Véase CMI Crónica, Feat-02-03, del 15 de mayo de 2002

"La Comisión reafirmó la función del CMI por ser un instrumento necesario para hacer frente a los problemas sociales y éticos. Consciente de que esos problemas se plantean en la vida de las iglesias y de que el CMI, a solicitud de las iglesias, habla en su nombre y no en su lugar, la Comisión afirmó que el método delconsenso permitiría que los órganos rectores del CMI abordasen muchas de las preocupaciones planteadas en relación con cuestiones sociales y éticas.". Así lo declara en su comunicado de prensa final de la reunión plenaria de la Comisión Especial sobre la participación de los ortodoxos en el Consejo Mundial de Iglesias (CMI), que tuvo lugar en noviembre de 2001 en Berekfürdö (Hungría). Con esas plabras, la Comisión Especial formuló dos objetivos: por un lado, afirmó el papel profético del CMI, y por otro lado, designó el método del consenso como el instrumento adecuado de toma de decisiones en cuestiones sociales y éticas. Se da a entender de esta forma que el método de consenso y el testimonio profético están estrechamente ligados.

Mientras que la primera parte de esta serie de aportaciones está dedicada a los trabajos de la Comisión Especial sobre el método de consenso, las dos contribuciones mencionadas aquí analizan el papel profético del CMI.

Janice Love, de la Iglesia Metodista de los Estados Unidos de América, escribe sobre sus experiencias de niñez y juventud en una familia en Alabama que militaba contra la opresión racial y fue aislada en su propia comunidad local por su opción antirracista. En su contribución titulada "Digamos la verdad a los poderosos" habla también de la red mundial de solidaridad cristiana que su familia conoció gracias al Movimiento Ecuménico: "Nos sentimos acompañados y apoyados por las oraciones, las declaraciones, la militancia, los recursos y el estímulo de quienes, en el contexto más amplio de nuestra denominación y en los organismos ecuménicos, entendían que la justicia racial estaba en el centro del Evangelio. Para mí era un gran honor ser uno de ellos. Su compañía en nuestra lucha allí donde vivíamos, por más insignificante que fuera, fortalecía nuestra determinación, nuestro coraje y nos ayudaba a vencer la soledad en la que vivíamos en nuestra comunidad." La contribución de Love es un alegato en favor del papel profético del CMI.

El Padre Georges Tsetsis del Patriarcado Ecuménico, se une a ella cuando pone en evidencia la coherencia que existe entre "doctrina recta" y "acción recta", así como cuando habla de la profunda convicción de que "la fe debe expresarse en la vida cotidiana y en todos los aspectos de la sociedad como "ortopraxia" -como una "acción recta" - que tiene como objetivo traducir nuestra fe y nuestra esperanza cristianas en actos concretos de solidaridad con los que tienen necesidades espirituales o materiales".

Digamos la verdad a los poderosos

El papel profético del Movimiento Ecuménico

Janice Love

El programa de la Comisión Especial sobre la Participación de los Ortodoxos en el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) incluye un examen del papel profético de la iglesia y del Movimiento Ecuménico. Para muchos ortodoxos, así como para muchos cristianos no ortodoxos, el mandato que hemos recibido de decir la verdad a los poderes de este mundo, que es la esencia del papel profético, está en el centro mismo de lo que entendemos que somos como cristianos y como iglesias. Por otra parte, muchos hombres y mujeres que participan en el Movimiento Ecuménico, y yo entre ellos, consideramos que esta cuestión tiene una dimensión muy personal.

En 1959, el Ku Klux Klan (KKK) quemó una cruz frente a la casa parroquial donde vivía mi familia en el Sur de Alabama. Tenía seis años, y el haber sido testigo de este incidente me marcó profundamente. Mi padre junto con un pequeño grupo de pastores era muy activo en la lucha por los derechos civiles. La mayoría de ellos ejercía su ministerio en pequeñas congregaciones rurales y todos ellos sufrieron ataques similares coordinados por el KKK. Estos hombres y sus familias habían actuado en fidelidad al Evangelio como ellos lo entendían, pero, en un contexto de prejuicios raciales profundamente arraigados en el Sur de los Estados Unidos, comprendieron que su trabajo sería controvertido. Y muchos se asustaron de las violentas reacciones que habían provocado los esfuerzos que habían emprendido. La militancia de los pastores había sido estimulada por uno de los dirigentes de iglesia, pero la jerarquía de la iglesia en Alabama no estaba de acuerdo con ese tipo de actitudes y castigó a algunos miembros del grupo por ser demasiado osados. Por consiguiente, durante mi infancia y mi adolescencia, como mi familia y otras familias de pastores no cejaron en su testimonio en favor de la justicia racial tuvieron que cambiar con frecuencia de parroquia. La jerarquía los tachaba con frecuencia de "difíciles" y de inadaptados a nuestras comunidades locales.

Entretanto, en los años 1950, el Consejo Nacional de Iglesias de los Estados Unidos de América comenzó su propio esfuerzo, importante y controvertido, para promover los derechos civiles en el país, particularmente en el Sur. En los años 1960, la Iglesia Metodista de los Estados Unidos de América, que había introducido en sus propias estructuras la represión racial, emprendió la tarea de eliminar de su aparato administrativo toda segregación,. Sin embargo, sólo lo logró oficialmente en 1972. En 1970, siendo yo una adolescente, me enteré de la existencia de otra organización de iglesias, que proclamaba, con audacia, que la injusticia racial era contraria a la voluntad de Dios, y respaldaba sus declaraciones, de forma deliberadamente provocadora, otorgando donaciones a grupos de víctimas de la opresión racial. Me estoy refiriendo, por supuesto, al Consejo Mundial de Iglesias y a su Programa de Lucha contra el Racismo. Todos estos esfuerzos se llevaron a cabo en el contexto de las luchas más amplias emprendidas por movimientos en favor del cambio social en los Estados Unidos de América y en el extranjero, que tuvieron una profunda influencia en mi familia.

El Evangelio: una buena nueva liberadora y pujante para aquellos que sufren a causa de la violencia y la opresión

Así pues, en los años más importantes de mi formación, llegué a ser consciente de que mi familia, inspirándose en su profunda fe, había tomado partido por la verdad hermosa y gozosa de la plenitud de vida en Cristo, que rechazaban quienes estaban en nuestro entorno inmediato. Sin embargo, nuestro aislamiento en algunos sectores del Metodismo y en las comunidades en las que vivíamos estaba en clara contradicción con la calurosa acogida de quienes considerábamos nuestros compañeros cristianos en esa lucha aunque estuvieran distantes. Nos sentimos acompañados y apoyados por las oraciones, las declaraciones, la militancia, los recursos y el estímulo de quienes, en el contexto más amplio de nuestra denominación y en los organismos ecuménicos, entendían que la justicia racial estaba en el centro del Evangelio. Para mí era un gran honor ser uno de ellos. Su compañía en nuestra lucha allí donde vivíamos, por más insignificante que fuera, fortalecía nuestra determinación, nuestro coraje y nos ayudaba a vencer la soledad en la que vivíamos en nuestra comunidad.

Aunque influida por un contexto particular, mi experiencia representa una de las innumerables historias similares de enfrentamiento de los cristianos, en circunstancias sociales hostiles, con una iglesia profundamente dividida y comprometida. Esos cristianos necesitan la solidaridad de otros creyentes que entienden que el Evangelio es una noticia pujante y liberadora para quienes sufren a causa de la pobreza, la opresión, la violencia o el odio. Es más, por su propia integridad, los que no viven en esas situaciones, necesitan permanecer fieles a un principio básico expresado en el Nuevo Testamento: cuando uno sufre, todos sufren.

Los problemas sociales y éticos con que se enfrentan las iglesias del Movimiento Ecuménico parecen ser actualmente mucho más complejos que los que se planteaban en el marco del movimiento por los derechos civiles y de otras causas por la justicia social del pasado. Sin embargo, creo que esta perspectiva distorsiona la dura realidad de la historia que muchos de nosotros vivimos. Por otra parte, a veces olvidamos, porque nos conviene, las profundas divisiones que había entre los cristianos en aquella época. Para quienes habían optado por desempeñar un papel profético, las respuesta no siempre eran evidentes, y el peso de la carga no siempre era soportable. Sin embargo, de la mejor manera que pudieron, los cristianos hicieron frente a las controversias orando por que "se encuentre una salida donde no la hay", como decían muchos estadounidenses africanos.

Hoy nos enfrentamos con el mismo desafío fundamental: decir la verdad a los poderes de este mundo y dar un testimonio profético en situaciones de muerte y destrucción. Aunque expresemos nuestra obediencia con amor y alegría, siempre ha de ser una experiencia costosa, como lo ha sido en el pasado. Cristo no nos prometió nada diferente.

El hecho de que la cuestión del papel profético de la iglesia y del Movimiento Ecuménico figure en el orden del día de la Comisión Especial, nos ofrece la oportunidad de examinar los diferentes enfoques, si lo son, de las tradiciones ortodoxa, anglicana, viejo católica, protestante, cuáquera y otras, cuando se trata de decir la verdad a los poderes de este mundo.

Además, la Comisión puede contribuir con sus perspectivas acerca de cómo fortalecer los mecanismos ecuménicos destinados a apoyar a los cristianos y a las iglesias que quieren proclamar la buena nueva de justicia, paz y amor del Evangelio en situaciones de muerte, destrucción y desesperanza.

Lo que hacemos juntos tiene un mayor impacto que lo que hacemos solos: una enseñanza que aprendí cuando era niña en Alabama.

La autora, Dra. Janice Love, es profesora de religión y de estudios internacionales en la Universidad de Carolina del Sur, en los Estados Unidos. Es miembro de la Comisión Especial y moderadora del Grupo de Referencia del Decenio para Superar la Violencia. Janice Love es miembro de la Iglesia Metodista Unida de los Estados Unidos de América y fue miembro del Comité Central del CMI de 1975 a 1998.

