Image
one candle burning
Fotografía:

Introducción

El Pentecostés también es conocido como Whitsunday en inglés (que significa “domingo blanco”). La palabra “Pentecostés” proviene de la palabra griega pentekoste, que significa “el quincuagésimo día”. Era una de las tres fiestas de peregrinaje que celebraban los judíos. Se celebraba 50 días después de la Pascua. También se la conocía como la Fiesta de las Semanas. Según Levítico 23:15-22, está vinculada a la Fiesta de las Primicias, que se celebraba al inicio de la cosecha; Pentecostés se celebraba 50 días después de las Primicias. Por lo tanto, era la acción de gracias por los primeros frutos de la cosecha. El Pentecostés también se asoció al recuerdo de la entrega de la ley por parte de Dios a los israelitas, por mediación de Moisés, en el Monte Sinaí. En la Iglesia cristiana se celebra 50 días después de la resurrección de Jesús y celebra el regalo del Espíritu Santo, como se registra en el capítulo 2 de Hechos. Es una fiesta importante para la Iglesia cristiana, ya que marca el nacimiento del cristianismo y el comienzo de la misión cristiana en el mundo. El derramamiento del Espíritu Santo representó la inauguración de la nueva era en la que se cumplió la ley y la salvación se abrió a los gentiles. Recibió el nombre de Whitsunday porque en la iglesia primitiva, las personas se bautizaban en Pentecostés y se les daban vestiduras blancas después del bautismo.

Pasaje de la Biblia: Hechos 2:1-47

Al llegar el día de Pentecostés estaban todos reunidos en un mismo lugar. Y de repente vino un estruendo del cielo, como si soplara un viento violento, y llenó toda la casa donde estaban sentados. Entonces aparecieron, repartidas entre ellos, lenguas como de fuego, y se asentaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas, como el Espíritu les daba que hablaran.

En Jerusalén habitaban judíos, hombres piadosos de todas las naciones debajo del cielo. Cuando se produjo este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confundidos porque cada uno les oía hablar en su propio idioma. Estaban atónitos y asombrados, y decían:

“Miren, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, oímos nosotros cada uno en nuestro idioma en que nacimos? Partos, medos, elamitas; habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de Asia, de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia más allá de Cirene; forasteros romanos, tanto judíos como prosélitos; cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestros propios idiomas los grandes hechos de Dios.”

Todos estaban atónitos y perplejos, y se decían unos a otros:

“¿Qué quiere decir esto?”

Pero otros, burlándose, decían:

“Están llenos de vino nuevo.”

Entonces Pedro se puso de pie con los once, levantó la voz y les declaró:

“Hombres de Judea y todos los habitantes de Jerusalén, sea conocido esto a ustedes, y presten atención a mis palabras. Porque estos no están embriagados, como piensan, pues es solamente como las nueve de la mañana del día. Más bien, esto es lo que fue dicho por medio del profeta Joel:

‘Sucederá en los últimos días, dice Dios,

que derramaré de mi Espíritu sobre toda carne.

Sus hijos y sus hijas profetizarán,

sus jóvenes verán visiones

y sus ancianos soñarán sueños.

De cierto, sobre mis siervos y mis siervas

en aquellos días derramaré de mi Espíritu,

y profetizarán.

Daré prodigios en el cielo arriba,

y señales en la tierra abajo:

sangre, fuego y vapor de humo.

El sol se convertirá en tinieblas,

y la luna en sangre,

antes que venga el día del Señor, grande y glorioso.

Y sucederá que todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo.’

“Hombres de Israel, oigan estas palabras: Jesús de Nazaret fue hombre acreditado por Dios ante ustedes con hechos poderosos, maravillas y señales que Dios hizo por medio de él entre ustedes, como ustedes mismos saben. A este, que fue entregado por el predeterminado consejo y el previo conocimiento de Dios, ustedes mataronclavándole en una cruz por manos de inicuos. A él, Dios le resucitó, habiendo desatado los dolores de la muerte; puesto que era imposible que él quedara detenido bajo su dominio. Porque David dice de él:

‘Veía al Señor siempre delante de mí,

porque está a mi derecha, para que yo no sea sacudido.

Por tanto, se alegró mi corazón, y se gozó mi lengua;

y aun mi cuerpo descansará en esperanza.

Porque no dejarás mi alma en el Hades,

ni permitirás que tu Santo vea corrupción.

Me has hecho conocer los caminos de la vida

y me llenarás de alegría con tu presencia.’

“Hermanos, les puedo decir confiadamente que nuestro padre David murió y fue sepultado, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Siendo, pues, profeta y sabiendo que Dios le había jurado con juramento que se sentaría sobre su trono uno de su descendencia, y viéndolo de antemano, habló de la resurrección de Cristo:

‘que no fue abandonado en el Hades, ni su cuerpo vio corrupción.’

“¡A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos! Así que, exaltado por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que ustedes ven y oyen. Porque David no subió a los cielos, pero él mismo dice:

      El Señor dijo a mi Señor:

      ‘Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.’

“Sepa, pues, con certidumbre toda la casa de Israel, que a este mismo Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios le ha hecho Señor y Cristo.”

Entonces, cuando oyeron esto, se afligieron de corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles:

“Hermanos, ¿qué haremos?”

Pedro les dijo:

“Arrepiéntanse y sea bautizado cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa es para ustedes, para sus hijos y para todos los que están lejos, para todos cuantos el Señor nuestro Dios llame.”

Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba diciendo:

“¡Sean salvos de esta perversa generación!”

Así que los que recibieron su palabra fueron bautizados, y fueron añadidas en aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones.

Entonces caía temor sobre toda persona, pues se hacían muchos milagros y señales por medio de los apóstoles. Y todos los que creían se reunían y tenían todas las cosas en común. Vendían sus posesiones y bienes, y los repartían a todos, a cada uno según tenía necesidad. Ellos perseveraban unánimes en el templo día tras día, y partiendo el pan casa por casa, participaban de la comida con alegría y con sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo el favor de todo el pueblo. Y el Señor añadía diariamente a su número los que habían de ser salvos.

Reflexión

El capítulo 2 de Hechos registra los sucesos que acontecieron con la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Jesús prometió esta venida del Espíritu Santo a los discípulos. En Juan 14:15-27, mientras Jesús preparaba a los discípulos para su partida del mundo, les prometió el Espíritu Santo. Él les dijo: “Y yo rogaré al Padre y les dará otro Consolador para que esté con ustedes para siempre” (Juan 14:16-17). Además, después de su resurrección y antes de su ascensión al cielo, Jesús les dijo a los discípulos que esperaran la promesa del Espíritu Santo. Hechos 1:4-5 dice: “Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperaran el cumplimiento de la promesa del Padre, ‘de la cual me oyeron hablar; porque Juan, a la verdad, bautizó en agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo después de no muchos días’”. Luego, en Hechos 1: 8, Jesús dijo a los discípulos: “Pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre ustedes, y me serán testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra”.

Entonces, a partir de estas diversas promesas e instrucciones de Jesús sobre el Espíritu Santo, podemos ver que el Espíritu Santo es Dios con nosotros. Nos referimos al Espíritu Santo como la tercera persona de la Trinidad. Recibimos el don del Espíritu Santo en el momento en que decidimos aceptar a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador. Es el Espíritu Santo el que nos convence de pecado y nos lleva al arrepentimiento, nos limpia de pecado y nos hace personas nuevas. El Espíritu entonces habita dentro de cada creyente de Cristo. Cuando el Espíritu Santo habita dentro de los creyentes, el Espíritu obra en sus vidas y provoca transformación. Estas son tres de las formas en las que el Espíritu obra en la vida del creyente: el Espíritu empodera, el Espíritu unifica y el Espíritu produce fruto. Todas estas formas en que el Espíritu Santo obra en la vida de los creyentes se demuestran en el texto de Hechos 2.

