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Foto: Karen Burke/CMI

Foto: Karen Burke/CMI

En 2018 celebramos el 70º aniversario del Consejo Mundial de Iglesias. Con el fin de componer un relato vivo y de primera mano sobre la comunidad ecuménica y sobre nuestro viaje común, el secretario general del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), el Rev. Dr. Olav Fykse Tveit, ha invitado a todas las iglesias miembros a contar sus historias, las cuales les iremos transmitiendo a lo largo del año.

"Quizá quiera contar la historia de alguien o de algún acontecimiento. O quizá quiera recordarnos algún logro importante, o, por qué no, algún fracaso del que podríamos aprender mucho", escribió el Rev. Tveit. "Quizá quiera intensificar la búsqueda de la unidad cristiana, destacar la importancia de nuestro testimonio cristiano común, o dar cuenta de nuestra lucha común por la justicia y la paz. Sea cual sea su historia, será un placer recibirla.", añadió el secretario general.

La primera historia de nuestra serie es de Gerard Willemsen, director internacional de la Iglesia Unida de Suecia. Si también usted se anima a escribir su historia, por favor, no deje de enviárnosla.

Le conocí en un campo de refugiados en la región de Khandamal, Orissa, India. Usted era un anciano de los kondha, una de las tribus de esa parte de la India. Habíamos estado viajando por el país como un grupo de personas de diferentes países, enviado por el CMI para alentar a las iglesias de la India. Éramos como una carta viviente de la comunidad mundial dirigida a la Iglesia de la India. Después de visitar otros lugares, llegamos a Orissa.

Corría el año 2009 y la situación era tensa. Los cristianos habían sido objeto ese mismo año de intensas persecuciones, efectivamente organizadas por Sangh Parivar, una organización nacionalista y fundamentalista hindú. Nos contaron que más de un centenar de cristianos habían sido asesinados, muchos más habían sido maltratados, que miles de casas cristianas habían sido quemadas y que 70 000 cristianos se habían visto obligados a abandonar sus aldeas y huir.

Usted era una de esas personas que habían huido y se habían quedado sin hogar. Nos contó que usted y los cristianos de su pueblo habían sido amenazados de muerte. Nos contó que había huido adentrándose en la selva bajo fuertes lluvias, nos habló de lo difícil que había sido atravesarla en esas circunstancias y nos explicó que su esposa, al ser ciega y no poder hacerlo sola, lo había hecho en brazos de su hijo. Que llegó a la cima de una montaña y desde allí vio cómo ardía su casa. Y que ahora estaba aquí, junto a varios cientos de personas más en situaciones similares.

Fue aquí donde me encontré por primera vez con la iglesia que sufre y que es perseguida. También fue aquí donde descubrí lo importante que era para usted y para los demás que viniéramos y los escucháramos. No podíamos hacer gran cosa, o quizás sí, porque podíamos rezar juntos. Usted y yo hablábamos diferentes idiomas, pero al ver su sufrimiento, sentí el sufrimiento de la iglesia y comprendí que el mismo Cristo sufría con usted.

Foto: Karen Burke/CMI

Entendí que nuestra visita le daba aliento, "Han sido valientes al venir", dijo alguien. Quizás. Pero las personas que conocimos allí eran más valientes por ver un futuro después de todo aquello, por no perder la esperanza. Y, paradójicamente, salí de su campamento, triste y conmocionado, sin duda, pero también animado. Animado por la esperanza que vi en sus ojos, hermanos y hermanas, por su determinación de permanecer fiel a Cristo.

Recuerdo al hombre que contó que otros aldeanos hindúes habían intentado ayudarlos. Recuerdo que la gente hablaba de la presencia de Dios en medio de todo aquello, y recuerdo a alguien que contaba que “desde que esto empezó, se han unido algunos más a nosotros, los cristianos”. Y por primera vez entendí el pleno significado de las palabras de Pablo en 2 Cor 4:8-9 Estamos atribulados en todo pero no angustiados; perplejos pero no desesperados; perseguidos pero no desamparados; abatidos pero no destruidos. Perseguidos pero no desamparados. Eso es lo que vi en los ojos de muchos de ustedes. Cuando le miraba a usted, veía efectivamente el sufrimiento de nuestro Señor, pero también a nuestro Señor resucitado.

Me llevé su historia conmigo y la guardé en mi corazón. Después de mi visita, alguna vez la he compartido, y he rezado junto a muchos otros por usted y por las muchas otras víctimas de Kandhamal. A día de hoy, espero que haya encontrado un nuevo hogar. Y quiero que sepa que su resistencia ha sido un testimonio importante.

He servido a mi iglesia durante muchos años en el ámbito de la misión internacional. He visto sufrimiento en muchos lugares y mi corazón podría haberse endurecido con el tiempo, pero la esperanza que vi entonces en sus ojos me hace tener esperanza en este mundo. Ese fue el momento y el lugar en que realmente entendí lo importante que era formar parte de esta comunidad mundial y colorida que es el CMI. Un lugar donde podemos encontrarnos más allá de las fronteras de las tradiciones, las culturas y los idiomas, y reunirnos en torno a Cristo, peregrinando juntos por la justicia y la paz.

El valor de ese viaje que hicimos a Khandamal ese año va más allá de lo que podemos medir y eso es precisamente lo que constituye el gran valor de nuestra comunidad del CMI.

Gerard Willemsen,
Iglesia Unida de Suecia

Más información sobre el 70° aniversario del CMI:
www.oikoumene.org/wcc70