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* Por el Prof. Mathew Koshy Punnackadu

Texto: Salmo 104:10–13, 24–25

“Tú eres el que vierte los manantiales en los arroyos;
corren entre las colinas.
Dan de beber a todos los animales del campo;
los asnos monteses mitigan su sed.
Junto a ellos habitan las aves del cielo
y trinan entre las ramas.
Tú das de beber a las montañas desde tus altas moradas;
del fruto de tus obras se sacia la tierra (…).

¡Cuán numerosas son tus obras,
oh SEÑOR!
A todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.
Este es el mar grande y ancho,
en el cual hay peces sin número, animales grandes y pequeños”.

Reflexión

El Salmo 104 ofrece una de las representaciones más vibrantes y poéticas de la relación de Dios con la creación. Nos invita a una visión sagrada en la que la naturaleza no es simplemente un telón de fondo de la vida humana, sino una intrincada red de sabiduría, vida y sustento divinos. El salmista ve a Dios como el gran coreógrafo del ritmo de la creación: el que riega las montañas, sacia la sed de los animales salvajes y llena la tierra de abundancia. No se trata de algo fortuito ni mecánico; sino deliberado, hermoso y armonioso.

El agua, en este texto sagrado, no es solo un elemento natural; también es un regalo divino. Fluye en sintonía con el ritmo cósmico de Dios. Desde las misteriosas profundidades del mar hasta lo alto de los manantiales de las montañas, el agua se abre paso siguiendo un elegante camino que sustenta toda la vida. Cuando el sol eleva el agua de los océanos hacia el cielo, se forman nubes que cabalgan sobre los vientos. Estas nubes se encuentran con las montañas cubiertas de árboles y bañan sus cimas con lluvia. Las raíces de los árboles absorben y almacenan este precioso don, liberándolo lentamente en los arroyos que danzan hacia los valles.

Este año reflexionamos sobre la conservación de los glaciares, muestra apremiante de la alteración de nuestro clima que nos insta a apoyar a toda la creación en la lucha por la vida.

Los glaciares son conocidos como las grandes reservas de agua del mundo. Su lento deshielo nutre ríos y tierras de cultivo además de saciar la sed de millones de personas. Pero hoy, estos glaciares están desapareciendo a un ritmo alarmante debido al aumento de las temperaturas globales. Las lágrimas de los glaciares reflejan el lamento de la Tierra, que se derrite ante la codicia, la negligencia y la injusticia.

Cuando los arroyos se unen y crecen hasta convertirse en ríos, llevan vida a todos los rincones, nutriendo el suelo, sustentando la vida silvestre y saciando la sed de todas las criaturas. Donde los ríos se ensanchan y se ralentizan, surgen humedales en las llanuras: los embalses de la naturaleza. Estas regiones bajas absorben la lluvia y liberan agua gradualmente durante los períodos más secos, asegurando la continuidad del ciclo del agua. Cada gota participa en esta coreografía divina, una danza cósmica reflejo de la sabiduría y generosidad de Dios.

Pero cuando los humanos alteramos este ritmo sagrado —mediante la deforestación, la contaminación, la sobreexplotación y el cambio climático—, violamos la integridad de la creación de Dios. Las consecuencias son palpables y dolorosas. Donde antes reinaba la abundancia, ahora reina la escasez. Donde antes cantaban los arroyos, ahora los ríos se secan. Sin agua no hay vida y la armonía en el cosmos se quiebra.

Tomemos, por ejemplo, Cherrapunji, que en su día fue famoso por ser el lugar más húmedo de la Tierra. A pesar de sus fuertes lluvias, ahora sufre escasez de agua. Esta paradoja se debe a una mala gestión del agua, ya que el agua de lluvia se escurre rápidamente por las laderas empinadas sin llegar a captarse. La deforestación ha despojado al suelo de su capacidad de retención de agua, y las lluvias suceden en una estación breve e intensa, lo que deja muchos meses de sequía durante el año. Cherrapunji nos recuerda que incluso las bendiciones naturales pueden perderse cuando no vivimos en armonía con la Tierra.

Los recursos naturales se consideran mercancías en el mundo capitalista y globalizado actual, donde todo se reduce a los márgenes de beneficio. Se extraen minerales de las montañas, se talan bosques, se construyen presas en los ríos y se urbanizan humedales, todo en nombre del desarrollo. El ritmo del agua se interrumpe violentamente en aras de un beneficio a corto plazo. Las mafias de los complejos turísticos invaden los bosques, alterando los hábitats de la vida salvaje, y los humedales de tierras bajas se explotan para la expansión urbana, ignorando su papel crucial en la recarga de las capas freáticas y el control de las inundaciones.

En este orden de cosas, la Iglesia tiene un papel profético. La Iglesia debe ser una brújula moral que recuerde a la humanidad que el agua no está en venta; es un derecho sagrado de toda la creación. La Iglesia de la India Meridional ha demostrado esta convicción apoyando a la Comisión Gadgil, que recomendó la protección de 1600 km de los Ghats Occidentales, una región ecológica vital conocida como la gran reserva de agua de la India. A pesar de la oposición de los intereses creados, la Iglesia respaldó a los grupos ecologistas, afirmando que la Tierra pertenece a Dios y que debemos conservar sus dones para las generaciones venideras.

La Iglesia debe educar y movilizar a las comunidades para que capturen agua de lluvia, protejan los bosques, conserven los humedales y se opongan a la urbanización insostenible. Los bosques son el hogar legítimo de los animales salvajes, las llanuras están destinadas a los seres humanos y su ganado, mientras que los humedales son el hábitat de la vida acuática. Este orden, este ritmo, no es arbitrario sino divino. Quizás por eso Dios decidió poner a animales salvajes e incluso peligrosos en los bosques: para enseñar a la humanidad los límites y recordarnos que no podemos conquistar todos los lugares.

Proteger el agua es proteger la vida misma. Es entrar en el ritmo del Creador y unirse a la danza cósmica. Es declarar que el agua es sagrada, proteger las fuentes, promover la justicia climática, practicar estilos de vida ecológicos y aliarnos con las comunidades para sanar la creación de Dios y garantizar la justicia hídrica.

En el Salmo 104, vemos a Dios como el gran Dador de Agua, que nutre la tierra, satisface a todas las criaturas vivientes y se deleita en la creación. La Cuaresma nos llama a volver a esta visión, a arrepentirnos de nuestros pecados ecológicos, a replantearnos nuestro desarrollo y a renovar nuestra participación en la danza cósmica de la vida, una en la que el agua fluya libre, justa y dichosa.

Lloremos con los glaciares que se derriten, oremos junto a los pozos que se secan y actuemos con valentía, esperanza y unidad.

En esta Cuaresma, que nuestro clamor se eleve con los ríos:
“Más bien, corra el derecho como agua y la justicia como arroyo permanente”. (Amós 5:24)

Preguntas para el debate

1. En su contexto local, ¿dónde ha sido testigo de la alteración del ritmo sagrado del agua, como por ejemplo, pozos secos, ríos contaminados o humedales en desaparición, y cómo ha afectado esto a la comunidad y al ecosistema locales?

2. En su comunidad, ¿tratan el agua como un don sagrado o como una mera mercancía?

3. ¿Qué prácticas culturales, espirituales o religiosas podrían ayudar a cambiar esta mentalidad?

Ideas para la acción

1. Iniciar un proyecto de recuperación de agua de lluvia o de restauración de humedales dirigido por la iglesia:

Anime a las congregaciones o comunidades locales a construir sistemas de captación de agua de lluvia o a hacerse cargo de los humedales cercanos, recuperándolos mediante campañas de limpieza y gestión comunitaria.

2. Organizar un Domingo de Justicia Hídrica durante la Cuaresma:

Dedique un domingo a la justicia hídrica: incluya oraciones temáticas, testimonios y una caminata por un río o pozo local. Invite a activistas medioambientales y científicos para que intervengan y recaude fondos o conciencie sobre la protección de una fuente de agua cercana o de una comunidad afectada por los glaciares.

Recursos

https://csimkdecological.org/csi-church-formally-endorses-gadgil-report/

https://www.thehindu.com/news/cities/Kochi/csi-bishop-seeks-protection-of-ghats/article5360377.ece

https://drmathewkoshy.com/water-is-the-right-of-all-living-being/

https://csimkdecological.org/resources/

El profesor Dr. Mathew Koshy Punnackadu es un ecologista, escritor y activista que lidera el Movimiento de la Iglesia Verde en la India desde 1992. Fue director honorario del Departamento de Asuntos Ecológicos del Sínodo de la Iglesia de la India Meridional (CSI, por sus siglas en inglés) durante diez años, encabezando iniciativas medioambientales transformadoras en toda la Iglesia de la India Meridional. Actualmente, es asesor medioambiental del Sínodo de la CSI. Es miembro de la Comisión sobre Justicia Climática y Desarrollo Sostenible del Consejo Mundial de Iglesias. Para más información, visite: www.drmathewkoshy.com