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Fotografía: Albin Hillert/FLM

Fotografía: Albin Hillert/FLM

En 2018 celebramos el 70º aniversario del Consejo Mundial de Iglesias. Con el fin de crear un animado relato de primera mano de la comunidad ecuménica y de nuestro camino común, las iglesias miembros han aportado historias de las personas, los acontecimientos, los logros e incluso los fracasos que han acentuado nuestra búsqueda colectiva de la unidad cristiana.

Esta historia fue escrita por Olle Eriksson, un namibio que trabajó durante treinta y cinco años (1968-2003) con la Iglesia Evangélica Luterana en Namibia, la Misión Evangélica Luterana Finlandesa y la Federación Luterana Mundial.

Las opiniones y los puntos de vista expresados en este artículo son los del autor y no reflejan necesariamente las políticas del Consejo Mundial de Iglesias.

Las minorías blancas gobernaron tres países del sur de África durante muchos años, incluso después de que la mayoría de las antiguas colonias de África lograran la independencia. Veinte o treinta años de guerras amargas y sangrientas precedieron a la independencia de Zimbabwe (antes Rodesia) en 1980 y de Namibia (antes África Sudoccidental) en 1990, y al gobierno de la mayoría en Sudáfrica en 1994.

Los movimientos de liberación, como la Organización Popular de África Sudoccidental (SWAPO, por sus siglas en inglés) de Namibia, fueron las principales fuerzas que se movilizaron y lucharon por la independencia, y merecen que se les reconozcan los logros antes y después de alcanzar la victoria.

Los movimientos de liberación, que luego serían partidos políticos, no eran sin embargo los únicos movimientos e instituciones que trabajaban por el cambio, la justicia, la independencia y la paz. Gobiernos amigos, personas interesadas y organizaciones de distintas esferas de la sociedad se unieron al pueblo oprimido.

En el presente artículo, pongo énfasis en el papel de las iglesias, a escala local e internacional, como una fuerza importante y crucial para llevar la independencia, la paz, la estabilidad y el progreso a Namibia. En ningún otro lugar del mundo pueden las iglesias reivindicar haber tenido tanto éxito en la lucha por la independencia de una nación. Incluso los actores políticos y militares admiten y aprecian este hecho.

La postura de las iglesias surgió en una situación en la que la sociedad civil no tenía de otra manera una plataforma. Las organizaciones políticas, los sindicatos y otras organizaciones fueron prohibidos o silenciados. Las únicas instituciones que tenían un cierto grado de libertad, y que tenían una extensa red de congregaciones locales, estructuras nacionales y dirigentes autóctonos, eran las iglesias.

La mayoría de estas iglesias, en particular las iglesias anglicanas, luteranas y católicas romanas, además de realizar la labor espiritual, llevaban mucho tiempo participando en actividades sociales y de desarrollo entre las comunidades negras, desfavorecidas, oprimidas y pobres. El país estaba dividido en varias “patrias”. Las familias estaban separadas debido a un sistema de trabajo bajo contrato por el cual los hombres permanecían alejados de sus familias durante largos períodos. La libertad de circulación estaba restringida, las oportunidades de trabajo eran desiguales, el sistema educativo era desigual, etc.

Las iglesias conocían la difícil situación y las aspiraciones del pueblo y se habían ganado su confianza. Por ese motivo, tenían el mandato de alzarse como la voz de los que no tenían voz.

Las iglesias también se dieron cuenta de que solas y separadas no podían conseguir mucho. De modo que la situación política las unió. Las tres iglesias luteranas crearon plataformas conjuntas, y surgieron organismos interdenominacionales como el Consejo Cristiano y luego el Consejo de Iglesias de Namibia, en los años setenta. Ya antes de eso, muchas iglesias se habían convertido en miembros de organismos internacionales y ecuménicos como la Federación Luterana Mundial (FLM) y el Consejo Mundial de Iglesias (CMI), y podían hacer oír su voz en plataformas internacionales, y obtener la solidaridad y el apoyo que tanto necesitaban. La lista de las destacadas personalidades que participaron en este movimiento sería bastante larga.

