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Nelson Mandela baila con un coro sudafricano en la VIII Asamblea del CMI en Harare. Fotografía: Chris Black/CMI

Nelson Mandela baila con un coro sudafricano en la VIII Asamblea del CMI en Harare. Fotografía: Chris Black/CMI

En 2018 celebramos el 70º aniversario del Consejo Mundial de Iglesias (CMI). Con el fin de crear un animado relato de primera mano de la comunidad ecuménica y de nuestro camino común, las iglesias miembros han aportado historias de las personas, los acontecimientos, los logros e incluso los fracasos que han acentuado nuestra búsqueda colectiva de la unidad cristiana.

Esta historia fue escrita por Marijke van Duin, que representó a la Iglesia Menonita en los Países Bajos en la VIII Asamblea del CMI celebrada en Harare (Zimbabwe) en 1998. Desde 2000, es miembro del Grupo de Trabajo del CMI sobre el Cambio Climático. Van Duin es música clásica y redactora jefe en la Iglesia Menonita en los Países Bajos.

Las opiniones y los puntos de vista expresados en este artículo son los del autor y no reflejan necesariamente las políticas del CMI.

Es un choque cultural. Estar en África Subsahariana, asistir a una gran conferencia internacional. Las dos cosas por primera vez.

Harare (Zimbabwe), diciembre de 1998

Nunca he visto una tierra tan roja ni esos aguaceros. Hay una atmósfera vaga e indefinida de muerte en todos los lugares. La Asamblea es impresionante. La amplia sala está llena de personas de todos los tamaños y colores. A veces voto en blanco porque considero que no tengo la educación suficiente para hacer otra cosa.

Hago un amigo: Edmore Rusangah. Trabaja en el campus como empleado de mantenimiento. Vamos juntos al centro de Harare para alquilar una bicicleta: después de todo soy holandesa. Desplazarse en bicicleta resulta ser muy práctico en el gran campus. La gente vuelve la cabeza y sonríe cuando paso rápido a su lado.

Edmore está muy delgado y parece enfermo. Tiene que levantarse a las cuatro de la mañana cada día para tomar un autobús con el que llegar a tiempo al trabajo. Hay rumores de que la población local no tiene suficientes alimentos. Los participantes empezamos a recoger la comida del hotel que nos sirven a diario. Las bolsas de plástico, bien llenas, van a manos de Edmore y del personal de seguridad de los edificios. Mi sensación de incomodidad no desaparecerá.

Edmore me cuenta su pasado. Un día, cuando él y sus dos hermanas pequeñas vuelven de la escuela –a diez millas de distancia que recorren cada día– descubren que todos los habitantes de la aldea han sido asesinados. Sus padres y todos los demás. Las tropas rodesias de Ian Smith han pasado por allí. Edmore tiene diez años. Lo llevan junto a sus hermanas a un orfanato. Cuando sea mayor quiere ser ingeniero. Estoy segura de que puede conseguirlo, es inteligente. Pero no tiene el dinero necesario. Su salario mensual es de 90 dólares.

La transformación

Pasan cosas interesantes en la Asamblea. Mi colega menonita alemán Fernando Enns ha preparado una propuesta para un Decenio para Superar la Violencia. Se respira entusiasmo. Al final de la segunda semana se aprueba la propuesta. ¡Qué sorpresa! El Decenio comenzará en 2001.

Entonces ocurre el mayor acontecimiento de todos: Nelson Mandela. El gran hombre en persona. Lo veo parado en una sala contigua, un hombre alto con una camisa de colores. Me sonríe. Intento devolverle la sonrisa, pero me da demasiada vergüenza. Una hora más tarde, perderé la sonrisa por completo.

Mandela está sobre el escenario con un micrófono. Él relata; los delegados tenemos el texto en papel. Todas las personas de color tienen que ponerse de pie y hablar; todos los blancos deben permanecer sentados y escuchar. Me quedo quieta en mi silla; la mayoría de las personas que me rodean están de pie. Dicen con Mandela: “No más esclavitud, no más colonialismo, no más apartheid”. Me hago cada vez más pequeña, me quiero volver invisible y que me trague la tierra. Por primera vez en mi vida soy consciente de que formo parte de la élite blanca opresora. Además, me perciben como tal. A pesar de que mi padre, teólogo, es un activista antiapartheid, yo sigo siendo blanca y parte de la élite. Y luego está esta horrible palabra: apartheid. Es un término holandés, por el amor de Dios.

¿Es así como se sienten los alemanes décadas después de la Segunda Guerra Mundial?

La confrontación

La Asamblea termina. Quiero visitar algunos lugares interesantes. Las cataratas Victoria, por supuesto. La oficina de turismo me muestra las posibilidades. Un hotel de precio medio cuesta en torno a 100 dólares por noche. Es más de lo que Edmore gana al mes. Me cuesta pero me decido: no puedo hacerlo. En lugar de eso, hago un contrato con Edmore. Le doy todo mi dinero y él me firma un documento de deuda. Quiere eso. En el fondo sé que nunca volveré a ver mi dinero. Pero no me importa.

Ámsterdam (Países Bajos), diciembre de 1998

Dos días antes de Navidad, estoy sentada en mi sofá como un zombi. Las tiendas están repletas de cosas. Chocolate, regalos, todo. No lo entiendo, no lo quiero. La diferencia es demasiado grande. Es demasiado.

1999-2007

Le envío con frecuencia paquetes a Edmore. Me escribe y me envía pequeños animales hechos a mano. Un elefante, un león, un escorpión de hierro. Los doy a mi familia y mis amigos, que me dan dinero para Edmore. Edmore también me envía fotos de su mujer y sus dos hijas pequeñas. Parece que les va bien.

La situación en Zimbabwe empieza a deteriorarse. La economía se hunde, Edmore pierde su trabajo. Tiene dos hijos más, dos niños gemelos. Parecen adorables. Me pide que le envíe condones: son muy caros en Zimbabwe. Voy a una farmacia del otro extremo de Ámsterdam y compro docenas. Doy gracias a Dios por mi cara de póquer.

Edmore me informa de que se ha ido de Zimbabwe. Vende cosas en las calles de Namibia como un último intento de ganar un poco de dinero. No tiene elección igual que muchos de sus compatriotas. Una revista de Namibia publica una historia sobre los desafortunados zimbabuenses. Incluye una pequeña entrevista a Edmore. Recibo una copia del artículo.

Seis meses después, Edmore me escribe de nuevo. Está en el hospital. Tras regresar a Harare al lado de su esposa e hijos, los comandos de Zanu-PF han entrado en el hogar de la familia. Lo han golpeado hasta casi matarlo delante de sus gemelos de año y medio. Al partido no le gustaron mucho los comentarios críticos de Edmore en el artículo de Namibia.

Unos meses más tarde, recibo un mensaje de su viuda.

 

Más información sobre el 70º aniversario del CMI: http://www.oikoumene.org/es/wcc70

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