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A través de la campaña de los Jueves de negro, el CMI alienta a personas de todo el mundo a tomar posición en contra de la violencia sexual y de género. Foto: Albin Hillert/CMI

A través de la campaña de los Jueves de negro, el CMI alienta a personas de todo el mundo a tomar posición en contra de la violencia sexual y de género. Foto: Albin Hillert/CMI

Por Lyn van Rooyen*

“Wathint 'abafazi,
wathint 'imbokodo”.

Sudáfrica se enfrenta a una crisis de violencia de género, por lo que el presidente Cyril Ramaphosa ha convocado, el 18 de septiembre, a todo el parlamento para una sesión especial sobre la manera de crear una sociedad donde las mujeres no solo se sientan seguras, sino que gocen de los mismos derechos humanos que los hombres. Con 52 420 delitos sexuales denunciados en el último ejercicio financiero, y muchos otros no denunciados, cientos de miles de sudafricanos están diciendo públicamente “#EnoughIsEnough” (Ya basta). Las iglesias y las comunidades religiosas son una parte con voz y visibilidad de este llamado al cambio. ¿Ganará impulso la causa? ¿Apoyaremos a las mujeres de Sudáfrica?

El 9 de agosto de 1956, unas veinte mil mujeres de toda Sudáfrica organizaron una marcha hasta los Edificios de la Unión, sede oficial del gobierno en Pretoria. Las mujeres negras, acompañadas por mujeres de todos los orígenes, razas y comunidades protestaron por la aplicación de la “ley de pases” del apartheid también a las mujeres. Entregaron miles de peticiones y se quedaron en pie y en silencio. Durante 30 minutos, nadie se movió. Luego empezaron a cantar “Wathint 'abafazi, wathint' imbokodo”, advirtiendo ya entonces al primer ministro Strydom que '[cuando] golpeas a las mujeres, golpeas una roca'.

Este acto de protesta y solidaridad es tan importante en la historia de Sudáfrica que el 9 de agosto es un día festivo, y todo el mes de agosto se conoce como el “mes de la mujer”.

Durante todo el mes hay eventos y actividades, y por supuesto, la industria minorista aprovecha la ocasión: champán rosado y perfume, globos rosas y flores, cenas y degustaciones de vino, visitas al spa y manicuras. Se nos desea un ‘feliz día de la mujer’.

Y cada día, ya sea en el mes de la mujer o en cualquier otro, hay mujeres que son agredidas, violadas y asesinadas.

A menudo se hace referencia a Sudáfrica como “la capital mundial de la violación”. Aunque en muchos aspectos esta es una afirmación sin sentido, revela una verdad más profunda. Las estadísticas de criminalidad de Sudáfrica en el periodo 2018-2019 indican que fueron denunciados 52 420 delitos sexuales en el último año financiero, un aumento del 4,6%. Esto significa que se cada día se denuncia una media de 143 delitos sexuales. Aún así, gran parte de los delitos sexuales nunca se denuncian. Algunos investigadores dicen que esas cifras podría ser hasta nueve veces mayores. Un estudio de KPMG estimó que la violencia de género le cuesta al país más de 28 mil millones de rands sudafricanos al año, lo que representa el 1% del producto interno bruto.

A excepción de algunos casos notorios y destacados, la desaparición, la violación, el asesinato y las agresiones a mujeres y niños ni siquiera llegan a las portadas de los periódicos.

La sociedad civil y las organizaciones de mujeres no han guardado silencio, durante muchos años, ha habido marchas y protestas. Pero poco ha cambiado.

Los vientos del cambio

Y así fue el mes de la mujer de 2019:

- Encontrado el cuerpo descuartizado de una mujer de 32 años en bolsas de basura en el piso de un vecino.

- Una médico de 36 años murió delante de sus tres hijos tras recibir un disparo en la cabeza por parte de su marido, del que estaba separada.

- La campeona de boxeo Leighandre Jegels, conocida como “Baby Lee”, fue asesinada a tiros por su exnovio policía.

- Una joven estudiante de teología y su abuelo fueron asesinados en su casa.

- Una niña de siete años fue secuestrada cuando su madre la acompañaba hasta la escuela.

- Desapareció la estudiante de la Universidad de Ciudad del Cabo, Uyinene Mrwetyana. Días después, se supo lo que le había pasado: había ido a su oficina local de correos a recoger un paquete, el empleado de la oficina de correos la violó; como se resistió, la mató a golpes con la báscula de correos.

Y algo cambió en la psique colectiva de las mujeres de Sudáfrica. Como si hubiese despertado el espíritu de 1956.

Miles de mujeres empezaron a publicar comentarios en las redes sociales. Crearon etiquetas diciendo “yo también”, “yo soy la siguiente”, “las mujeres de Sudáfrica se defienden”, “ya basta” o “los hombres son basura”.