Primero, el Espíritu Santo empodera. En Hechos 2:2, la imagen del viento se usó para describir al Espíritu Santo. El viento se refiere al poder, al movimiento, a lo incontrolable. Así como el viento se mueve con poder, el Espíritu Santo movió las vidas de los creyentes para mover el mundo. Movimiento significa hacer un cambio, por lo que mover el mundo significa hacer un cambio o tener un impacto en el mundo. Este impacto se demostró cuando los discípulos fueron empoderados por el Espíritu Santo. Una de las primeras manifestaciones de este empoderamiento por parte del Espíritu fue la capacidad que se le dio a los discípulos de hablar idiomas. Hechos 2:4 dice: “Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas, como el Espíritu les daba que hablaran.” Luego, el versículo 6 dice: “Cuando se produjo este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confundidos porque cada uno les oía hablar en su propio idioma”. Los discípulos recibieron poder para hablar en idiomas que no conocían, lo que permitió a las personas reunidas escuchar el mensaje del evangelio. Entonces, Pedro predicó y tres mil personas se convirtieron ese día. Los discípulos pasaron de ser tímidos a ser valientes. Este poder que recibieron los discípulos dio como resultado la difusión del evangelio y el comienzo del cristianismo primitivo. Jesús había prometido a los discípulos que, cuando recibieran el Espíritu Santo, recibirían poder y le serían testigos “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). Esto se cumplió porque, a lo largo del libro de los Hechos, los discípulos andaban predicando el evangelio de Cristo con valentía, y muchas personas se convirtieron. La presencia del Espíritu Santo provocó un movimiento en el mundo, ya que muchos se convirtieron y sus vidas fueron transformadas.

Segundo, el Espíritu Santo unifica. El Espíritu Santo no solo da poder, sino que también unifica. El Espíritu Santo mueve a las personas a unirse. La comunidad de creyentes que se creó como resultado del derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés fue una comunidad de unidad. Las actividades de esta comunidad se relatan en Hechos 2:43-47. La unidad que se demostró en esta comunidad se refleja en la manera en que vivieron sus vidas. Esta fue la mejor las vidas comunitarias. Hechos 2:46a dice: “Ellos perseveraban unánimes en el templo día tras día”. “Unánimes” significa “con una sola mente” o “con la misma pasión de propósito.” Esto significa que había unidad entre estos primeros cristianos. Trabajaban juntos para construirse a sí mismos y compartir el evangelio de Cristo. El Espíritu Santo les posibilitó estar unidos. La unión hace la fuerza. Esta unión no significa uniformidad, sino que significa que cada persona usa su don para trabajar mancomunadamente para construir el cuerpo de Cristo y marcar la diferencia. Esto se observa con lo que sucedió como resultado de la unión que demostraron estos primeros cristianos. El versículo 47b dice: “Y el Señor añadía diariamente a su número los que habían de ser salvos.” Entonces, como resultado de la unión y el amor demostrado entre ellos, muchas más personas fueron traídas al reino de Dios.

En tercer lugar, el Espíritu Santo produce fruto en los creyentes, uno de los cuales es el amor. Gálatas 5:22-23 dice: “el fruto del Espíritu es: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio”. El amor figura como fruto del Espíritu; por tanto, cuando el Espíritu Santo habita en los creyentes, les permite amar. Este amor es el amor ágape, que es un amor que requiere el mayor bien para los demás. La primera comunidad cristiana de Hechos 2, además de ser una comunidad unificada, era una comunidad de amor. Los versículos 44 y 45 dicen: “Y todos los que creían se reunían y tenían todas las cosas en común. Vendían sus posesiones y bienes, y los repartían a todos, a cada uno según tenía necesidad”. La frase “todas las cosas en común” significa “compartido por todos”. El amor que tenían como resultado de la presencia del Espíritu Santo en sus vidas los movió a la acción, lo que los llevó a atender las necesidades de los que estaban entre ellos. Así que se aseguraron de que no hubiera escasez entre ellos. Esta es una demostración de amor al prójimo, como Jesús nos indicó. Cuando el Espíritu Santo habita dentro de nosotros y somos transformados, nos permite demostrar amor al prójimo, lo que nos permitirá atender las necesidades diarias de quienes nos rodean. Porque la salvación que recibimos por la fe en Jesucristo no solo es espiritual, sino que es plenitud. Por lo tanto, el amor de Cristo que el Espíritu Santo nos permite demostrar debe hacer que nos preocupemos por las necesidades económicas, sociales y físicas de las personas de las que somos testigos, además de sus necesidades espirituales. Así, no solo debemos conocer las necesidades, sino que debemos desarrollar programas para satisfacer esas necesidades: ministerios compasivos.

