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Servicio de comunión en la I Asamblea del CMI en Ámsterdam, 1948. Foto: Archivo del CMI

Servicio de comunión en la I Asamblea del CMI en Ámsterdam, 1948. Foto: Archivo del CMI

Odair Pedroso Mateus*

 

¿Alguna vez pensaron componer un oratorio sobre el movimiento ecuménico y dedicarlo al Consejo Mundial de Iglesias?

 

En la Iglesia Vieja Católica de los Países Bajos lo hicieron, me refiero al obispo Engelbertus Lagerwey de Deventer y Alexander de Jong.

 

Intitulado The Song of Unity, el oratorio fue interpretado el domingo de tarde en dicha iglesia. Tras la presentación hubo una recepción ofrecida por el Consejo Ecuménico de las Iglesias de los Países Bajos.

 

De vuelta al hotel, todavía impresionado por “la belleza de la música” y el contenido del libreto sobre la visión ecuménica, de pronto me di cuenta que el tema de la Asamblea, en realidad, no es el tema de la Asamblea.

 

Y recién ahora, después de haber visto los informes de las cuatro secciones como fueron presentados en el plenario y después recibidos por la Asamblea y recomendados a las iglesias “para que los consideren seriamente y tomen las medidas apropiadas”, esa idea apareció con mayor nitidez en mi mente generalista de periodista especializado en temas teológicos.

 

Así que después de entrevistar a Ruth Rouse, anglicana, y a Sarah Chakko, siria ortodoxa, tras el almuerzo, compartí mi idea con ellas. Dicho sea de paso, las mujeres no son muy prominentes en esta Asamblea. Los datos estadísticos sobre la participación muestran que de los delegados, 270 son ordenados y solo 81 “mujeres u hombres laicos”.

 

El curriculum vitae de la Sra. Rouse es impresionante, pues fue secretaria de la Federación Mundial de Estudiantes Cristianos de 1905 a 1924; autora del libro Rebuilding Europe, publicado en 1925, y presidenta de la Asociación Cristiana Femenina Mundial de 1936 hasta hace dos años.

 

Me cuenta que está embarcada en una nueva aventura con algunos viejos amigos: escribir un libro sobre la historia del movimiento ecuménico en el cual, los distintos movimientos ecuménicos convergen como pequeños ríos que forman un solo río caudaloso: el CMI. Tal  vez, este sea el primer gran proyecto editorial del flamante Instituto Ecuménico de Bossey, cerca de Ginebra, donde enseña Suzanne de Dietrich.

 

La vida de la Sra. Chakko también es impresionante; tuvo que afrontar prejuicios culturales para llegar a ser una profesora famosa; enseña historia en una escuela metodista de Lucknow, Uttar Pradesh, India, pero no se detuvo allí.

 

Hace quince años adhirió a la Federación Universal de Movimientos Estudiantiles Cristianos, lo que la llevó a países como Indonesia, Estados Unidos y China. Aquí en Ámsterdam es la presidenta (sic) del Comité de Vida y Trabajo de la Mujer en la Iglesia. No me extrañaría que algún día Sarah fuera nombrada a un puesto en el CMI ni que llegara a ser su primera presidenta.

 

Ruth y Sarah concordaron con mi idea periodística-teológica de que el tema de la Asamblea no es el tema de la Asamblea.

 

De hecho, el tema de esta Asamblea es… la Iglesia o, más precisamente, las iglesias y la presión de su vocación común: el Informe de la Sección I versa sobre el pacto de las iglesias para manifestar la Iglesia Una en el “designio de Dios”; el pacto de las iglesias respecto a la renovación, la misión y la obediencia al “designio de Dios” es el tema de la Sección II; el pacto de las iglesias para responder al “desorden del hombre” en la sociedad y en los asuntos internacionales son los temas de las secciones III y IV respectivamente.

 

En una Asamblea, donde las iglesias finalmente asumen la responsabilidad del movimiento ecuménico pactando como un “Consejo de iglesias”, su tema solo podía ser las iglesias peregrinas en la historia.

 

¿Qué significa ser iglesias peregrinas que responden juntas “al desorden del hombre” en el mundo actual, a la luz del “designio de Dios”? Piensen en las guerras mundiales, la bomba atómica, el racismo y la creciente lucha entre capitalismo y comunismo en el mundo entero.

 

El informe lúcido y crítico de la Sección III ofrece perspectivas para dar una respuesta. Vengan y vean.

 

La raíz más profunda del desorden mundial, dice el informe, “es el rechazo del hombre a ver y admitir que su responsabilidad ante Dios va más allá de su lealtad con cualquier comunidad terrenal y su obediencia a cualquier poder mundano”.