Ya en los años sesenta, y todavía más en los setenta y los ochenta, la FLM, el CMI y sus iglesias miembros proporcionaron fondos y otro tipo de apoyo a numerosos proyectos y programas de desarrollo y relacionados con las iglesias. También se pidió a estos organismos ecuménicos que ofrecieran ayuda humanitaria y orientada al desarrollo a la SWAPO. Esto, por supuesto, también generó sospechas de que esa ayuda se utilizaba para comprar armas.

Todo esto enfureció al Gobierno sudafricano encabezado por blancos, bajo los cuales estaba África Sudoccidental. Los dirigentes y los trabajadores de las iglesias fueron intimidados y acosados. Se bombardearon edificios, como la imprenta luterana de Oniipa. Los trabajadores de las iglesias fueron detenidos y torturados, algunos acabaron en la isla Robben y otras prisiones, algunos fueron asesinados o murieron en explosiones de minas terrestres. Los trabajadores expatriados fueron expulsados o se les negaron visados de trabajo y permisos para trabajar en algunas zonas.

No obstante, las iglesias todavía disfrutaban de una especie de inmunidad y libertad, y en cierta medida eran incluso escuchadas, porque el gobierno comprendió que aquí estaba una fuerza de la que no podía librarse.

Por supuesto, había intentos por parte del Gobierno sudafricano de organizar campañas de publicidad en contra de las iglesias. Los movimientos a favor de la independencia y también las iglesias y sus trabajadores fueron catalogados como agentes del comunismo y el marxismo, y de la Unión Soviética y sus aliados. Las personas corrientes no sabían mucho del comunismo. Pero como el Gobierno de Sudáfrica habló en contra de él de forma tan tenaz, la gente empezó a pensar que en realidad el comunismo debía ser algo bueno. Le llevó algo de tiempo al Gobierno sudafricano darse cuenta del error que había cometido.

El resto es historia. En resumen, Sudáfrica finalmente tuvo que renunciar a África Sudoccidental/Namibia y aceptar el proceso de independencia supervisado por la ONU. El Grupo de Asistencia de las Naciones Unidas para el Período de Transición, dirigido por el representante especial Martti Ahtisaari, sabía que las iglesias tenían que incorporarse al proceso. Tras los enfrentamientos armados y la crisis que surgió inmediatamente después de que empezara la presencia de la ONU el 1 de abril de 1989, se pidió a las iglesias que se ocuparan de los guerrilleros atrapados y heridos de la SWAPO y los llevaran a un lugar seguro. El proceso de repatriación de más de 42 000 namibios exiliados fue dirigido en gran medida por el Comité de Repatriación, Reasentamiento y Reconstrucción de las iglesias, bajo la supervisión del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. La cuarta “R”, concretamente la reconciliación, ya se podía haber añadido en ese momento. La reconciliación fue considerada un tema central del proceso de construcción de la nación del nuevo gobierno. Esto se vio, por ejemplo, en la exitosa integración de soldados de la guerrilla y antiguos militares sudafricanos en el nuevo ejército.

Un ámbito en el que las iglesias eventualmente fracasaron fue en presionar al gobierno para que estableciera una Comisión de la Verdad y la Reconciliación como ocurrió en Sudáfrica, y encarar de manera satisfactoria las atrocidades cometidas por la SWAPO en los llamados calabozos de Lubango y en otros lugares.

Tantos hombres y mujeres fuertes en la iglesia y la sociedad, en Namibia y el extranjero, han sido valientes y visionarios. También podemos decir con seguridad que nunca antes los cristianos se han unido de manera tan enérgica para trabajar por la independencia de una nación. No debemos olvidar todas las oraciones dirigidas al Señor Todopoderoso. Las oraciones fueron escuchadas.

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