Por Hans-Ruedi Weber

Fotos para ilustrar esta crónica están disponibles en el sitio web Photo Oikoumene:www.photooikoumene.org/eccentre/bossey/index.html

Si las piedras de la vieja torre de Bossey pudieran hablar, tendrían mucho que contar. Sobre los monjes cistercienses que cultivaban sus viñedos en esta finca en el siglo XII. O sobre la familia burguesa que construyó la actual mansión a comienzos del siglo XVIII, o sobre los que, a principios del XIX, la convirtieron en un centro de intercambios culturales...

Miles de historias esperan ser contadas sobre Bossey por gentes que han acudido aquí de todos los rincones del mundo desde el establecimiento, en 1946, del Instituto Ecuménico y la posterior inauguración de su Ciclo Académico de Estudios Superiores en 1952/53. Para estas gentes, "Bossey" es no sólo un lugar pintoresco cercano a Ginebra, frente al lago y a los Alpes suizos y franceses. Lo que recuerdan en primer lugar son las personas, pertenecientes a muchas culturas y confesiones cristianas, que vinieron a Bossey y hoy están inspiradas por un ideal común. Para todas estas personas Bossey, y especialmente su Ciclo Académico, han sido verdaderamente un "vivero", un "seminario" -un semillero- para la formación de futuros dirigentes ecuménicos, y de la Oikoumene misma.

Cuando los estudiantes del primer Ciclo Académico se dispersaron hace 50 años, el Instituto Ecuménico había realizado ya un trabajo pionero durante siete intensos años. Hendrik Kraemer y Suzanne de Diétrich, el primer equipo de dirección, habían hecho énfasis en la formación de laicos. Ayudaron a jóvenes dirigentes, maestros, trabajadores sociales, médicos, industriales, políticos y artistas a explorar la manera de vivir su vocación cristiana en sus tareas cotidianas. Temas conflictivos de la posguerra como la amenaza nuclear, el futuro de la familia o el sentido de la historia fueron abordados en consultas interdisciplinarias.

Durante ese período inicial, los participantes vinieron principalmente de la Europa desgarrada por la guerra y de América del Norte, y provenían, en su mayor parte, de denominaciones protestantes. Pero desde muy pronto, especialistas de las tradiciones ortodoxa y católica romana, así como conferencistas invitados de países del Sur, ejercieron una fuerte influencia.

De la confrontación a la reconciliación

Los encuentros en Bossey pueden ser tanto traumáticos como sanadores. Nunca olvidaré un curso para jóvenes dirigentes durante ese período inicial. El château estaba entonces mal equipado para su nueva misión. Cada día, alternando con los estudios, teníamos que hacer un duro trabajo manual para ayudar al funcionamiento del lugar. Prisioneros de guerra recién liberados, refugiados de campamentos de personas desplazadas y voluntarios de organismos de socorro formaban el grueso de nuestro grupo, en el que muchos sufrían todavía las heridas físicas y mentales de la guerra. Para la mayoría de nosotros, era el primer encuentro a través de fronteras nacionales que habían permanecido cerradas durante un decenio, y también el primer encuentro cara a cara con nuestros antiguos enemigos.

Durante algunos días estudiamos, trabajamos y comimos codo con codo pero como extraños, sin encontrarnos realmente ni ser capaces de penetrar en la tradición de culto del otro. Entonces vino una explosión: frustraciones, heridas profundas, rabia y resentimientos arraigados salieron a la luz en duras acusaciones mutuas. Sin embargo, al estudiar la Biblia y discutir los problemas de la posguerra, los profetas del Antiguo Testamento empezaron a interpelarnos con autoridad. Se inició un proceso doloroso de confesión mutua y reconciliación, conducente a un acto de culto en común y a una verdadera experiencia de Pentecostés.

