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Integrantes de una Comisión del Departamento de Estudio durante los preparativos de la Asamblea del CMI en Ámsterdam, 1948. De izquierda a derecha: Georges Florovsky, Oliver Tomkins, Floyd Tomkins y Emil Brunner. Foto: Archivo del CMI

Integrantes de una Comisión del Departamento de Estudio durante los preparativos de la Asamblea del CMI en Ámsterdam, 1948. De izquierda a derecha: Georges Florovsky, Oliver Tomkins, Floyd Tomkins y Emil Brunner. Foto: Archivo del CMI

Odair Pedroso Mateus*

 

Díganme, ¿cómo pueden involucrarse seriamente en el tema de esta asamblea  – “El desorden del hombre y el designio de Dios”– si el lunes de tarde Karl Barth, sacudiendo el dedo índice, el Herr Professor de Basilea, profetizó que era erróneo y que debería plantearse en sentido contrario, es decir, primero el designio de Dios y solo después el desorden del hombre?

Y aun así, debemos estudiarlo a fondo cualquiera que sea el orden. Al parecer, es la única forma de que la labor ecuménica sea convincente para abrir nuevas vías. Una organización sin autoridad legislativa como el CMI debe perseguir la excelencia en su labor programática, estudio y dotación de personal porque si no, podría condenarse a la irrelevancia.

Por eso, el arzobispo Temple, en el Memorando explicativo que acompañaba la carta de 1938 dirigida a las iglesias invitándolas a “participar en la creación de un Consejo Mundial de Iglesias” escribió que la autoridad de este último “consistirá en el peso que lleva con las iglesias por su propio saber hacer”, en otras palabras, tanto por la calidad, la oportunidad y la pertinencia de su labor como por la alta competencia de quienes la llevan a cabo.

Joseph Oldham lo había comprendido antes, pues cuando preparaba la Conferencia sobre Vida y Trabajo de 1937 invitó “a un grupo excepcionalmente fuerte” de oradores y editó la colección de Oxford: siete volúmenes sobre el tema de la misma: “Iglesia, comunidad y Estado”.

De ahí que la Asamblea de Ámsterdam, aunque organizada a toda prisa, siguiera su preparación buscando esa excelencia que hizo que la Conferencia de Vida y Trabajo de 1937 se convirtiera en un hito de la resistencia cristiana frente al totalitarismo creciente. Entonces, no es de extrañar, que cuatro volúmenes me estuvieran esperando en la Oficina de Correos a principios de junio. Cuando abrí el primero y leí “Colección de la Asamblea de Ámsterdam”, pensé inmediatamente en el gran Oldham.

Cada uno de los cuatro volúmenes relata en forma distinta el tema de la Asamblea (cualquiera que sea su orden…) y prepara a los participantes para el importante estudio de las cuatro secciones de la Asamblea: La Iglesia Universal y el designio de Dios, El designio de Dios y el testimonio de la iglesia, La Iglesia y el desorden de la sociedad, y la Iglesia y el desorden internacional.

Cada una de estas secciones corresponde exactamente a las cuatro áreas de la labor en curso del CMI: Fe y Constitución; Misión; Vida y Trabajo (que muy pronto pasaría a ser el Departamento de Estudio del CMI) y Asuntos Internacionales.

Gustaf Aulén, Karl Barth, Georges Florovsky y Edmund Schlink contribuyeron al volumen de la Sección I y en los otros tres colaboraron Paul Tillich, Emil Brunner, Jacques Ellul, Reinhold Niebuhr y el famoso dúo de la guerra fría John Foster Dulles-Josef Hromadka.

Muchos de ellos participaron en la Asamblea a tal punto que uno de los delegados comentó algo así como que “toda mi biblioteca está presente en Ámsterdam”.

Al leer la lista de participantes en la Sección I, siento simpatía por Oliver Tomkins, secretario de Fe y Constitución, y redactor del Informe de la Sección I. Me imagino que se siente como Daniel en el foso de los leones.

De hecho, desde una reunión preparatoria que se celebró en Bossey en febrero del año pasado, encontré a Tomkins, futuro Obispo de Bristol, un tanto preocupado por la labor teológica de la Sección I en la que luteranos y reformados continentales siguen insistiendo en die Grund Differenz, la diferencia o división fundamental entre protestantes y católicos.

Tomkins teme que insistir demasiado en esa diferencia fundamental de “protestantes” versus “católicos” pueda poner en riesgo los casi cuarenta años de paciente labor teológica de Fe y Constitución, liderada por los anglicanos, con los ortodoxos bizantinos y los luteranos escandinavos (y por ende con los católicos romanos y los viejos católicos) precisamente en lo que respecta a la Iglesia Universal en el designio de Dios.

