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John D. Lewis durante un concierto en la capilla del Centro Ecuménico, en el Comité Central del CMI de 1973. Foto: John Taylor

John D. Lewis durante un concierto en la capilla del Centro Ecuménico, en el Comité Central del CMI de 1973. Foto: John Taylor

En 2018 celebramos el 70º aniversario del Consejo Mundial de Iglesias (CMI). Con el fin de crear un animado relato de primera mano de la comunidad ecuménica y de nuestro camino común, las iglesias miembros han aportado historias de las personas, los acontecimientos, los logros e incluso los fracasos que han acentuado nuestra búsqueda colectiva de la unidad cristiana.

El autor de esta historia es John D. Lewis, del Reino Unido.

Las opiniones y los puntos de vista expresados en este artículo son los del autor y no reflejan necesariamente las políticas del CMI.

En retrospectiva, yo era un muchacho de 18 años 'muy joven' cuando llegué a la reunión del Comité Central del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), en Ginebra, en 1973, para servir como steward.

Mi padre, David Lewis, era traductor en el CMI, y fue idea suya que probara la experiencia de ser steward. Le estoy tan agradecido por haber tenido esa idea.

Ya había estado en Ginebra varias veces para visitarlo, pero esta vez era diferente. A las pocas horas de llegar al aeropuerto, ya estaba arropado por los amorosos brazos del CMI.

Mi vuelo llegó al final de la tarde y atravesamos la ciudad hasta llegar a un restaurante que estaba en la ruta del tranvía que iba hasta Carouge, donde vivía mi padre.

De inmediato me llamó la atención el sentimiento de amistad y comunidad, que yo nunca había experimentado. Rompí el pan, para comer la inevitable fondue de queso, con papá y con unos veinte empleados y amigos del CMI.

Y cuando, al día siguiente, me reuní con los demás compañeros stewards, la calidez fue aún mayor. Junto con Julia Gallin, cuya madre, Liz, creo que trabajaba en el Centro Ecuménico, y un joven estadounidense llamado Mark, se me asignó el rol de "administrador de prensa", encargado de ayudar a un grupo de 168 periodistas internacionales. Los tres entablamos rápidamente una verdadera amistad.

Así que empezó el Comité Central. Recuerdo observar desde nuestro puesto, en el balcón que da al vestíbulo, como Phillip Potter, refulgente, con una camisa informal de colores casi estridentes, charlaba con obispos, metropolitanos y archimandritas forrados con sus ropas formales y sus espectaculares sombreros.

Al final de cada sesión plenaria, Julia, Mark y yo éramos los personas preferidas de la prensa cuando competían por hacerse con una de las cabinas telefónicas instaladas en el balcón. La amistosa rivalidad entre Baden Hickman, del The Guardian, y Douglas Brown, de la BBC, marcaría mi vida para siempre. Estos dos hombres fueron quienes me convencieron para que me formara como periodista.

Por supuesto, siendo tan joven, no tuve mejor idea que hacer lo que me decían. Controlando el puesto de "seguridad", situado al final del pasillo del Departamento de Comunicaciones –para evitar que la prensa se colara a escondidas– detuve estoicamente a un señor mayor que quería entrar sin permiso. A pesar de sus protestas, le dije que no podía pasar.

El padre de John, David Lewis,
trabajando como traductor para la VI
asamblea del CMI, en Vancouver en
1983. Foto: CMI

La voz gruñona de mi padre surgió detrás de mí: "Está bien, John, puedes dejar pasar al Dr. Visser't Hooft, es uno de los nuestros".

Y el gran hombre me dio las gracias por mis esfuerzos. Increíble y, sin embargo, tan creíble.

Lo que descubrí ese primer verano fue que estar entre personas que se implican, permite que uno se implique. Estar entre personas importantes que muestran humildad, y no están cegadas por su posición, también permite que uno sea humilde.

Y la amabilidad de los desconocidos, pues para mí eran desconocidos, asombró a un adolescente impresionable.

Todo eso me ha acompañado hasta el día de hoy.

El año siguiente, me invitaron a repetir como steward, esta vez en Berlín. Mi padre no iba a estar allí, así que un periodista radiofónico alemán, un completo desconocido para mí, me alojó en su casa las tres noches antes de mudarme al 'hostal' alquilado para los stewards.

Una vez más, me encontré allí con Mark y formé un nuevo grupo de amigos. Y en el lugar donde se celebró la reunión, varias personas que aún no conocía se acercaron a saludarme y desearme suerte, y me pidieron que transmitiera sus saludos a mi padre.

Estoy orgulloso de haber estado allí, de haber tenido esa gran oportunidad.

Lo único que lamento es que tuvieron que pasar unos 20 años desde esos maravillosos veranos hasta que me di cuenta del regalo que me habían hecho, de lo que el CMI me había dado.

Feliz cumpleaños. Por 70 años más.

Resumen de las historias publicadas hasta la fecha: www.oikoumene.org/es/wcc70/stories-from-70-years-of-wcc

Más información sobre el 70º aniversario del CMI: www.oikoumene.org/es/wcc70

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