La voz profética del Consejo Mundial de Iglesias - Una perspectiva ortodoxa

Georges Tsetsis

El papel y la voz proféticos del CMI fue una de las principales cuestiones que se debatieron en la tercera reunión plenaria de la Comisión Especial sobre la Participación de los Ortodoxos en el Consejo Mundial de Iglesias (CMI), celebrada en Berekfürdö (Hungría), del 15 al 20 de noviembre de 2001. En respuesta a una pregunta acerca de si se ha confiado al CMI ese papel, la Comisión dijo claramente que cada vez que el CMI, inspirado por la palabra de Dios, describe con toda fidelidad situaciones actuales que afectan al mundo y reacciona ante ellas, habla y actúa "proféticamente".

Hablar con voz profética sobre cuestiones éticas, morales o sociopolíticas que ponen en peligro la dignidad y hasta la misma vida de los seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios, es un deber cristiano que tiene su origen en las Sagradas Escrituras. Como dice San Pablo, "... el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación" (1 Corintios 14:3). Atendiendo a esta afirmación bíblica, la Comisión Especial señaló que la profecía no es simplemente cuestión de amonestar, sino también de edificar, exhortar y consolar.

Desde su fundación en 1948, el CMI, al mismo tiempo que se esforzaba por promover la unidad de los cristianos mediante la investigación teológica y el diálogo, se ha preocupado también por el destino de la humanidad. Alzó su voz profética cada vez que las actitudes y las políticas deshumanizantes amenazaban a la comunidad humana. Cuestiones relacionadas con la pobreza, los derechos humanos, el racismo, el desarrollo, la paz y la justicia que, en las décadas de 1960 y 1970, llegaron a ser aspectos importantes (y a veces controvertidos) de sus programas ya estaban en el orden del día de la Asamblea inaugural del CMI en Amsterdam. Y las iglesias que participan en el CMI y en el Movimiento Ecuménico en general se han comprometido una y otra vez en la lucha contra todo lo que oprime, esclaviza y deforma la "imagen de Dios": los hombres y las mujeres que habitan la oikoumene.

Hablar sobre la voz o la acción profética del CMI, como lo hizo la Comisión Especial en noviembre pasado, no es nada nuevo para los ortodoxos. Ya en una declaración de 1973, con ocasión del 25 aniversario del Consejo, el Patriarcado Ecuménico destacó explícitamente el papel profético desempeñado por el CMI en la tarea de responder a las múltiples necesidades de la humanidad. En la declaración se alentaba además a ese "instrumento privilegiado" de las iglesias - que participa no sólo en el diálogo teológico sino también en la solidaridad mutua- a persistir en sus esfuerzos y ampliarlos para ir al encuentro de los seres humanos que sufren, y así: "por medios visibles e invisibles, por palabras y obras, por decisiones y actos, dondequiera y cada vez que sea oportuno, proclamar a Cristo".

Una recta doctrina y una recta acción

Un estímulo semejante proveniente de la Sede principal de la ortodoxia mundial no fue una sorpresa. Después de todo, el propio término "ortodoxia", a saber "recta doctrina", está estrechamente ligado a la noción de "ortopraxia", es decir "recta acción". La exhortación fue totalmente natural ya que la noción según la cual la fe debe expresarse en la vida cotidiana y en todos los aspectos de la sociedad como "ortopraxia" -como una "acción recta" que tiene como objetivo traducir nuestra fe y nuestra esperanza cristianas en actos concretos de solidaridad con los que tienen necesidades espirituales o materiales- es una firme creencia ortodoxa.

Demás está decir que, cuando nos referimos a las "voces y actos proféticos" en el contexto de nuestra cooperación en el CMI, aludimos principalmente a la multitud de iniciativas estimulantes que tratan de sensibilizarnos con respecto a cuestiones morales, éticas, sociales, económicas y otras cuestiones conexas que afectan directamente a la vida de la gente y que acaban por encontrar su lugar en el programa del CMI, para que sean objeto de estudio y de una acción subsecuente.

Ahora bien, a fin de evitar malentendidos y de estar de acuerdo tanto con la nueva concepción del entendimiento y la visión del CMI que tienen las iglesias como con la nueva formulación de su Constitución es necesario aclarar que esa "voz profética" de ningún modo pertenece a la "institución" como tal, sino a la comunidad que constituye esta institución, es decir, a las iglesias que se han comprometido a buscar en el CMI una "koinonía" de fe y de vida, de testimonio y de servicio, a fin de cumplir su vocación común y avanzar hacia su unidad.

El autor, Padre Georges Tsetsis, integró la Comisión Especial sobre la Participación de los Ortodoxos en el CMI hasta fines de 2001. El Dr. Tsetsis fue el representante permanente del Patriarcado Ecuménico ante el CMI de 1985 a 1999. Antes se había desempeñado como secretario de Oriente Medio en la Comisión del CMI de Ayuda Intereclesiástica, Servicio Mundial y Refugiados (CAISMR) y después como su director adjunto.

Las fotografías que acompañan esta crónica están disponibles en nuestro sitio Web

Página raíz de la Comisión Especial en nuestro sitio Web