Image
El obispo Rolf Koppe (4º desde la izquierda) en 2005 con dirigentes de iglesias cubanas y la delegación del CMI encabezada por el entonces secretario general del CMI, Samuel Kobia. Fotografía: CMI/José Aurelio Paz

El obispo Rolf Koppe (4º desde la izquierda) en 2005 con dirigentes de iglesias cubanas y la delegación del CMI encabezada por el entonces secretario general del CMI, Samuel Kobia. Fotografía: CMI/José Aurelio Paz

En 2018 celebramos el 70º aniversario del Consejo Mundial de Iglesias. Con el fin de crear un animado relato de primera mano de la comunidad ecuménica y de nuestro camino común, las iglesias miembros han aportado historias de las personas, los acontecimientos, los logros e incluso los fracasos que han acentuado nuestra búsqueda colectiva de la unidad cristiana.

La siguiente historia fue escrita por el obispo emérito Rolf Koppe, que fue obispo de la Iglesia Evangélica en Alemania para los ministerios en el extranjero y miembro del Comité Ejecutivo, además de copresidente de la Comisión Especial sobre la Participación de los Ortodoxos en el CMI.

Las opiniones y los puntos de vista expresados en este artículo son los del autor y no reflejan necesariamente los principios básicos del Consejo Mundial de Iglesias.

El viaje a Cuba del 29 de julio al 4 de agosto de 2005 fue, sin ninguna duda, un momento importante de mi carrera ecuménica.

Bajo el liderazgo del secretario general del CMI, Samuel Kobia, viajamos la Sra. Bernice Powell-Jackson de la Iglesia Unida de Cristo en los Estados Unidos de América, presidenta del CMI, la Sra. Marta Palma de Chile y el Sr. Guillermo Kerber de Uruguay (personal del CMI), y yo mismo, de la Iglesia Evangélica en Alemania, como miembro del Comité Ejecutivo del CMI. Dado que nos habían invitado el Consejo de Iglesias de Cuba y la Oficina Estatal de Atención a los Asuntos Religiosos de Cuba, pudimos visitar muchas iglesias, asistir a numerosos servicios y establecer contactos con las autoridades, incluyendo una larga conversación nocturna con el presidente cubano Fidel Castro.

Después de esperar más de dos horas en la noche de un martes, fuimos informados de que el presidente estaba esperando a la delegación en el Centro de Convenciones. Nos tomó dos intentos encontrar la entrada correcta. Nos sentamos en los pesados sillones del vestíbulo de entrada. Después de otra hora y media de espera, tomamos el ascensor hasta el primer piso, acompañados por un oficial que claramente había aprendido alemán en la República Democrática Alemana.

Tan pronto como salimos del ascensor, diez minutos antes de la medianoche, nos recibió un presidente jovial y de buen humor que parecía más alto que en las fotografías oficiales. Tuvo el detalle de preguntar a cada miembro de la delegación por su salud y país de origen.

Se nos invitó a sentarnos en una sala impresionante en torno a una mesa grande, enfrente del presidente, un intérprete y un oficial que acompañaba a nuestra delegación. Castro tenía ante él tablas con líneas de números, que empezó a comentar de inmediato, no sin antes pedir disculpas por el retraso: “Si no fueran ustedes cristianos, no me excusarían”.

Explicó que, hasta ese momento, en un período de diez días habían llegado de Venezuela 10 000 pacientes para operarse de la vista en la nueva clínica universitaria. La cifra correspondiente al año anterior ascendía a 20 000. “Les dedico mi tiempo”, dijo, mientras se inclinó sobre las cifras y dibujó un ojo con las pupilas dilatadas en el mantel de lino con una pluma estilográfica.

El hombre de 78 años, con el uniforme verde oliva con charreteras negras y rojizas luciendo una estrella con ramas de bellotas doradas, hablaba de manera rápida y concentrada, barriendo la sala con los ojos. Tenía las orejas grandes, mientras que las grandes manchas de la vejez en su rostro revelaban su edad.

Llevaba puesto un reloj digital. Su barba rala era más escasa que en las fotografías. No usaba lentes. Sus observaciones describían la situación de Cuba. Gracias al diagnóstico temprano, había sido posible reducir el número de personas ciegas de 15 000 a unas 1000.

El obispo Rolf Koppe en el Comité Central del CMI en Ginebra en 2002. Fotografía: Peter Williams/CMI

Castro preguntó de repente si había religiones que prohibían los trasplantes de órganos. Samuel Kobia –que tomó la palabra por primera vez y fue el único miembro de la delegación que habló durante las tres horas de reunión– mencionó a los testigos de Jehová y que había reservas en el islam. Entonces Castro contó cómo, unos días antes, con la intervención de la embajada cubana de Caracas, él y Marta Palmer habían embarcado en un avión fletado para traer pacientes con problemas oculares a Cuba. “Dios tomó una decisión”, añadió Castro, describiendo al presidente Chávez como un “socialista cristiano”. Después de que Kobia le preguntara cuánto tiempo llevaba funcionando el proyecto, le dijo que solo había 3000 médicos en Venezuela para unos 24 millones de habitantes. La campaña actual era la segunda de este tipo.

