Image
Christmas decoration and Bible
Fotografía:

Introducción

En la temporada de Adviento y mientras celebramos la Navidad, Jesús está presente en muchas de nuestras reflexiones, no tanto como hombre adulto, sino como un bebé o incluso como un bebé en el vientre materno. En las lecturas de esta temporada y en las imágenes que vemos (tarjetas o iconos navideños), no nos encontramos con el Jesús adulto que habla y enseña, sino con el Jesús bebé, o con el niño Jesús, o con el Jesús que todavía no ha nacido. El Jesús de esta temporada no habla con palabras de amor ni pide a los demás que amen; ni siquiera hace cosas amorosas. Es, antes que nada, un Jesús que recibe amor, que depende del amor de los demás y que personifica el amor de Dios antes de que pueda encarnarlo o hablar de él. En esta temporada, en el Cristo que recibe amor vemos la verdadera profundidad del amor de Dios porque Él, que nos ama tanto, se hace vulnerable, se “vacía a sí mismo”, tomando la forma de un niño entre nosotros. En las historias de esta temporada de nuestra fe descubrimos que el amor no puede ser solamente un acto de poder, sino que debe ser un acto de vulnerabilidad. El Cristo que nos encontramos en las historias de Navidad no es activo y elocuente, sino pasivo e incapaz de expresarse; es el Cristo que recibe amor. Es el Dios que anhela nuestro amor, que hace emanar el amor de nosotros y que nos enseña más plenamente los misterios del amor.

Pasajes de la Biblia: Lucas 2:1-7; Lucas 2:25-35; Lucas 2:41-51

Lucas 2:1-7

Aconteció en aquellos días que salió un edicto de parte de César Augusto para levantar un censo de todo el mundo habitado. Este primer censo se realizó mientras Cirenio era gobernador de Siria. Todos iban para inscribirse en el censo, cada uno a su ciudad. Entonces José también subió desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén, porque él era de la casa y de la familia de David, para inscribirse con María, su esposa, quien estaba encinta.

Aconteció que, mientras ellos estaban allí, se cumplieron los días de su alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre porque no había lugar para ellos en el mesón.

Lucas 2:25-35

He aquí, había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre era justo y piadoso; esperaba la consolación de Israel y el Espíritu Santo estaba sobre él. A él le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes que viera al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, entró en el templo; y cuando los padres trajeron al niño Jesús para hacer con él conforme a la costumbre de la ley, Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:

“Ahora, Soberano Señor, despide a tu siervo en paz conforme a tu palabra;

porque mis ojos han visto tu salvación

que has preparado en presencia de todos los pueblos:

luz para revelación de las naciones

y gloria de tu pueblo Israel.”

Su padre y su madre se maravillaban de las cosas que se decían de él. Y Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:

“He aquí, este es puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha, para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones. Y una espada traspasará tu misma alma.”

Lucas 2:41-51

Iban sus padres todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron ellos a Jerusalén conforme a la costumbre de la fiesta. Una vez acabados los días de la fiesta, mientras ellos volvían, el niño Jesús se quedó en Jerusalén; y sus padres no lo supieron. Suponiendo que él estaba en la caravana, fueron un día de camino y lo buscaban entre los parientes y los conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén buscándole.

Aconteció que después de tres días lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían se asombraban de su entendimiento y de sus respuestas. Cuando lo vieron se maravillaron, y su madre le dijo:

“Hijo, ¿por qué has hecho así con nosotros? He aquí, tu padre y yo te buscábamos con angustia.”

Entonces él les dijo:

“¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que en los asuntos de mi Padre me es necesario estar?”

Pero ellos no entendieron el dicho que les habló. Descendió con ellos y fue a Nazaret, y estaba sujeto a ellos. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón.

Reflexión

En la tradición cristiana, estamos bien familiarizados con la idea de que María instruyó al niño Jesús, como cualquier madre instruiría a su hijo. Hay una fuerte tradición en la cristiandad occidental, por ejemplo, de pinturas en las que se muestra a María enseñando a su hijo a leer, particularmente las escrituras. También podemos encontrar pinturas de José enseñándole a Jesús las habilidades de un carpintero en el taller. Algunas de ellas pueden ser fantasiosas, pero debe ser cierto que quizá María y José también le enseñaron a Jesús algo acerca del amor, al menos de alguna manera. Aquí nos encontramos con una gran paradoja teológica que siempre es parte del misterio de la encarnación: que Él, fuente de todo amor, se hizo humano en Cristo Jesús convirtiéndose, no solo en fuente de amor, sino también en su objeto. En efecto, quizá sea profundamente cierto que ninguno de nosotros podremos ser jamás solo sujetos de amor (la parte activa), porque no podemos descubrir el amor verdadero a menos que seamos nosotros su objeto. Aprendemos a amar cuando somos amados. En Jesús vemos el misterio de Dios, que es amor, abriéndose para recibir amor de los demás y siendo ciertamente dependiente de ese amor.

En los pasajes de la Biblia del relato de Lucas del nacimiento de Jesús vemos atisbos, pequeños aunque poderosos, de cómo Jesús fue amado por María. En la temporada navideña amplificamos estos atisbos y concluimos, al desarrollarlos, que el niño Jesús fue objeto del amor humano.

