por el Rev. Dr. Konrad Raiser

Secretario General del Consejo Mundial de Iglesias

Ya estamos cerca de Navidad otra vez; pero este año, en especial, los pueblos de todo el mundo están luchando con miedo y ansiedad: miedo a una posible guerra en el Oriente Medio y a sus imprevisibles consecuencias, que repercutirán mucho más allá de la región; miedo a los ataques terroristas que provocan muertes, como los ocurridos recientemente en Bali o en Moscú; miedo a la pérdida de los medios de subsistencia y a la miseria, como en Argentina; miedo a la larga enfermedad y a la muerte, como el que sienten quienes viven con el SIDA, especialmente en el África subsahariana; miedo de ser víctimas del fanatismo, el odio y la violencia, como el que sienten las minorías étnicas o religiosas en países como India; o simplemente miedo a los desastres naturales, como los huracanes, las inundaciones, los terremotos o las erupciones volcánicas, y a las consecuencias del cambio climático. Y la enumeración podría seguir, lo que indica un sentimiento general de inseguridad e impotencia.

En medio de este clima de miedo y ansiedad, escuchamos otra vez las conocidas palabras que el ángel dijo a los pastores en la primera noche de Navidad: "No tengáis miedo" (Lc. 2:10). Los pastores en aquel campo cercano a Belén tuvieron miedo porque se encontraron con lo sagrado y su poder sobrecogedor. En su miedo comprendieron la fragilidad de sus vidas y se vieron enfrentados a un poder fuera de su control que podía destruirlos o salvarlos. Pero esto también nos recuerda que el miedo no es un signo de debilidad humana que haya que esconder. En la emoción del miedo, nos anticipamos a un peligro o amenaza potencial y movilizamos posibles defensas. No tenemos que avergonzarnos de nuestros miedos: nos recuerdan que somos criaturas humanas y no Dios.

La respuesta instintiva al miedo es buscar protección y seguridad, acercarse más los unos a los otros. La solidaridad que se crea con el miedo puede llevar a las personas a movilizarse pero también puede hacer que éstas sigan a ciegas a quienes ofrezcan o prometan seguridad. Pero, ¿cómo protegernos de quienes explotan nuestros miedos en provecho propio y deliberadamente nos niegan la participación?

¿Cómo podemos romper el círculo vicioso, en el cual la búsqueda misma de seguridad se convierte en la fuente de más miedo y las medidas de seguridad se vuelven fines en sí mismos que nos tienen de rehenes de nuestros miedos?

La Navidad nos invita a presentar nuestros miedos a un Dios que no quiere seguir siendo un ser sagrado inaccesible o impresionante. Dios conoce nuestros miedos humanos, pero quiere aventarlos diciéndonos con firmeza como a los pastores con las palabras del ángel: "No tengáis miedo". Dios no nos ofrece seguridad sino un amor totalmente vulnerable en el niño de Belén. Es el amor de "Dios con nosotros" el que puede echar fuera el miedo (1 Juan 4:8) y liberarnos de la idolatría de la seguridad. Este es también el impulso del Decenio Ecuménico para Superar la Violencia. Pues, como dice el apóstol Pablo: "Así que, estoy seguro de que no hay nada que nos pueda separar del amor de Dios. Ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los poderes y fuerzas espirituales, ni lo presente, ni lo futuro, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra de las cosas que fueron hechas por Dios, puede separarnos del amor que él nos ha mostrado en Cristo Jesús, nuestro Señor (Rom. 8:38s.).

También puede solicitarse el mensaje de Navidad en cassette o CD.

Las emisoras de radio y los servicios audiovisuales pueden obtener gratuitamente la grabación del mensaje de Navidad leído por Konrad Raiser en alemán, español, francés e inglés si hacen su pedido antes del 10 de diciembre.

Para hacer sus pedidos, diríjanse a la Oficina de Relaciones con la Prensa (CMI)

Correo electrónico: [email protected]

Teléfono: (+41 22) 791 64 21