En Cuba había 20 000 médicos y 25 000 estudiantes en formación. De ellos, 5000 estaban destinados a África, donde los médicos locales no quieren trabajar en zonas rurales y en los barrios. Muchos también morirían de sida. De hecho, se necesitaban 670 000 médicos para cubrir el continente africano siguiendo un promedio de un médico por cada 10 000 habitantes. Haciendo un cálculo febril en un rollo de papel, Fidel Castro dijo con una sonrisa: “Tengo que aprender todo eso”.

Kobia recordó que el CMI se había ocupado por primera vez de la división norte-sur en Uppsala en 1968. Castro le preguntó si había estado presente. “No”, contestó Kobia, “pero ahora, en la Asamblea General de Porto Alegre, tenemos la oportunidad de tratar este tema de nuevo. Los delegados de Cuba podrían ayudar a este respecto”. “Claro”, respondió Castro, “570 millones de personas en América Latina necesitan más médicos. Ustedes lo saben a través de sus pastores; nosotros lo sabemos gracias a nuestros médicos”.

Kobia hizo alusión a los planes del expresidente de los Estados Unidos Jimmy Carter y el eslogan “Un mundo mejor es posible”. Castro interrumpió: “Dios está castigando a este mundo: tenemos nuestro 14º huracán este año, que está arrasando el país a 150 kilómetros por hora. En el Nilo, el calor está acelerando la mutación; los pájaros han propagado una enfermedad”. Y meditó sobre el Apocalipsis de la Biblia: la humanidad ha estado desapareciendo desde que se lanzaron las bombas atómicas en 1945 y el medio ambiente se ha degradado. Hubo vacas locas y nuevas enfermedades. El 90% de la investigación se destinaba a las nuevas armas. “Necesito asesoramiento del Consejo Mundial de Iglesias”.

Kobia comenzó con la afirmación del apóstol Pablo de que toda la creación anhela la redención, señalando que las cosas habían empezado a moverse con la Cumbre para la Tierra que se celebró en Río en 1992 y el Protocolo de Kyoto. El CMI podía aunar esfuerzos con muchos gobiernos. Castro comentó: “Dios necesita algunos instrumentos para castigarnos”. Cuando le contamos que el Comité Central del CMI estaba preparando el tema de la globalización, empezó a reírse y preguntó incrédulo si el CMI también tenía un Comité Central de 150 miembros. Cuando Kobia respondió que sí, recibió de vuelta una sonrisa cómplice.

Castro inquirió entonces sobre las relaciones con las iglesias ortodoxas y la Iglesia Católica Romana. Le dijimos que la mayoría de las iglesias ortodoxas ya eran miembros del CMI y que la cooperación con la Iglesia Católica Romana era buena. Esta última estaba representada en 70 de los 120 consejos nacionales de iglesias, como por ejemplo en Brasilia.

Kobia hizo hincapié en que las iglesias protestantes estaban creciendo y que se necesitaban nuevos edificios de iglesias, también en Cuba. Las esferas religiosa y pública estaban entrelazadas, ya que la Biblia cubría la totalidad de la vida. Castro señaló que la Iglesia Católica Romana tenía muchas órdenes, sobre todo órdenes femeninas, que usaba para el proselitismo. El protestantismo era más disciplinado. Desde la visita del papa Juan Pablo II a Cuba, la relación con la Iglesia Católica era más distendida. Antes de eso, los círculos americanos habían intentado utilizar al papa contra la Revolución cubana para hacer caer a Cuba.

Haciendo alusión una vez más al problema de la construcción de iglesias, Kobia recibió la siguiente respuesta de Castro: “Vamos a analizar eso”. Kobia entregó a Castro como regalo una escultura en piedra de Kenia que simbolizaba la solidaridad entre los pueblos. Castro le dio las gracias y señaló que muchos africanos estudiaban en Cuba y que la colonización había sido la tragedia de los países africanos. El presidente de Nigeria había hecho una visita a Cuba y había solicitado médicos. También había escasez de capital humano.

Se tomaron las fotografías a las 2:45 horas de la madrugada. El presidente Castro se despidió de nuestra delegación diciendo que otra delegación –de Venezuela– le estaba esperando.

 

Más información sobre el 70º aniversario del CMI

Resumen de las historias publicadas hasta la fecha

Si usted también se siente inspirado para enviarnos su historia sobre el CMI, ¡contacte con nosotros!

Comunicado de prensa del CMI sobre el viaje a Cuba (en inglés)