"... Porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio; de pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado." (Jn 16:7-11)

"Cuando llegó el día de Pentecostés estaban todos unánimes juntos. Y ... todos fueron llenos del Espíritu Santo..." (Hch 2:1-4)

La palabra griega utilizada por Juan para referirse al Espíritu Santo es Parakletos, que significa abogado, consejero, consolador y defensor. El Espíritu es quien nos alienta y sostiene en la aflicción. Los discípulos nunca habían tenido tanta necesidad de ayuda como en la noche en que Cristo fue traicionado. Fue una noche en la que se sintieron presa del desconcierto. Mientras Cristo estuvo físicamente presente con ellos, pudo actuar como su propio intérprete. Cada vez que los discípulos comprendían mal, él podía repetirles su enseñanza. Ellos no tenían necesidad de otro que los iluminara, que diera testimonio con grandes hechos o que les recordara sus palabras. 

Pero al anunciarles su partida, Jesús prometió que un abogado, el Espíritu Santo, sería enviado para sostenerlos fielmente y realizar la tarea de convencer al mundo de que estaba fundamentalmente equivocado en sus concepciones del pecado, la justicia y el juicio. Porque el mundo había pecado al negarse a aceptar que Dios está en el Cristo vivo, que la justicia está encarnada en el Cristo resucitado y que el juicio recaerá sobre aquellos que prefieren un príncipe del mundo al Príncipe de Paz. Jesús dijo a los discípulos claramente que el Espíritu no sustituiría ni su propia obra ni su persona, antes bien continuaría bendiciendo a los creyentes con la riqueza y las acciones de Dios que los primeros discípulos habían encontrado en Cristo, guiándolos -así como a nosotros- "a toda la verdad" (Jn 16:12-15).

Los datos bíblicos sobre el Espíritu Santo describen el poder creativo del Dios santo y bondadoso. El Espíritu es trascendente, pero está personalmente presente en el espíritu humano. El Espíritu Santo se revela a los creyentes como un principio de vida enviado para reanimar corazones y almas aparentemente sin vida, dando forma y sosteniendo al cosmos creado así como a sus habitantes. El reconocimiento del poder del Espíritu es saludable para la humanidad.

En todos los tiempos, y cada vez más al correr de los siglos, nuestra especie ha intentado manipular las fuerzas del universo. Con tal ansia de poder, corremos el riesgo de provocar el caos y la catástrofe. En efecto, este estado de cosas se refleja en un mundo en el que un país y sus pocos aliados han emprendido la invasión ilegítima de Iraq, asestando deliberadamente un duro golpe a los instrumentos reconocidos del orden internacional, a la paz y a la justicia.

Rodeados por un mundo de pecado, deformación de la verdad, contaminación de la vida y presagios de muerte, elevamos una vez más nuestra  voz, pidiendo ayuda a quien nos alienta y sostiene, el Espíritu Santo, único que puede vivificar y hacer posible nuestro culto, nuestro trabajo y nuestro testimonio. Sólo al renovarnos así experimentamos la nueva creación en Cristo y la comunión del Espíritu Santo.

Pentecostés, para nosotros los creyentes, es un día en que celebramos al Espíritu Santo que ha venido a ayudarnos como lo prometió Jesús a los discípulos. En verdad Dios ha derramado el Espíritu Santo sobre toda carne para que podamos reconciliarnos con Él. Los acontecimientos de Pentecostés fueron lo opuesto de lo que sucedió en la antigua Babel (Gn. 11:1-9).  En Babel, Dios había confundido las lenguas de los pueblos y había dispersado las naciones para impedir que prosperase el mal que intentaban hacer. En Pentecostés, hombres piadosos de muchas naciones se reunieron en Jerusalén. Entonces llegó el Espíritu: una arrolladora manifestación de vida nueva, poder y bendición que Pedro reconoció como el cumplimiento de la profecía de Joel (Hch 2:5-21).  Una vez más, hubo gran desconcierto (Hch 2:6), pero esta vez se debió al hecho de que cada cual oía a hombres y mujeres del pueblo, llenos del Espíritu Santo, hablar en diversas lenguas.

La Iglesia primitiva supo que habría de ser una comunidad internacional, multicultural y multilingüe. El Día de Pentecostés, gentes procedentes de los lugares más alejados del mundo conocido oyeron la predicación del Evangelio y creyeron en la buena nueva de Jesucristo. Nunca debemos desanimarnos en nuestra búsqueda y nuestro afán ecuménicos. El Espíritu Santo, quien nos alienta y sostiene, nos concederá el poder de amar a los que son diferentes de nosotros y nos unirá para que formemos una sola familia de fe. Aunque somos una familia rica en diversidad humana, por la gracia de Dios estamos llamados a hablar con una sola voz, a amar con un solo corazón y a actuar en unidad. Amén.

    Presidentes del CMI

    Dra Agnes Abuom, Nairobi, Kenya

    Pastora Kathryn K. Bannister, Bison, Estados Unidos

    Obispo Jabez L. Bryce, Suva, Fiji

    S.E. Crisóstomos, metropolita de la Sede de Efeso, Estambul, Turquía

    S.S. Ignatius Zakka I Iwas, Damasco, Siria

    Dr Kang Moon Kyu, Seúl, Corea

    Obispo Federico J. Pagura, Rosario, Argentina

    Obispo Eberhardt Renz, Tübingen, Alemania