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Personas de todas las edades esperan en el puesto de control de Qalandiya, la conexión principal entre el norte de la Ribera Occidental y Jerusalén. Todas las fotos son de Albin Hillert/CMI

Personas de todas las edades esperan en el puesto de control de Qalandiya, la conexión principal entre el norte de la Ribera Occidental y Jerusalén. Todas las fotos son de Albin Hillert/CMI

Por Albin Hillert*

A las 4.45, el puesto de control de Qalandiya ya está abarrotado, pues hays miles y miles de palestinos que intentan llegar a Jerusalén cada día.

Qalandiya es el principal puesto de control entre el norte de la Ribera Occidental y Jerusalén, y los acompañantes internacionales del Programa Ecuménico de Acompañamiento en Palestina e Israel (CMI-PEAPI) lo visitan regularmente en las primeras horas de la mañana.

Su tarea consiste en ser una presencia internacional y mostrar solidaridad, ofrecer ayuda básica a cualquier persona a quien se le niegue el paso y recopilar documentación sobre la situación en el puesto de control.

Los informes de los acompañantes ecuménicos se incorporan al sistema de las Naciones Unidas y proporcionan un seguimiento permanente de la situación de los derechos humanos en Israel y Palestina.

Una mañana cualquiera bajo la ocupación

“Si vives en Jerusalén Oriental, fuera del muro, o en Ramallah, por ejemplo, y trabajas en Jerusalén, tienes que estar en el puesto de control muy temprano si quieres llegar puntual al trabajo. Uno puede demorarse entre una y varias horas en pasar el puesto de control”, explica uno de los acompañantes.

Hoy es lunes, y Qalandiya está lleno de hombres de todas las edades que hacen cola para ir a trabajar. Se deja pasar a la gente de manera intermitente, en grupos de entre 20 y 50 personas, todas bajo el minucioso control del personal de seguridad israelí.

“Y si pasa algo cuando ya has llegado al molinete, lo único que puedes hacer es volver por donde viniste. Y no es fácil cuando está tan lleno de gente”, añade el acompañante ecuménico.

En Qalandiya hay tres molinetes que acceso, cada uno precedido por un estrecho pasillo metálico que evita que pueda pasar más de una persona a la vez. Cuando cierran repentinamente uno de los molinetes, la gente se apresura, se empuja y trepa para llegar a uno de los otros dos.

“Pero también se hace difícil saber qué pensar, ahora que todos están tan acostumbrados a este sistema”, añade el acompañante, al hablar del riesgo de la normalización de las condiciones bajo la ocupación.

Un hombre vende pan y huevos en el lado palestino del puesto de control: el desayuno para algunos, y algo con que llenar la lonchera para otros.

Cuando amanece, docenas de hombres se alinean a lo largo del muro para orar, expresando su fe.

Son las 5.18 de la mañana, y en el espacio libre junto al puesto de control, un grupo de hombres se han apartado para arrodillarse a pronunciar la oración de Fajr ('oración del alba) antes de pasar por el puesto de control.

Lo que podemos hacer y lo que no podemos hacer

“He vivido en los Estados Unidos la mayor parte de mi vida, pero ahora he vuelto a casa para ayudar a mis padres. Se están haciendo mayores, sabes”, explica un joven palestino.

“Hoy voy a Jerusalén a buscar trabajo. Tengo un pasaporte estadounidense, pero como soy palestino también, se niegan a darme un visado. Así que tengo que pasar el puesto de control con un permiso”, cuenta el joven.

Los acompañantes ecuménicos siguen atentamente y documentan la situación en muchos puestos de control de Jerusalén y la Ribera Occidental, y ofrecen ayuda básica a aquellos a quienes se les niega el paso, preguntando para averiguar los motivos de la denegación y proporcionando información de contacto a organizaciones internacionales, palestinas e israelíes, que pueden proporcionar asistencia práctica, según el caso.

Los permisos de trabajo generalmente se otorgan solo por períodos cortos, por lo que es necesario renovarlos con frecuencia y, a veces, se producen fallos en la comunicación entre las autoridades israelíes y los palestinos sobre el cambio de ciertas normas o condiciones para poder pasar por los puestos de control, explican los acompañantes ecuménicos.

Cuando termina su turno, aunque con sus visados podrían optar por una vía más rápida, los acompañantes se ponen en cola para pasar por los molinetes. “Lo hacemos como muestra de solidaridad, y también porque así entendemos un poco mejor lo que viven los palestinos cada día”, explica uno de ellos.

“Tengo claro que la ocupación no terminará pronto”, dice otro de los acompañantes. “Antes de venir aquí, estudié derechos humanos. Pero una cosa es leer y aprender mucho sobre una situación, y otra cosa es estar aquí, hablar con la gente, ver y sentir cómo es la situación”.

“Es importante que este trabajo continúe. Y es importante que las personas que se planteen ser acompañantes ecuménicos entiendan que no venimos aquí para cambiarlo todo. No tenemos ese poder. Pero lo que sí podemos hacer es ayudar a cambiar la mentalidad de nuestras sociedades y concientizar sobre la situación que se vive aquí. Y eso puede hacer cambiar las cosas a largo plazo”, concluye.

Labores matutinas: los acompañantes ecuménicos hacen compañía a los pastores en el valle del Jordán (noticia del CMI del 7 de octubre de 2018)

Los acompañantes ecuménicos ofrecen su presencia protectora, tanto de noche como de día, ante la amenaza de demolición de Khan al Ahmar (noticia del CMI del 4 de octubre de 2018)

Más información sobre el CMI-PEAPI

*Albin Hillert trabaja para el departamento de comunicación del Consejo Mundial de Iglesias.