Por lo tanto, del relato de lo que sucedió después del derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés y posteriormente, vemos que el Espíritu transforma la vida de los creyentes y los mueve a estar unidos y a mostrarse amor y cuidado mutuo, lo cual tiene un impacto en el mundo. Hoy, en plena pandemia de la COVID-19, el mundo necesita ver una demostración del derramamiento del Espíritu Santo como se vivió en Hechos 2. El mundo necesita ver un movimiento que resulte en la demostración de amor al prójimo que lleve a una respuesta de cuidado para los que sufren a nuestro alrededor. El mundo necesita ver un movimiento de unidad en el que podamos trabajar juntos y juntas por el bien común, aunque seamos diferentes.

Preguntas para una mayor reflexión

1. ¿De qué maneras necesitamos ser transformados por el Espíritu Santo hoy?

2. ¿En qué áreas de su vida necesita que el Espíritu Santo le dé poder?

3. Identifique algunas situaciones de necesidad que existen en su comunidad.

4. ¿Qué tipo de respuesta pueden dar ustedes, como creyentes de Cristo, en estas situaciones?

5. ¿Qué tipo de movimiento del mundo se necesita hoy? ¿Cómo pueden los creyentes de Cristo contribuir a este movimiento?

Oración

Dios transformador, que envió al Espíritu Santo a los discípulos con un sonido del cielo y en lenguas de fuego, llenándolos de gozo y valentía para predicar el Evangelio eterno; envíanos en el poder del mismo Espíritu para dar testimonio de tu verdad y atraer a todos los pueblos hacia ti; a través de Jesucristo nuestro Señor. Amén. (adaptado de una colecta para Pentecostés del Libro de oración de la Iglesia Metodista)

Himno: "Deja que el poder caiga sobre mí"

Oh, deja que el poder caiga sobre mí, mi Señor

Deja que el poder caiga sobre mí;

Oh, que el poder del cielo caiga sobre mí,

Deja que el poder caiga sobre mí;

Porque queremos poder para vivir como uno, sí Señor,

Queremos poder para vivir como uno;

Así que mientras oramos e intercedemos por algunos,

Que el Espíritu nos mantenga unidos.

Envíanos al Consolador prometido, oh Cristo,

Envíanos al Consolador prometido;

Y que nuestros corazones se llenen de amor, oh Cristo

Cuando el Espíritu venga como paloma.

Danos el poder aquí y ahora, oh Cristo,

Por favor, por el poder aquí y ahora;

Envíanos el poder de la gracia, la paz y el amor,

Envíanos el poder de la paz y el amor.

Birchfield Aymer, (1944–)

Sing a New Song No. 3, Conferencia Caribeña de Iglesias, 1981

Sobre la autora

Karen Durant-McSweeney pertenece a la Friendship Methodist Church, Friendship Circuit, Guyana. Es doctora en medicina y diaconisa metodista. Después de graduarse del Colegio Teológico Unido de las Antillas (UTCWI, por sus siglas en inglés) en 1998, se desempeñó como diaconisa en el distrito de Belice/Honduras, donde participó en el ministerio de niños y niñas, jóvenes y mujeres y el ministerio médico. Posteriormente realizó un doctorado en estudios del Antiguo Testamento en la Universidad de Birmingham, Reino Unido. Actualmente es tutora metodista en la UTCWI, donde imparte ponencias sobre estudios bíblicos y lenguajes bíblicos y es la coordinadora de estudios de posgrado. Está casada con Victor McSweeney.