El Rev. Dr. Samuel Kobia tomó posesión de su cargo como secretario general del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) a principios de 2004. Con ocasión de cumplir sus primeros 100 días en el puesto, concedió la siguiente entrevista al Equipo de Información Pública del CMI. En ella Kobia habla de su trabajo cotidiano y de sus primeras acciones como secretario general, los desafíos a los que se enfrenta el movimiento ecuménico en los inicios del siglo XXI, el papel y las prioridades del CMI y sus sueños e ilusiones para el Consejo. (Este material puede ser reproducido libremente. Fotografía en alta resolución sin cargo disponible, véase al final.)

Han pasado ya 100 días desde que asumió usted el cargo de secretario general del Consejo Mundial de Iglesias. ¿Ha habido sorpresas en este comienzo?

Naturalmente no soy nuevo en el CMI ni tampoco en la Secretaría General, porque he formado parte del personal dirigente de la organización durante muchos años, pero debo decir que sólo cuando uno se sienta en donde yo estoy ahora se aprecian todas las dimensiones de este puesto. Una de las cosas que me ha sorprendido es el volumen de trabajo que ha de hacer cada día el secretario general. Por ejemplo, el volumen de correspondencia ordinaria y electrónica que produce diariamente nuestra tupida red de relaciones es increíble. Después, requieren mi tiempo personas que nos ven como interlocutores válidos. Además de otras organizaciones internacionales, iglesias miembros y entidades de nuestro ámbito, hay muchas otras personas del público en general que vienen aquí o que solicitan ser recibidas. Muchas más de las que yo esperaba.

Mirando hacia atrás, ¿puede compartir algunas de sus primeras acciones desde que asumió el cargo?

Doy mucha importancia a las relaciones. Una organización es buena si sus relaciones son buenas, especialmente con sus propios miembros. Siendo los órganos rectores del CMI tanto los representantes directos de la comunidad de iglesias como mi principal fuente de asesoramiento y consejo, empecé por dirigir una carta personal a cada miembro de nuestro comité central. A continuación, para mejorar nuestras relaciones con los interlocutores ecuménicos que nos financian, mantuve una reunión con nuestros donantes más próximos. Y después, convencido de la gran importancia de las relaciones del secretario general con su personal, me he esforzado por mostrarme accesible, escuchar y reunirme con los colegas del personal durante estos primeros 100 días.

A comienzos de marzo viajé a Washington para asistir a una reunión de las iglesias de los Estados Unidos. Quería reforzar la relación con nuestros miembros de esa parte del mundo, teniendo en cuenta que en 2004 el Decenio para Superar la Violencia enfoca su atención en los Estados Unidos. Un momento destacado de ese viaje fue la reunión que mantuve con los dirigentes de las iglesias negras históricas que son miembros del CMI, la primera reunión que tiene lugar entre un secretario general del CMI y los dirigentes de tales iglesias.

También a principios de marzo visité Antelias, Líbano, para reunirme con el moderador de nuestro comité central, Su Santidad Catholicos Aram I, y con representantes de la Iglesia Católica Romana. Ello me permitió afirmar que las relaciones entre el CMI y la Iglesia Católica Romana seguirán reforzándose.

¿Qué evaluación le merece la situación actual del movimiento ecuménico, y cuáles serían a su parecer algunos de los principales desafíos de este tiempo?

Está claro que en los últimos diez años, el CMI ha tratado de responder a cuestiones fundamentales que se plantean al movimiento ecuménico mediante estudios como “Hacia un entendimiento y visión comunes del CMI”, que recalcaron la dimensión del Consejo como comunidad de iglesias, y la necesidad de profundizar y ampliar esa comunidad. La Comisión Especial sobre participación de los Ortodoxos en el CMI fue un proceso análogamente importante, seguido más recientemente por el comienzo de un debate sobre una nueva configuración del movimiento ecuménico. Todos éstos son importantes indicadores del deseo y la necesidad de reevaluar hoy el movimiento ecuménico.

Creo que ha llegado el momento de considerar de nuevo realmente el movimiento ecuménico de hoy. Creo que éste se encuentra ante un desafío sin precedentes. Atrás quedan, en muchos sentidos, la situación en que nació el CMI y las realidades que lo han sostenido en términos de la misión, los objetivos y la causa del Consejo. Nos encontramos en una situación enteramente nueva. Las formas clásicas de aprendizaje ecuménico están cambiando. Los movimientos cristianos estudiantiles y las academias de laicos que son los vectores tradicionales de formación ecuménica parecen esforzarse por sobrevivir en muchos lugares. Crece el ecumenismo bilateral. Algunos pentecostales y evangélicos consideran ahora que trabajan por el ecumenismo porque atraen a gentes de diversas denominaciones a colaborar, por ejemplo en organizaciones paraeclesiásticas. Y la aparición de congregaciones no denominacionales es también una nueva realidad. En resumidas cuentas, yo diría que tanto a escala mundial como local el movimiento ecuménico se encuentra ante una realidad cambiante que nos fuerza a reevaluarla y a considerar la manera de seguir avanzando. Tengo la impresión de que las formas actuales del movimiento ecuménico institucional no se adaptan convenientemente a nuestras necesidades.

Otro desafío se refiere a las iglesias protestantes. Históricamente, la corriente central del protestantismo, en particular en Europa, ha desempeñado un papel central en el movimiento ecuménico y ha aportado mucho tanto al pensamiento como a las formas del movimiento ecuménico y del CMI. Ahora, si bien las iglesias protestantes de Europa siguen teniendo un papel destacado en el movimiento ecuménico, parecen estar perdiendo parte de su estatus y su influencia en la sociedad. Por otra parte, me anima ver que el espíritu del ecumenismo sigue vivo en las iglesias miembros del CMI, tanto protestantes como ortodoxas, en todas las regiones. Hemos visto un renovado interés en otras partes del mundo cristiano que tradicionalmente no estaban integradas en el movimiento ecuménico. Estas últimas tendencias suscitan esperanza. Estamos pues en un tiempo de cambio, un tiempo de inquietud para algunos, y me pregunto si la búsqueda de una nueva configuración del movimiento ecuménico brindará el ámbito adecuado para hacer frente a estas cuestiones, o si necesitaremos encontrar nuevas maneras de plantearlas al avanzar en el siglo XXI.

Ha mencionado usted las relaciones con la Iglesia Católica Romana y el papel de las iglesias ortodoxas. ¿Qué juicio le merecen sus contribuciones al movimiento ecuménico en el siglo XXI?

Los trabajos desde 1999 de la Comisión Especial sobre Participación de los Ortodoxos en el CMI muestran que las iglesias ortodoxas deseaban confirmar su adhesión al ideal ecuménico. Cuando vieron que había algo necesitado de cambio, o con lo que no estaban de acuerdo, su reacción no fue retirarse sino implicarse y cambiar sin dejar de permanecer en la familia ecuménica. También he visto que las iglesias miembros del CMI, interpeladas por los ortodoxos, han estado dispuestas a implicarse ellas mismas en un debate de las cuestiones centrales a la comunidad que es el CMI, y no se limitaron simplemente a cumplir requisitos institucionales o asistir a reuniones.

La Comisión Especial también ha creado para el CMI la oportunidad de un cambio en su cultura institucional que no tiene precedentes, gracias a su propuesta de un modelo de consenso que se está introduciendo gradualmente. Esto podría significar un cambio notable y positivo en nuestra manera de trabajar, y nos da una fórmula para hacer frente en el futuro a cuestiones y problemas polémicos.

También es importante considerar nuestras relaciones con la Iglesia Católica Romana. Cuando me reuní en Antelias con el presidente del Pontificio Consejo por la Unidad de los Cristianos, Cardenal Walter Kasper, hablamos sobre la manera de reforzar nuestra colaboración, en particular cuando disponemos de un marco como el Grupo Mixto de Trabajo entre el CMI y la Iglesia Católica Romana. Lo más importante aquí no es la condición de miembro, sino la profundización de nuestra colaboración. Es preciso renovar la apuesta por la unidad visible de las iglesias. La Comisión de Fe y Constitución y el Grupo Mixto de Trabajo son muy importantes porque ofrecen posibilidades para la participación de la Iglesia Católica Romana en la vida y los trabajos del CMI. Me siento también animado por los crecientes esfuerzos de colaboración en el ámbito de migración, salud y sanidad, sin olvidar las tradicionales relaciones en el ámbito del diálogo interreligioso.

¿Cómo definiría usted el papel y la contribución específicos del CMI en este contexto complejo y cambiante?

El CMI es único en su género, y su peculiaridad radica en su papel especial como “espacio” mundial multilateral que congrega a una extraordinaria representación de historias, culturas y teologías para encontrarse recíprocamente de una manera que no se da en ninguna otra organización. Hay en el CMI una riqueza inigualada, y tenemos que encontrar maneras de hacer el mejor uso de este tesoro. La diversidad que tenemos aquí debe ser considerada no como un obstáculo, sino como un rico recurso que hay que poner al servicio de todos.

¿Cómo imagina usted el próximo período del CMI, de cara a su novena asamblea en 2006 y al 60 aniversario de la organización en 2008?

Uno de los descubrimientos que he hecho en las reuniones con organizaciones y personas durante años es que se espera del CMI que sea una voz moral tanto para sus miembros como para el mundo en general. Quisiera que el CMI fuese un movimiento y una institución que ofreciese orientación moral frente a los problemas críticos del mundo. Estoy convencido de que las cuestiones planteadas al mundo de hoy son fundamentalmente de índole espiritual. Pese a los notables progresos tecnológicos y científicos en muchos ámbitos, cuando se trata de las relaciones humanas, los desafíos son enormes.

En África, las personas que llegan a 60 años son consideradas como suficientemente juiciosas para aconsejar a la comunidad y a la familia sobre cuestiones importantes. Espero que el CMI, a sus 60 años, pueda ofrecer este tipo de servicio, y sea visto como una comunidad que ayuda a los demás a progresar y a responder a los desafíos.

¿Qué prioridades ve usted para el CMI en el futuro inmediato?