Vemos a María dar a luz a su primogénito, envolverlo en pañales y acostarlo en un pesebre. Cualquier madre que haya envuelto a un bebé sabe cuánto se reconforta un recién nacido, que ha dejado el calor y el arrullo del vientre, al ser arropado. Asegurarse de que el niño esté arrullado, cómodo y caliente es un acto de amor. Aquí vemos a María hacer lo que un sinfín de madres amorosas han hecho y nos conmueve aunque sea acto de amor tan común, o quizá precisamente por ello.

Más tarde en la historia vemos que María y José llevan a su hijo al templo “para hacer con él conforme a la costumbre de la ley” y podemos percibir el orgullo que sienten al ser nuevos padres. Se sorprendieron aun más cuando el hombre en el templo, Simeón, empezó a hablar acerca de su hijo como “luz para la revelación de las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Y, después, Simeón advierte que vendrá sufrimiento: le confía a María que “una espada traspasará su misma alma”. María se extrañará de su hijo, como cualquier madre haría, pero Simeón sabe que su amor también le traerá dolor, que el amor es costoso, que el amor la hace profundamente vulnerable. Sabiendo cómo se desarrolla la historia, no podemos evitar pensar en la María que estará al pie de la cruz, y recordamos las numerosas representaciones emotivas de María sosteniendo en sus brazos, no a un bebé en vida, sino al Cristo yacente bajado de la cruz. Sabemos que a veces tenemos lástima del amor por el dolor que trae consigo. El amor nos hace vulnerables. Este es el amor que Jesús recibió como niño de su madre y que él mismo vivió.

En la historia del niño Jesús perdido, experimentamos el dolor que el amor provocó a María. Cuando se reúne con su hijo, dice, “Hijo, ¿por qué has hecho así con nosotros? He aquí, tu padre y yo te buscábamos con angustia”. Y al final de la historia leemos que María “guardaba todas esas cosas en su corazón”. Esta es una madre amorosa; estos son padres amorosos cuya vida, como muchos testificarán, estará siempre más vulnerable por estar tan vinculada al bienestar de su hijo.

Quizá María enseñó a su hijo a leer, o quizá no, pero seguramente le enseñó algo acerca del amor. Todos nosotros aprendemos del amor primero de nuestros padres o de quienes nos educaron. Ya sea que podamos expresarlas o no, las lecciones de amor que aprendemos de nuestros padres son las que se quedan con nosotros mientras llegamos a ser adultos. Todos sabemos que las personas que reciben amor incondicional e integral en su infancia son quienes tienden a volverse adultos bien equilibrados y seguros, equipados y listos para ser amorosos y generosos en sus propias relaciones. El amor no es algo que podamos decidir hacer o encarnar del todo por nosotros mismos, sino algo que todos necesitamos recibir antes de poder darlo; esta es la naturaleza del amor.

El teólogo y novelista presbiteriano Frederick Buechner escribió un pasaje emotivo acerca de cómo inició el amor por sus nietos:

Aquel día, en la escalera, cuando conocí a mi primer nieto, lo que vi con los ojos en mi cabeza fue un niño pequeño con cabello rubio platinado y ojos azul añil bajando hacia mí en los brazos de su madre. Lo que vi con los ojos de mi corazón fue una vida por la que daría la mía sin dudarlo un segundo. (The Eyes of the Heart, 1999, 165-66)

Buechner escribió más recientemente que, así como él aprendió tanto acerca del amor de sus abuelos, ahora aprende del amor de sus seis nietos que lo aman sin condiciones. Jesús fue parte de una familia humana y de ella aprendió las lecciones del amor: su poder, pasión y vulnerabilidad. Después predicó las parábolas de amor, dio un “nuevo mandamiento” – que nos amemos los unos a los otros – descrito en los dos mandamientos más importantes: “amar a Dios y amar al prójimo”, amo a sus discípulos como amigos (no como sirvientes), lloró la muerte de Lázaro, a quien amaba, y derramó su amor por el mundo en la cruz. Todo este amor, el amor de Cristo, fluye del corazón de Dios pero también tomó la forma del amor que Jesús recibió de su madre, de su familia y de sus amigos. Cuando el Verbo se hizo carne, Jesús no solo habló del amor desde la distancia como si no hubiera sido tocado por él, sino que él mismo conoció la realidad de amar y ser amado. El amor divino fue envuelto por el amor humano y, a su vez, nuestro amor humano puede ser bendecido por la gracia divina.

Preguntas para seguir reflexionando

  1. ¿Cómo supo usted que es amado/a?
  2. ¿Qué cosas en su vida hacen que amar sea difícil?
  3. ¿Qué característica identifica usted en el amor del que habló Jesús?

Oración

Señor Jesucristo, Hijo de Dios,

que conociste el amor de María

y la vulnerabilidad de la infancia,

nos arrodillamos ante tu cuna

como esperamos bajo tu cruz

para ver el poder del amor

de brazos tendidos al mundo.

Danos a quienes nos amarán

con un amor como el tuyo.

Que amemos recíprocamente

como tú nos invitaste a hacer,

por los siglos de los siglos, Amén.

Canción: Mary, Did You Know?

Acerca de la autora

Rev. Dra. Susan Durber es ministra de la Iglesia Reformada Unida del Reino Unido y presta sus servicios en una congregación del Suroeste de Inglaterra. Ha publicado un libro y artículos acerca de las parábolas de Jesús, libros sobre la oración y colecciones de oraciones. Como ex consejera teológica para Christian Aid, ha hecho publicaciones acerca de la pobreza, el género y el cambio climático. Es moderadora de la Comisión de Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias.