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Un sacerdote ortodoxo conversa con dos hombres jóvenes en un campamento de trabajo del CMI en Elassona (Grecia), en septiembre de 1962. Foto: John P. Taylor/CMI

Un sacerdote ortodoxo conversa con dos hombres jóvenes en un campamento de trabajo del CMI en Elassona (Grecia), en septiembre de 1962. Foto: John P. Taylor/CMI

En 2018 celebramos el 70º aniversario del Consejo Mundial de Iglesias. Con el fin de crear un animado relato de primera mano de la comunidad ecuménica y de nuestro camino común, las iglesias miembros han aportado historias de las personas, los acontecimientos, los logros e incluso los fracasos que han acentuado nuestra búsqueda colectiva de la unidad cristiana.

Este artículo ha sido escrito por el Dr. Govaert Chr. Kok, antiguo miembro del Comité Central del CMI de la Iglesia Vieja Católica de los Países Bajos.

Las opiniones y los puntos de vista expresados en este artículo son los del autor y no reflejan necesariamente los principios básicos del Consejo Mundial de Iglesias.

Al hacer memoria, me doy cuenta de que pertenezco a una generación privilegiada, ya que pude participar en la labor del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) desde una edad temprana.

A finales de los años cincuenta, cada verano, el Departamento de Juventud del CMI, dirigido entonces por un joven Philip Potter en los inicios de su larga carrera en el CMI, organizó unos 45 campamentos ecuménicos internacionales de trabajo en países de todo el mundo.

Estudiantes y otros jóvenes de edades comprendidas entre los 19 y 30 años podían inscribirse en estos campamentos, uniéndose a grupos de 20 a 30 participantes de diversos países, confesiones y horizontes profesionales. El objetivo de estos campamentos era que los participantes trabajaran como voluntarios seis horas al día en proyectos de una iglesia o una comunidad local.

Además de trabajar, los jóvenes se reunían cada día para orar, participar en estudios bíblicos y debatir con el fin de profundizar sus conocimientos sobre la celebración del culto, la vida religiosa y el pensamiento de las diversas iglesias y tradiciones. Y, por último, pero no por ello menos importante, uno de los secretarios del Departamento de Juventud del CMI en Ginebra, de visita en el lugar, daba a conocer a los participantes los muchos proyectos del Consejo.

Hospitalidad ortodoxa en Grecia

Mi primer campamento de trabajo fue en 1958 en Machairado, un pequeño pueblo de la isla griega de Zakynthos (o Zante), gravemente afectado por un terremoto ocurrido unos años antes. La tarea de los 25 campistas (todos trabajadores no cualificados) era ayudar a la reconstrucción del sistema de abastecimiento de agua para el pueblo y excavar en un suelo rocoso las zanjas necesarias para las tuberías. Los habitantes del pueblo colaboraron en las obras con entusiasmo, y después del trabajo a menudo nos invitaron a beber un vaso de vino griego “retsina” o a compartir una comida típica.

Nuestro anfitrión fue el joven obispo ortodoxo Alexis de Zante, el cual nos visitó muchas veces y nos recibió en su catedral para el culto dominical. La riqueza de la liturgia ortodoxa, desconocida para la mayoría de participantes no griegos, fue una experiencia maravillosa. Cada mañana y cada atardecer asistimos a servicios de oración en una pequeña capilla del pueblo llena de iconos. Sucesivamente, cada uno de nosotros presentó algo de su tradición y de su país, lo cual a menudo suscitaba preguntas y luego daba lugar a debates con los otros participantes en el campamento, así como con los aldeanos que habían asistido a la oración.

El secretario encargado de los campamentos de trabajo, Ralph Weltge de Ginebra, y Christopher King y Phyllis Saunders de la oficina del CMI en Atenas, nos visitaron y nos explicaron muchas cosas sobre la labor del CMI en todo el mundo, así como sobre la asistencia prestada a los refugiados y la reconstrucción de Grecia tras la Segunda Guerra Mundial y la sangrienta guerra civil con los comunistas que tuvo lugar posteriormente. Tras el campamento, pude viajar un poco más por Grecia con un amigo y visitamos el Monte Athos y algunos de sus centenarios monasterios greco-rusos, una experiencia inolvidable.

Recuerdos especiales de Finlandia

El campamento de trabajo en Finlandia en 1959 comenzó como el del año anterior, con un largo viaje en tren y en barco (en esos años, los estudiantes no viajaban en avión). El campamento estaba situado en Teiniharju, cerca de Punkasalmi, en una preciosa región llena de lagos y bosques a proximidad de la frontera rusa, donde construimos una capilla de madera para unas ochenta personas en el centro de campamentos y conferencias del Movimiento Estudiantil Cristiano de Finlandia. El trabajo de construcción era nuevo para la mayoría de nosotros, pero el Sr. Kupiainen, un maestro carpintero con una larga trayectoria profesional, nos enseñó cómo hacerlo.

La mayoría de finlandeses pertenece a la Iglesia Luterana, pero el país también cuenta con una pequeña iglesia ortodoxa, y nosotros pudimos participar en servicios religiosos de ambas tradiciones en la ciudad de Joensuu. Al igual que en Grecia, empezamos y acabamos cada jornada con un pequeño servicio de oración al aire libre en el campamento, y el último día pudimos reunirnos en nuestra capilla, casi terminada.

Durante los fines de semana, visitamos diversas congregaciones de los alrededores y participamos en un gran evento misionero al aire libre, en el bosque, organizado por varias iglesias locales, donde ampliamos nuestros conocimientos sobre la vida eclesial de la tradición luterana finlandesa. También tuvimos la oportunidad de descubrir en barco algunos de los bellos parajes que rodeaban nuestro campamento y visitamos el antiguo castillo de Savonlinna.

La presentación de la labor del CMI estuvo a cargo de Véronique Lauffer del Departamento de Juventud en Ginebra, la cual también nos informó sobre la moderna comunidad monástica ecuménica de Taizé y sobre su contraparte femenina, la comunidad de Grandchamp, de la que era miembro desde hacía algunos años.

También guardo otro recuerdo del campamento, que es muy especial para mí: fue allí donde conocí a mi futura mujer, Grete Frimer-Larsen, que entonces se estaba formando como enfermera en el Diakonessenhuset Sankt Lukas Stiftelsen en Copenhague.

Años más tarde, durante mi vida profesional como abogado y como participante en muchas reuniones de los órganos rectores de instituciones ecuménicas, en particular del Comité Central del CMI, del que fui miembro de 1983 a 1991, a menudo recordé el espíritu y la manera en que trabajamos juntos en los campamentos.

El trabajo manual diario nos acercó y las diferencias entre nosotros (nacionalidad, iglesia y tradición) desaparecieron. Parecía posible resolver todos los problemas de la iglesia y la sociedad simplemente colaborando para lograr un objetivo común. ¡Un aprendizaje para la vida!

 

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