Nuestra labor debe apoyarse hoy en la espiritualidad. Cualquier cosa que hagamos, desde la diaconía hasta el trabajo por la justicia y la paz o el diálogo interreligioso, debemos descubrir cómo la espiritualidad puede ser su sustento y su base. A este respecto es importante la Iglesia Ortodoxa, como una parte del movimiento ecuménico con siglos de espiritualidad viva. El movimiento ecuménico puede beneficiarse enormemente de sus dones.

Mirando hacia atrás, podría decir que la decisión del CMI de proclamar un Decenio para Superar la Violencia fue verdaderamente inspirada por el Espíritu Santo. Creo que la violencia en todas sus formas es realmente lo que amenaza con desgarrar a la humanidad. La inseguridad en nuestros hogares, en nuestras comunidades, en las ciudades y en el mundo es la mayor preocupación de la gente. La fragmentación del mundo de hoy es ciertamente una consecuencia de la pérdida por parte de la humanidad de su capacidad para mantener relaciones de buena vecindad. Las iglesias y el CMI pueden aportar una importante contribución a la superación de la violencia en todos los niveles, y el Decenio para Superar la Violencia nos ofrece un marco para avanzar en ese sentido.

En comparación con lo que muchos esperaban hace 50 años, la religión al empezar el siglo XXI ha vuelto a la escena pública. Se atribuye a la religión un lugar central en la sociedad, y la religión sigue siendo un fuerte elemento de identidad para muchas personas en muchos lugares. Así pues, el diálogo entre religiones es aún más esencial para que las diferencias de identidad no sean una fuente de conflicto o un “choque de civilizaciones”, sino una fuente de paz. Por añadidura, la propia pluralidad religiosa nos interpela de muchas maneras: ¿Cómo podemos pensar y actuar juntos respecto a cuestiones de interés común? ¿Cómo nos vemos a nosotros mismos los cristianos, y cómo vemos la educación cristiana a la luz de la pluralidad religiosa? He aquí verdaderas prioridades para las iglesias, así como para el CMI.

La educación y la formación ecuménicas constituyen también un ámbito necesitado de particular atención. Hay que dedicar mucho énfasis y recursos a los jóvenes en particular, pero todas las generaciones necesitan reafirmar en nuevas formas su compromiso con el movimiento ecuménico.

Y por supuesto, en todo momento la búsqueda de la unidad visible de las iglesias ha de seguir siento una prioridad máxima para el Consejo. La extensión de nuestra comunidad de iglesias sigue siendo especialmente importante en este contexto. Necesitamos afirmar de nuevo que el objetivo de la unidad visible de las iglesias ocupa un lugar central en la vida del CMI.

¿En qué sentido cree usted que se ha reforzado el papel de la mujer y de la juventud en el movimiento ecuménico?

La reciente visita de una delegación de jóvenes de Dinamarca al CMI me dio mucho que pensar. Creo que necesitamos utilizar nuestros marcos institucionales y programáticos, en especial el Instituto Ecuménico de Bossey, para ampliar la participación activa de los jóvenes en la vida del CMI. Las nuevas tecnologías pueden ofrecer maneras creativas de hacerlo. Quisiera también aprovechar la novena asamblea del CMI, tanto su preparación como el evento mismo, como ocasión para promover la participación de muchos cientos de jóvenes, reforzando las oportunidades de formación y compromiso ecuménicos más allá de los 700 delegados oficiales. Análogamente, quisiera extender esta oportunidad a las mujeres, tradicionalmente marginadas en la iglesia y en la sociedad. La asamblea es una ocasión para dedicar especial atención a las mujeres, y es un momento importante durante el cual ellas pueden ocupar el puesto al que tienen derecho en el movimiento ecuménico.

Es esencial reconocer que las mujeres son particularmente víctimas de la violencia en nuestro mundo de hoy, en el que conflictos y guerras se ciernen cada vez más sobre las poblaciones civiles. En África, los trágicos conflictos de los últimos años me dicen que algo ha funcionado realmente mal en nuestras sociedades. Se han traspasado límites sagrados cuando las víctimas son mujeres y niños. También en esto, el Decenio para Superar la Violencia nos ofrece un marco para afrontar algunas de estas cuestiones y movilizar a nuestras iglesias, movimientos y grupos en beneficio de las mujeres, los niños y los jóvenes de hoy.

¿Qué mensaje del CMI quisiera usted recalcar hoy?

Para mí está cada vez más claro que lo que el mundo y la humanidad necesitan hoy son puentes que faciliten el contacto y la relación entre las personas. Por todas partes, vemos personas y relaciones lastimadas. Pese a que vivimos en una era de viajes internacionales y grandes migraciones, muy a menudo el forastero no es bienvenido en muchos lugares. Nuestra misión es ayudar a las personas a redescubrir la humanidad del prójimo y el valor fundamental de las relaciones humanas. Quisiera que el CMI sea un constructor de puentes y él mismo un puente de comunicación para la humanidad, que permita a las personas relacionarse de nuevo entre sí.

Fotos de alta resolución para ilustrar esta entrevista pueden obtenerse en:

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