 

La iglesia cristiana “enfoca el desorden de nuestra sociedad con fe en la señoría de Jesucristo”; a la luz de su reino, “los cristianos son conscientes de que sus pecados corrompen las comunidades e instituciones humanas de cada época”. A la vez, “también les tranquiliza el triunfo final sobre todos los pecados y la muerte, a través de Cristo”. Por consiguiente, la desesperación actual no tiene cabida en la fe cristiana.

 

¿Cuáles son los factores principales del desorden contemporáneo? El primero reside en las vastas concentraciones de poder que en el capitalismo son principalmente económicas y en el comunismo, económicas y políticas. El segundo factor reside en la sociedad dominada por las técnicas y sus consecuencias ambivalentes.

 

Hoy en día, las iglesias cristianas tienen la imperiosa responsabilidad de “ayudar a los hombres para que puedan lleven un vida personal más plena en el ámbito de la sociedad técnica”, sin olvidar que “a menudo: ratificaron desde el punto de vista religioso, los privilegios especiales de las clases, razas y grupos políticos más dominantes; se concentraron en una interpretación puramente espiritual, o en otras palabras, individualista de su mensaje y su responsabilidad, además de “no entender las fuerzas que moldearon la sociedad que los rodea”.

 

En la revolución industrial, señala el informe, “la actividad económica fue eximida de anteriores controles sociales y superó su modesto lugar en la vida humana”; pero la justicia “exige que las actividades económicas se subordinen a fines sociales”.

 

La Iglesia no puede dirimir el debate económico entre socialistas y capitalista, pero a la luz de su comprensión del hombre, entiende que “la institución de la propiedad no es la raíz de la corrupción de la naturaleza humana” y que “la propiedad no es un derecho incondicional”.

 

La Iglesia debe reivindicar la supremacía de la persona sobre “la subordinación de los procesos económicos y los derechos más preciados a las necesidades de la comunidad en su conjunto”. De ahí que una necesidad fundamental sea “un orden coherente y determinado de la sociedad”.

 

A esa altura, el informe introduce el concepto de “sociedad responsable”.

 

No sé si han oído hablar de los “axiomas centrales” de Oldham. A pesar de su nombre un tanto “nóstico”, ese enfoque de los problemas de la sociedad desempeñó un rol clave en la Conferencia Mundial de Vida y Trabajo que tuvo lugar hace once años y, desde entonces, viene ayudando a las iglesias a desarrollar juntas un enfoque común, profético y constructivo de los problemas sociales contemporáneos, en lo que se podría denominar una “ética social ecuménica”.

 

El axioma central de “sociedad responsable” fue formulado por Oldham y Visser ‘t Hooft el año pasado en Londres. Entonces, ¿qué es una sociedad responsable según el informe? Una sociedad responsable “es aquella donde la libertad es la libertad de los hombres que reconocen la responsabilidad ante la justicia y el orden público, y donde quienes ejercen la autoridad política o el poder económico son responsables de ese ejercicio ante Dios y las personas cuyo bienestar se ve afectado por este”.

 

Una sociedad moderna puede ser responsable si “el pueblo tiene la libertad de controlar, criticar y cambiar su gobierno”, y si el poder se distribuye “lo más ampliamente posible entre toda la comunidad”.

 

En lo que respecta al comunismo y el capitalismo, los cristianos deberían reconocer la mano de Dios “en la rebelión de multitudes contra esas injusticias que dan gran parte de su fuerza al comunismo”. Muchos hombres y mujeres jóvenes tienen la impresión que “el comunismo representa una visión de igualdad humana y hermandad universal para las cuales fueron preparados por influencias cristianas”.

 

Por otro lado, en el cristianismo hay puntos de conflicto con el “ateísmo del comunismo marxista ateo”, tales como la promesa de redención total del hombre en la historia; la creencia de que una determinada clase social está exenta de pecados y ambigüedades; las enseñanzas materialista y determinista, “los métodos implacables con que los comunistas tratan a sus opositores” y la exigencia del Partido Comunista “de una lealtad exclusiva e incondicional”. Las iglesias deberían rechazar “ambas ideologías del comunismo y el capitalismo laissez-faire o liberal…”

 

Aquí debo interrumpir e irme corriendo a la Iglesia Occidental para asistir al servicio de clausura. La Asamblea de Ámsterdam terminó su labor. En breve nos dispersaremos por el mundo entero, pero nos proponemos permanecer juntos…

*Odair Pedroso Mateus, director de la Comisión de Fe y Constitución del CMI.

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