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Las mujeres y los niños son las primeras víctimas de la deforestación y la destrucción del medioambiente en Papúa. Foto: Marion Unger/CMI (todas las fotografías).

Las mujeres y los niños son las primeras víctimas de la deforestación y la destrucción del medioambiente en Papúa. Foto: Marion Unger/CMI (todas las fotografías).

Marion Unger*

En el pequeño poblado de Kaliki, los hombres, las mujeres y los niños recibieron al equipo internacional de peregrinos del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) de pie, bailando, acompañados por el redoble de tambores. Les entregaron a los peregrinos intrincadas coronas de flores y hierbas, y les pintaron el rostro con diseños tradicionales. Esta ceremonia, que tiene lugar en silencio, culminó con un nuevo nombre poético para el grupo de visitantes: "Hijos de la nuez de betel”.

La peregrinación a Kaliki fue una peregrinación marcada por la aventura. Se trata de un viaje por las llanuras que dura tres horas desde Merauke, en Papúa (Indonesia), durante el que se extiende ante nosotros un campo de arroz tras otro. El equipo de peregrinos avanzó sin problemas hasta un punto situado a cinco kilómetros del poblado en el que los coches se hundieron en el lodo. En estas condiciones, al equipo le llevó una hora recorrer los pocos kilómetros restantes. Tras la calurosa bienvenida, Mateus Kaeze, el jefe del poblado, describe con semblante serio la situación de los papúes indígenas de la región.

Antes de llegar al poblado de Kaliki, la carretera se hunde en el lodo.

Menciona de manera breve y concisa los graves problemas a los que se enfrentan: el acaparamiento de tierras, la destrucción medioambiental, la falta de acceso a la educación y la asistencia sanitaria, y la hambruna. “Nuestros bosques están siendo devastados y están desapareciendo progresivamente”, afirma. “No obstante, la naturaleza es nuestro sustento, y es nuestra responsabilidad protegerla”.

La delegación del CMI fue recibida ceremoniosamente en el pueblo de Kaliki según las costumbres tradicionales.

También le preocupa la educación de los niños y, por último, que se termine de construir la carretera al pueblo. No culpa a nadie de esta situación, pero, para concluir, solicita la ayuda urgente de la delegación del CMI. Lo mismo pide para su propia iglesia, la Iglesia Cristiana Evangélica en Tanah Papua (GKI TP): se comenzó la construcción de una iglesia hace once años, pero no hay dinero para terminarla.

George Pelasula, que acompañaba a la delegación, también se expresó de manera muy elocuente. Es pastor en Baidub, una comunidad de 46 familias repartidas entre dos pueblos. "Estamos aprisionados entre dos plantaciones de palma de aceite. El bosque ha sido talado para estas plantaciones, que abarcan más de cien hectáreas cada una. Una de ellas es explotada por una empresa de Malasia; la otra pertenece a un cargo político de Indonesia", explica.

Kaliki lleva once años construyendo su iglesia, pero no hay dinero para terminarla.

Sus feligreses son cazadores y recolectores. Antes de que la industria del aceite de palma interfiriera en sus vidas, cultivaban sándalo y procesaban piel de cocodrilo para producir bolsos. La harina de palmera de sagú era su alimento principal. Después, las empresas compraron sus terrenos a precios de ganga.

“La gente ni siquiera sabe lo que está firmando cuando se les pone un contrato delante”, dice el Rev. Pelasula. “Los vendedores no reciben copia del contrato. ¿Cómo pueden entonces emprender acciones judiciales contra los presuntos fraudes?”.

El pastor George Pelasula (tercero desde la izquierda) hace todo lo posible por proporcionar cuidado pastoral a la congregación y luchar contra el bajo estado anímico de su comunidad.

Por eso, pueden ser contratados para talar el bosque y trabajar en las fábricas por salarios sumamente bajos. Las empresas multinacionales están construyendo un centro de agroindustria y producción de agrocombustibles en Kaliki, y explotan plantaciones de palma de aceite en Baidub. Se sirven de un sistema opresivo de intimidación y promesas no mantenidas. Los ancianos de las tribus reciben regalos para que logren que su pueblo se someta; las promesas de construir escuelas no se cumplen y, lo más difícil de todo: se les prohíbe a las personas estrictamente entrar en el bosque.

“Nuestro bosque no es un bosque, es un asunto político”, señala el pastor Jimmy Sormin, de la Comunión de Iglesias en Indonesia. La ley de prohibición data del régimen del dictador Suharto, que declaró sumariamente que el bosque era propiedad estatal. Ya no se permite la caza en el bosque, y no se puede pescar, porque los ríos y los lagos podrían estar altamente contaminados o incluso envenenados por las aguas residuales de las fábricas.

Los papúes indígenas ven disiparse sus esperanzas de vivir con dignidad. Les preocupa el futuro de sus hijos. Aun si hay una escuela en su pueblo, hay escasez de docentes, que son funcionarios.

“Algunos niños no saben leer ni escribir ni siquiera tras seis años de escuela primaria”, afirma el Rev. Pelasula. No es de extrañar que se lleve años fraguando una crisis profunda entre los papúes indígenas.

Como pastor, el Rev. Pelasula se enfrenta día tras día a las consecuencias de esta crisis en su lucha contra la violencia doméstica en aumento entre sus feligreses. Señala que estos están “simplemente desesperados y no saben qué hacer con su ira”.

*Marion Unger trabaja como periodista independiente en Alemania.

El racismo, el cambio climático y la justicia económica en el foco de atención de la reunión de asuntos internacionales del CMI en Indonesia (comunicado de prensa del CMI del 27 de febrero de 2019).

Libertad religiosa y situación de los derechos humanos en Papúa: prioridades de la visita de la delegación del CMI a Indonesia (comunicado de prensa del CMI del 25 de febrero de 2019)

Comisión de las Iglesias para Asuntos Internacionales

Fotografías de la Visita del Equipo de Peregrinación del CMI a Java y a Papúa Occidental