Cientos de estudiantes asistieron a una vigilia en la Universidad de Ciudad del Cabo por la joven Uyinene. La reacción se extendió a otras universidades, donde los estudiantes se reunieron en eventos de oración, protestas y reuniones. Empezaron a compartir sus historias sobre la cultura del abuso y la violación que prevalece en los campus universitarios.

El 5 de septiembre, miles de manifestantes se reunieron ante el parlamento en Ciudad del Cabo y a las puertas del centro de convenciones donde se estaba celebrando el Foro Económico Mundial sobre África. El presidente Cyril Ramaphosa, que debía hablar en el Foro, se vio obligado a cambiar la hora de su intervención para salir a escuchar las demandas de los manifestantes. Prometió que el gobierno actuaría con rapidez y decisión. Varios incidentes con la policía, que actuó violentamente contra esa protesta pacífica, crearon una inquietud aun mayor sobre el papel de la policía en la violencia contra las mujeres, y sobre la mala gestión y escasa resolución de las denuncias.

Proliferaron los grupos de Facebook. Un grupo exclusivo para mujeres (secreto para proteger las historias e identidades de las víctimas) alcanzó en unos días 50 000 seguidoras, luego 100 000, 150 000 y en menos de un mes tenía más de 200 000 miembros. En el grupo hay una historia tras otra, en que las mujeres dicen, una y otra vez, “nunca he hablado de esto antes”.

Se redactaron peticiones reclamando medidas, rendición de cuentas, una revisión del sistema judicial, apoyo a las víctimas, prisión sin fianza y sin libertad condicional para los violadores y autores de feminicidios, y hasta reivindicando el restablecimiento de la pena de muerte (una de estas últimas recibió más de 580 000 firmas en una semana).

Una creciente demanda de justicia

Las escuelas empezaron a intervenir. Los alumnos de una escuela para niños se congregaron en solidaridad frente al convento local con pancartas y carteles donde prometían su apoyo y su compromiso en contra de todas las formas de abuso y violencia. Los muchachos de la escuela secundaria Bracken, en Alberton, Ekurhuleni, hicieron la siguiente promesa: “Seré el hombre en quien todos busquen protección, y no aquel del que huyan”.

Varios grupos de mujeres comenzaron a reunirse, en los barrios lujosos, en las esquinas de las calles, en los cruces de las calles rurales: diez mujeres, veinte mujeres, mujeres y niños, con pancartas y con sus voces, pidiendo cambios.

Las iglesias y las comunidades religiosas empezaron a pronunciarse y a hacerse visibles. Muchas denominaciones y congregaciones organizaron eventos especiales de oración y emitieron declaraciones lamentando los altos niveles de violencia. Los líderes religiosos escribieron inquisitivos artículos denunciando la contribución de las teologías y masculinidades malsanas a crear una situación en que las mujeres y los cuerpos femeninos no son respetados ni valorados. Un grupo de cuarenta mujeres dirigentes de iglesias y teólogas de la Iglesia Reformada Holandesa emitió una contundente declaración denunciando al patriarcado y a las teologías malsanas como los principales impulsores del abuso que padecen las mujeres. Llamaron al patriarcado dentro de la iglesia una “enfermedad del alma” que contradice directamente el evangelio de Jesús.

Se está pidiendo un cambio del discurso. La gente empieza a plantearse por qué decimos “una mujer fue violada”, en lugar de “alguien/un hombre violó a una mujer”; por qué se cuestiona la vestimenta, el comportamiento o los movimientos de las víctimas, en lugar de la violencia del perpetrador; por qué en el discurso se silencia al autor del crimen y se centra la atención en las acciones de las víctimas, principalmente mujeres y niños. Hasta el icónico “Wathint 'abafazi, wathint' imbokodo” se pone en tela de juicio, y se recuerda a los hombres que las mujeres no son rocas; que cuando las golpean, sangran y se les forman hematomas.

Apuntando al corazón económico del país

El viernes 13 de septiembre, la lucha llegó al corazón de la vida económica de Sudáfrica. Miles de personas se reunieron desde las 03:00 horas de la madrugada en la Bolsa de Johannesburgo, en Sandton, convocados por la etiqueta  #SandtonShutdown (el cierre de Sandton). Tal y como explicó uno de los organizadores de las protestas: “Vamos a la Bolsa de Johannesburgo, [porque es] donde está el dinero. Queremos hacer ver al gobierno que no puede seguir con sus ocupaciones habituales mientras mueren mujeres”. Se dieron cita a esa hora inusual para que cuando llegaran los trabajadores de la Bolsa los encontraran ya allí, y así interrumpir el curso normal de las actividades. Muchas empresas dieron permiso a sus empleadas para unirse a la protesta y algunas incluso cerraron para que todos sus empleados pudieran participar. Los manifestantes denunciaron el silencio y la complicidad de las empresas con la violencia sexual y de género y pidieron un “impuesto a la violencia de género” del 2% a las compañías que cotizan en la Bolsa de Johannesburgo para apoyar la acción de la sociedad civil. El director ejecutivo de la Bolsa prometió una respuesta en el plazo de una semana.

