En momentos en que Argentina se debate con una gravísima crisis económica, política y social, el secretario general del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), Dr. Konrad Raiser, elogia el papel de las iglesias argentinas, las organizaciones ecuménicas y la sociedad civil. En una carta a las iglesias de ese país, fechada el 10 de enero de 2002, Raiser expresa que se ha sentido profundamente conmovido por la forma en que han respondido a lo que, a su entender, es "también una crisis ética y espiritual".

Raiser alienta "a los cristianos, a las iglesias, a otras confesiones religiosas, a todos los hombres y todas las mujeres comprometidos con la paz, a aunar esfuerzos para superar esta crisis y construir una Argentina más justa y fraterna, fortaleciendo los lazos con la región". Y recuerda a los políticos su responsabilidad a ese respecto, destacando que es esencial "superar la corrupción, la impunidad, el abuso del poder y dar pasos concretos e inmediatos hacia una verdadera reconciliación nacional basada en la justicia".

Las protestas en masa por el estado desastroso de la economía argentina comenzaron en diciembre. El Fondo Monetario Internacional (FMI) se negó a pagar un tramo del préstamo por un valor de miles de millones de dólares debido a que el país se había extralimitado desmesuradamente en su capacidad de endeudamiento. Con deudas de 132 mil millones de dólares EE. UU., la Argentina se encuentra ahora al borde de la bancarrota, tras una recesión que dura desde hace tres años y medio. Según cifras oficiales, el desempleo había alcanzado en octubre el 18,3%. El Gobierno y el ex presidente de la Rua, obligado a renunciar, introdujeron drásticos recortes en los gastos públicos y estrictas medidas económicas en un intento de reunir las condiciones de préstamo del FMI.

A continuación transcribimos el texto integral de la carta del secretario general del CMI:

¡Cuánto sentido tiene en estas horas el saludo que el Apóstol Pablo dirigía a las iglesias: "Permanezcan con ustedes la gracia y la paz"! (1 Ts 1: 1)

En las últimas semanas, diversas informaciones han mostrado el doloroso proceso que ha vivido y continúa viviendo Argentina. Los medios de comunicación han mostrado una y otra vez los violentos enfrentamientos entre ciudadanos y fuerzas policiales, los saqueos a comercios, las manifestaciones frente al Congreso y la Casa Rosada. Nos consterna el saldo de decenas de hombres y mujeres muertos, principalmente jóvenes, y varios miles de personas detenidas. Asimismo hemos recibido noticias del trabajo y la oración que cristianos e iglesias en Argentina han llevado adelante en este tiempo.

Junto a las iglesias y al movimiento ecuménico en todo el mundo, hemos sufrido con ustedes, y junto a ustedes hemos intentado oír el clamor del pueblo y discernir la presencia del Espíritu en medio de la situación que están viviendo. Situación marcada por mucha confusión, ira y violencia, pero también por signos de solidaridad, y de preocupación genuina de parte del pueblo argentino por su futuro. Desde un primer momento, hemos estado orando para que se restituya y fortalezca la institucionalidad democrática en ese querido país. Damos gracias a Dios por el testimonio que cristianos e iglesias en Argentina han dado en momentos tan difíciles y le rogamos que los confirme en la fe, la esperanza y el amor solidario.

Indudablemente, como lo han señalado numerosos analistas y las mismas iglesias y organismos ecuménicos, la magnitud de la crisis que atraviesa Argentina es muy preocupante. Tal vez lo más sorprendente ha sido la renuncia consecutiva de dos presidentes de la nación en unos pocos días. Pero lo más preocupante es la situación de pobreza e inseguridad en que viven millones de personas en Argentina, debido en gran medida a la política económica de los últimos años. No nos toca a nosotros analizar ahora las causas de esta crisis, que ustedes conocen con detalle. Sólo quisiéramos decir que esta situación nos desafía a continuar profundizando nuestra reflexión ética y espiritual sobre el papel y el comportamiento de los dirigentes políticos locales, de los organismos financieros internacionales y de los diversos sectores de la sociedad. Es también un momento para continuar profundizando nuestra acción comprometida con la vida, la justicia y la solidaridad.

Conmueven el clamor del pueblo argentino y las respuestas que las iglesias, organismos ecuménicos y otros agentes de la sociedad civil están dando a lo que es también una crisis ética y espiritual. En el marco del Decenio para Superar la Violencia, que se inauguró a comienzos del 2001, alentamos a los cristianos, a las iglesias, a otras confesiones religiosas, a todos los hombres y todas las mujeres comprometidos con la paz, a aunar esfuerzos para superar esta crisis y construir una Argentina más justa y fraterna, fortaleciendo los lazos con la región. Será imprescindible, como han señalado iglesias y otros agentes sociales, apelar a la responsabilidad de la clase política, superar la corrupción, la impunidad, el abuso del poder y dar pasos concretos e inmediatos hacia una verdadera reconciliación nacional basada en la justicia. En la presente situación, esto sólo se puede conseguir mediante un afianzamiento de la democracia, y el respeto y la defensa de los Derechos Humanos, expresión del cuidado de la vida que el Dios Creador ha puesto en nuestras manos.

Recientemente escribía en el Mensaje de Navidad de 2001 que "nuestro mundo no podrá ser redimido sino por gracia y misericordia. Dios da y perdona con generosidad y ofrece vida en abundancia (Juan 10: 10) sobre todo para quienes son perdedores en nuestro mundo sin misericordia". Esta lógica de la misericordia es extraña a la lógica del poder, de la violencia, del mercado, que rige muchas veces nuestro mundo. Y sin embargo, desde la perspectiva cristiana, participar en la misericordia de Dios es condición sine qua non para obtener la justificación.

Junto a cristianos de todo el mundo, me uno a ustedes para que se sientan reconfortados en la fe y hago mías las palabras del salmista, conocedor de la angustia, la miseria y la violencia: "Desde el abismo clamo a ti, Señor, escucha mi clamor... mi alma aguarda al Señor, mucho más que el centinela a la aurora... porque el Señor tiene misericordia y hay en él abundante redención" (Salmo 130).