Ahora, en la Sección I se trabaja seriamente; si algún día escribe sus memorias, seguro que Tomkins se referirá a su “sentimiento de auténtica desesperación”, después de las dos primeras sesiones. Tras una o dos reuniones, escribirá, “nada estaba claro, salvo nuestro profundo desacuerdo”.

Ay Oliver…  piensa positivo y ten presente que el suizo Barth se inspiró en las escarpadas laderas de las montañas que están una frente a otra, mientras que ustedes, anglicanos, (acertada o erróneamente, según los no conformistas) creen estar predestinados a construir puentes (y vías férreas…) entre una y otra. ¿Quién podría decir hoy que, dentro de cuatro años, escribirás un libro de Fe y Constitución, precisamente con el título reivindicador de The Church in the Purpose of God? (La Iglesia en el designio de Dios).

Finalmente, tenemos el Informe de la Sección I. Tomkins, que trabajó en el mismo hasta las tres de la madrugada, ahora está aliviado por no decir eufórico. Cuenta que tras haberlo leído, Karl Barth le dijo: “Creo que logró dar con la cuadratura del círculo”.

Permítanme recorrer con ustedes rápidamente los seis planteamientos del informe.

1. El primero es el reconocimiento y la afirmación de que Dios nos dio la unidad en Cristo por el Espíritu Santo “a pesar de nuestras divisiones”. Nuestra preocupación común por el Cuerpo de Cristo “nos une” y nos lleva a “descubrir nuestra unidad” en relación con el Señor y Cabeza de la Iglesia.

2. Nuestra unidad en Cristo, nos permite –segundo planteamiento– enfrentar “nuestra diferencia más profunda”: de cada lado de la división “vemos la fe y la vida cristianas como un todo autoconsistente, pero nuestras dos concepciones de ese todo son incompatibles entre sí”.

Nuestra “diferencia más profunda” queda clara en las dos formas contradictorias de describir la naturaleza y la misión de la Iglesia, llamadas precisamente “católica” y “protestante”. Cada una de ellas constituye “toda una tradición institucional”. La forma católica contiene “una insistencia primordial en la continuidad visible de la Iglesia”, mientras que la protestante “enfatiza primordialmente la iniciativa de la Palabra de Dios y la respuesta de la fe”.

De ahí que “no hayamos podido presentarnos la respectiva integridad de nuestra creencia de manera que fuera mutuamente aceptable”.

3. En virtud de nuestra “diferencia más profunda”, nuestros acuerdos básicos sobre la naturaleza y la misión de la Iglesia dan lugar a desacuerdos cuando se someten a “un examen más minucioso”.

4. Por lo tanto, nuestra situación ecuménica puede describirse en tres etapas: cuando nos reunimos para hablar de unidad tropezamos con “problemas persistentes”; entonces nos percatamos que nuestros desacuerdos se remontan a nuestra diferencia más profunda y, finalmente, por debajo de esta última, “volvemos a encontrar un acuerdo en una unidad que nos une y no nos dejará ir”.

5. El quinto planteamiento versa sobre la iglesia peregrina: “en el seno de nuestras iglesias divididas, mucho es lo que confesamos con penitencia”. El orgullo, la voluntad propia y el desamor “han contribuido” a las divisiones existentes. Por nuestro pecado, “los males del mundo penetraron tan profundamente en nuestras iglesias”. Hay iglesias que practican la segregación por raza, color y clase social, lo que es un escándalo en el Cuerpo de Cristo”.

6. Así pues, el Consejo Mundial de Iglesias vio la luz “porque ya hemos reconocido la responsabilidad recíproca de las iglesias en Nuestro Señor Jesucristo. Emprendemos nuestra labor en el CMI “con penitencia por lo que somos y con esperanza por lo que seremos”.

Durante la discusión del Informe en el plenario, V. E. Devadutt de la India y su colega ceilandés D. T. Niles comentan que el contenido del Informe de la Sección I refleja la situación ecuménica de Europa y, por consiguiente, deja atrás el desarrollo ecuménico en Asia donde algunas iglesias acaban de unirse y otras entablaron negociaciones para hacerlo. Niles dice lo mismo, pero con una metáfora: las iglesias más antiguas aún están discutiendo “las razones y circunstancias que las llevaron a su divorcio anterior”, mientras que las iglesias más jóvenes de Asia “acaban de casarse”.

*Odair Pedroso Mateus, director de la Comisión de Fe y Constitución del CMI.

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