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“He marcado la huella de mi mano, una huella sagrada, porque soy imago Dei, una imagen portadora de lo divino”. Mural creado durante el Festival del Decenio Ecuménico en Harare, antes de la Asamblea de 1998. Foto: Chris Black/CMI

“He marcado la huella de mi mano, una huella sagrada, porque soy imago Dei, una imagen portadora de lo divino”. Mural creado durante el Festival del Decenio Ecuménico en Harare, antes de la Asamblea de 1998. Foto: Chris Black/CMI

En 2018 celebramos el 70º aniversario del Consejo Mundial de Iglesias. Con el fin de crear un animado relato de primera mano de la comunidad ecuménica y de nuestro camino común, las iglesias miembros han aportado historias de las personas, los acontecimientos, los logros e incluso los fracasos que han acentuado nuestra búsqueda colectiva de la unidad cristiana.

Esta historia fue escrita por la Rev. Dra. Margot Käßmann, teóloga luterana y expresidenta del Consejo de la Iglesia Evangélica en Alemania (EKD). Käßmann fue miembro de los Comités Central y Ejecutivo del CMI durante muchos años, hasta su renuncia en 2002.

He vivido muchas buenas historias con el CMI, pero lamentablemente también algunas desalentadoras. Pero, ¿qué sería una historia sin altibajos?

La Asamblea del CMI celebrada en 1998 en Harare marcó el final del Decenio Ecuménico de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres. Se hizo realidad después del Decenio Internacional para la Mujer proclamado por las Naciones Unidas. Bärbel Wartenberg-Potter presentó un informe convincente al Comité Central en 1985 en Buenos Aires, y se decidió que en 1988 las iglesias del mundo apoyarían este tema.

Hubo muchos avances alentadores. Se enviaron delegaciones como “cartas vivas”, con dos mujeres y dos hombres cada una, a las iglesias miembros para indagar sobre el papel de las mujeres. Hubo muchos descubrimientos perturbadores, como la actitud con frecuencia poco clara en relación con la violencia contra las mujeres. Sin embargo, las múltiples visitas envalentonaron a las mujeres de las iglesias para hablar abiertamente en vez de permanecer calladas.

Margot Käßmann en la reunión del
Comité Central del CMI de  1999.
Foto: Peter Williams/CMI

En aquel momento, muchos miembros del Comité Central y miembros del personal del CMI pensaron que al final del decenio tenía que haber una señal visible para la comunidad de mujeres y hombres en la iglesia.

Una secretaria general era todavía impensable. Uno de los requisitos no escritos de quien ostentara el cargo era que tenía que estar ordenado o ser clérigo. Dado que las mujeres eran rechazadas para el ministerio en muchas iglesias miembros, esa no era una opción. Sin embargo, estábamos convencidos de que la elección de una mujer para presidir el Comité Central podía enviar una señal de que las iglesias del mundo se tomaban en serio el decenio.

La Dra. Janice Love, politóloga de la Iglesia Metodista (EE. UU.), era miembro del Comité Central desde 1975 y, además, había servido un mandato en el Comité Ejecutivo. Tenía la reputación de ser una moderadora excelente capaz de equilibrar intereses e incluso emociones muy diferentes. Muchos estábamos esperando una señal visible de la comunidad entre mujeres y hombres en la iglesia.

Entonces circularon las listas para la recogida de firmas. Para estar en paz con la Iglesia Ortodoxa, se consideró juicioso elegir a un moderador ortodoxo. Y eso es lo que ocurrió. Años después, Agnes Abuom fue la primera mujer elegida para ocupar ese cargo. Pero, en aquel momento, simplemente dolió.

Más información sobre el 70º aniversario del CMI: www.oikoumene.org/es/wcc70

Resumen de las historias publicadas hasta la fecha: www.oikoumene.org/es/wcc70/stories-from-70-years-of-wcc

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