No todos los encuentros en Bossey causaron la misma fuerte impresión, pero muchos estudiantes de los anteriores Ciclos Académicos podrían hablar de experiencias similares, ocurridas durante su semestre, que cambiaron sus vidas. Cuando durante la época del apartheid, por ejemplo, negros y blancos de Sudáfrica estudiaban juntos en Bossey, todos y cada uno de los miembros de la comunidad de ese semestre experimentaban el dolor del racismo y luchaban por su curación.

¿Por qué añadir un Ciclo Académico de 4 ó 5 meses a un programa anual ya completo?

Desde alrededor de 1950, empezó a crecer el número de solicitudes para asistir a los cursos de verano del Instituto Ecuménico para estudiantes de teología, pastores y misioneros. El Consejo Mundial de Iglesias (CMI) había sido establecido en 1948 y el movimiento ecuménico se aceleraba. Estaba clara la gran necesidad y la sed de una educación -ecuménica-, función no desempeñada por las instituciones existentes de formación teológica.

Por ello Bossey, junto con la facultad de teología de Ginebra, recogieron una propuesta hecha 25 años antes por Adolf Keller. Este profesor de la Universidad de Ginebra había hecho en los años veinte prolongadas visitas a las iglesias de América del Norte y Europa con objeto de organizar actividades de socorro entre las iglesias. Comprobando lo poco que las iglesias sabían unas de otras y lo mal preparadas que estaban para el testimonio profético y la reconciliación sacerdotal en un mundo desgarrado por la guerra, Keller había propuesto la fundación de un "centro docente permanente para una escuela superior residencial de estudios ecuménicos".

Esto fue en 1928. Los planes para tal centro progresaron pese a la crisis financiera mundial de los años treinta. En 1934 se organizó en la Universidad de Ginebra una primera escuela ecuménica de verano, a la que asistieron estudiantes de teología protestantes y ortodoxos y jóvenes profesores de teología de Europa y América. La enseñanza se impartió en francés, inglés y alemán, y la financiación corrió en parte a expensas del propio Keller. Aquellos seminarios de Ginebra, que llegaron a tener 100 participantes, continuaron durante los años siguientes, destacando entre sus profesores Karl Barth, Reinhold Niebuhr, Stephan Zankov y Toyohiko Kagawa.

Pero la guerra inminente puso fin a la empresa y el plan de un centro residencial de formación ecuménica hubo de congelarse. Finalmente, el sueño se realizó por fin en 1952/53. Y desde entonces cada año, de octubre a febrero, los estudiantes del Ciclo Académico han tomado posesión de Bossey.

50 años de "arriesgados experimentos"

Se necesitarían muchas más páginas para una revisión incluso superficial de los últimos 50 años de esta aventura. Básicamente, el programa del Ciclo Académico ofrece estudios bíblicos, una introducción a la historia del movimiento ecuménico, e introducciones a las diversas familias confesionales, especialmente a las iglesias ortodoxas. Cada semestre se concentra además en una cuestión de actualidad en la agenda mundial y ecuménica, desarrollada a menudo en colaboración con los estudios y programas del CMI. Algunos ejemplos son: la iglesia en el mundo tecnológico; iglesia, estado y poder; evangelio y cultura; diálogo con creyentes de otros credos.

Ha habido una experimentación constante, aunque no siempre exitosa, en la búsqueda del contenido, la duración y la composición "ideales" para el programa del Ciclo Académico. ¿Debería admitirse sólo a estudiantes con formación teológica? ¿Debería haber dos trimestres en lugar de un semestre? ¿Debería unirse un trabajo de campo al curso residencial? (Respecto al actual programa académico, véase la información sobre el semestre básico, los cursos de Master y de Doctorado en el sitio web de Bossey www.wcc-coe.org/bossey.)

He participado en unos veinte semestres -como estudiante, como director o como especialista- y es obvio que ningún Ciclo Académico es igual a otro. En comparación con los primeros años, tanto el estudiantado como el profesorado residente representan ahora a una mayor variedad de culturas y confesiones. Pensadores creativos y profetas de nuestro tiempo siguen viniendo como profesores visitantes. El vínculo con la Universidad de Ginebra se ha hecho más estructurado, y desde fines de los años setenta en la mayoría de los semestres se incluye también una muy instructiva semana de estudios en Roma.