Expatriados y simpatizantes sudafricanos organizaron marchas y manifestaciones en Dublín, Londres, París y muchas otras partes del mundo.

La vestimenta negra fue muy importante en muchos de estos eventos y actividades. Muchas personas se unieron o volvieron a unirse a la campaña #ThursdaysinBlack (Jueves de negro), y hubo un aumento significativo en el uso de la etiqueta en las redes sociales. Incluso hubo personas que sin conocer la campaña, optaron por vestirse de negro y morado para participar en las manifestaciones, y muchas mujeres en Sudáfrica han vestido de negro todos los días durante las últimas semanas en señal de luto y solidaridad.

El gobierno no tuvo más remedio que responder. En las últimas dos semanas, Ramaphosa ha seguido interviniendo en varios eventos y en un servicio religioso, reconociendo la gravedad e insostenibilidad de la situación, y pidiendo a los hombres que cambien su comportamiento y que se enfrenten a los hombres que no lo hagan.

El Ministro de Justicia y Servicios Correccionales de Sudáfrica, Ronald Lamola, denunció la semana pasada el fracaso del sistema judicial y afirmó que en más del 65% de los casos relacionados con delitos sexuales, se retiran los cargos antes del juicio. También se informó de que en los seis meses transcurridos entre abril y septiembre de 2018, cincuenta y cinco policías fueron investigados por violación. El número de agentes de policía involucrados en feminicidios, violencia doméstica y asesinatos familiares también es motivo de preocupación.

Tomando una medida inusual, Ramaphosa convocó a las dos cámaras del parlamento, la Asamblea Nacional y el Consejo Nacional de Provincias, a una sesión de emergencia el 18 de septiembre para abordar la violencia de género. También se ha argumentado que esta es una de las razones por las que canceló su visita prevista a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Se citó al portavoz presidencial, Khusela Diko, diciendo que “el presidente había decidido quedarse en Sudáfrica para ocuparse de la implementación de las medidas urgentes del gobierno contra la violencia de género, del restablecimiento del orden y la estabilidad en las zonas afectadas por la violencia pública y de la supervisión de las iniciativas previstas para dar un giro a la economía”.

Construyendo un muro de resistencia

Las respuestas del gobierno y de la sociedad civil son alentadoras. Sin embargo, a pesar de las miles de palabras escritas, y las miles de actividades y eventos, muchas mujeres se hacen eco de las palabras de la periodista y autora Marianne Thamm, quien escribió al final del mes de la mujer sobre el 'horror imparable' y planteó la pregunta colectiva: “¿y qué hacemos con nuestra ira?”

Muchos temen que el movimiento que ha crecido en el último mes se desvanezcan igual que vino, como cada etiqueta, como cada campaña de dieciséis días y cualquier otra tendencia del mes.

Pero hay esperanza de que, tal vez, esta vez sea diferente; tal vez, en esta ocasión el impulso siga creciendo; tal vez, los muros de silencio se hayan derrumbado para siempre; tal vez, el espíritu de las mujeres de 1956 esté realmente vivo; tal vez, las rocas que se han extraído del suelo abierto sirvan para levantar un muro de resistencia indestructible.

Las organizaciones de la sociedad civil están decididas a hacer que el gobierno asuma sus promesas y compromisos, y a dar seguimiento y apoyo a las víctimas y sobrevivientes a través del proceso legal y del proceso de sanación. Abogados, médicos, psicólogos y terapeutas están ofreciendo apoyo de forma gratuita. Los restaurantes y empresas están poniendo en sus puertas y ventanas un logo que dice “Pasa”, con el que invitan a las mujeres que se sienten inseguras a entrar en sus establecimientos y se comprometen a esperar con ellas por su medio de transporte y a apoyarlas en lo que necesiten. Se cuentan muchas historias de sobrevivientes que se alientan y se apoyan mutuamente, de sudafricanos que cruzan fronteras para ayudarse mutuamente y hacer frente a los autores de actos de violencia y a la cultura de la violación.

Mientras se escuchan sus voces, las mujeres están haciendo preguntas difíciles a la iglesia, a la sociedad, al mundo: ¿hablaremos en contra del abuso dentro de nuestros diferentes entornos?, ¿expondremos las formas en que nuestros textos sagrados se han utilizado para perpetuar el patriarcado y las masculinidades y feminidades malsanas?, ¿seremos lo suficientemente valientes como para forjar una peregrinación de justicia y paz también en el difícil y controvertido terreno de las relaciones de género?, ¿apoyaremos a las mujeres de Sudáfrica?

Los Jueves de negro

Una comunidad justa de mujeres y hombres

*Lyn van Rooyen es una consultora especializada en comunicación institucional. Vive en Johannesburgo (Sudáfrica).