por la orilla del mar Muerto hasta el asentamiento que ahora se llama Qumrán, donde un grupo de personas, que probablemente guardaban relación con el movimiento esenio, seguía una forma de pureza monástica. Intentaban mantenerse al margen, y escribían y copiaban lo que ahora conocemos como los rollos del mar Muerto. De haberse unido a ellos, ¿no se habría mantenido “a salvo”?

Pero Jesús descarta esta opción y se encamina hacia el oeste, atisbando al final la cima del monte de los Olivos. Hoy, los viajeros que van de Jericó a Jerusalén pueden divisar la cumbre del monte gracias a tres altas torres que permiten identificarlo. Cada una de ellas simboliza, a su manera, “todos los reinos del mundo y su gloria” (Mateo 4: 8), las muchas naciones que, con su empeño en Jerusalén y Tierra Santa a lo largo de los siglos, han contribuido a que hoy no haya paz en la región.

“Seis días antes de la Pascua llegó Jesús a Betania”. (Juan 12:1)


Por la Dra. Clare Amos, antigua coordinadora del programa de Diálogo y Cooperación Interreligiosos del Consejo Mundial de Iglesias.