Pese a todos los preparativos y planes, cada semestre en este laboratorio ecuménico es inevitablemente un experimento arriesgado tanto para el personal docente como para los estudiantes. A menudo no es el programa preparado lo que más profundamente marca los estudios, sino la composición y la interacción de los participantes, y lo que está sucediendo contemporáneamente en las sociedades e iglesias de donde proceden.

Algunas cuestiones y experiencias básicas siguen siendo las mismas. ¿Cómo alcanzar, en esta comunidad residencial temporal de estudiantes, el equilibrio correcto entre la enseñanza y el aprendizaje académicos, el intercambio de experiencias de vida, y el crecimiento espiritual colectivo e individual? ¿Cómo pueden hombres y mujeres de tan diversas procedencias étnicas, con tan distintos contextos sociopolíticos y experiencias económicas y académicas, y procedentes de tradiciones teológicas y espiritualidades protestantes, ortodoxas, católico romanas y pentecostales empezar siquiera a escucharse y aprender unos de otros?

El inglés se ha convertido en el principal vehículo de estudio y comunicación. Esto significa que la mayoría del personal docente y de los participantes tienen que hacerse entender en una lengua que para ellos es su primera, segunda o tercera lengua extranjera. Y los de lengua inglesa tienen que aprender a entender y hablar un "inglés ecuménico". Este obstáculo lingüístico, que todos comparten, llega a ser un sano ejercicio ascético para los teólogos, a menudo demasiado locuaces.

Cuando, tras la educada distancia y el aislamiento iniciales, se desarrolla una vida comunitaria intensa, aparecen agudas tensiones culturales, confesionales y teológicas. Entonces es preciso abordar las confrontaciones y vivirlas. Se manifiestan y se denuncian prejuicios generalmente inconscientes. Verdades parciales fervientemente defendidas, que se toman por la verdad total, son puestas en entredicho.

Intercaladas con tales tensas confrontaciones, las comidas en común, las fiestas, los partidos de volleyball y las largas veladas de conversación tienen un efecto balsámico. Nociones generales abstractas como "los asiáticos", "los ortodoxos", "las feministas", se concretan gradualmente en un rostro y una persona, a menudo muy apreciada. Por ello es especialmente doloroso que, hasta hoy, no todos puedan unirse en una Eucaristía común. Sin embargo, al final y por obra de esa vida en comunidad, la mayoría de los participantes recordarán en primer lugar, y con gratitud, la bonita capilla de Bossey más que su sala de conferencias o su biblioteca.

Si la Oikoumene ha de continuar descubriendo y preparando a los nuevos dirigentes esenciales para mantener su salud y seguir creciendo, es imprescindible que exista un semillero, un "vivero" o "seminario" como el Ciclo Académico de Bossey. Para continuar este trabajo en los ahora renovados y bien equipados edificios es esencial, primero, asegurar que cada semestre acuda un estudiantado geográfica y confesionalmente representativo -lo cual requiere ofrecer suficientes becas-. Debe continuar asimismo la interacción mutuamente fructífera entre las consultas interdisciplinarias del Instituto, orientadas al mundo, y el Ciclo Académico. Y un equipo de líderes residentes con libertad y arrojo para la experimentación es, como ha sido siempre, condición sine qua non de la labor creativa y pionera en la que Bossey luce como un faro.

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El primer encuentro de Hans-Ruedi Weber con Bossey tuvo lugar en una conferencia de jóvenes dirigentes en 1948. Seis años más tarde fue alumno del Ciclo Académico. Weber siguió asociado con el Instituto durante los años que formó parte del personal del CMI como director de laicado, director asociado de Bossey durante diez años, y después director de estudios bíblicos en el CMI. Desde su jubilación en 1988, sigue prestando su apoyo a Bossey y sirviendo como especialista.