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Sami El-Yousef at the office of Latin Patriarchate in Jerusalem

Sami El-Yousef, director general del Patriarcado Latino de Jerusalén.

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En la tradición ortodoxa, la ceremonia del fuego sagrado tiene lugar el sábado anterior a la Pascua, cuando se extrae una llama de la losa de mármol que cubre el lecho de piedra sobre el que se cree que se colocó el cuerpo de Jesús para su entierro. Miles de peregrinos y miembros de la comunidad cristiana local se reúnen para la ceremonia y para la procesión que la precede.

“Al pronunciar los nombres de estas familias, justo antes de que comience la procesión, se vislumbra el impacto de la larga historia que se ha desarrollado en este lugar, así como el sentido del paso de generación tras generación” , afirmó Sami El-Yousef.

No obstante, seis de las trece familias ya no viven en Jerusalén y no están allí para llevar su estandarte. “Algunas aparecen cada pocos años”, explicó Sami El-Yousef, “y luego desaparecen durante otros diez o quince años”.

Le preocupa que llegue el día en que esas familias ya no existan. “Sin duda, la religión cristiana seguirá sufriendo en su lugar de orígen a menos que se produzca un cambio drástico en la situación política”, afirmó.

Sami El-Yousef, director del Patriarcado Latino de Jerusalén, que vive y trabaja en el barrio de la Puerta Nueva, en el que su familia lleva viviendo cientos de años, experimenta esta dolorosa realidad tanto en el ámbito profesional como en el personal.

“Muchos de mis compañeros de trabajo también viven en el barrio cristiano de la Ciudad Vieja”, explicó. “Sus familias han estado allí generación tras generación”.

“Hay días en los que parece que se ha conservado el carácter del barrio cristiano. Nos despertamos escuchando las campanas de la iglesia y nos vamos a dormir escuchándolas de nuevo”, reflexionó.

Pero también ve cambios en los últimos años que, en su opinión, amenazan con desgarrar el entramado social y sagrado del barrio cristiano. “Ya no sentimos que pertenecemos a este lugar”, afirmó. “Cuando nuestra cultura y nuestra religión no están representadas, en cierto modo, empezamos a sentirnos alienados”.

Sami El-Yousef cree que Jerusalén debería ser la ciudad más bella del mundo. “Especialmente este año, en el que se celebran al mismo tiempo las grandes fiestas de las tradiciones musulmana y judía, Ramadán y Pésaj, Jerusalén debería ser una ciudad de celebración”.

“Lo ideal sería que la gente pudiera acudir a su propio lugar de culto”, afirmó. “De esa forma, puede darse el compartir. Si no se da, la situación se vuelve deplorable”.

“Cuando no se respeta Jerusalén como espacio sagrado es cuando estallan la violencia, el odio y la injusticia. Mi esperanza sigue siendo que las personas con ideas afines (aquellas personas dispuestas a vivir en paz) acaben por imponerse”, afirmó. “Es necesario respetar el espacio de todos”.

“Las personas que visitan Jerusalén no están expuestas a las injusticias que sufren las personas que viven en ella”, añadió. “Acuden como peregrinos, visitan los lugares sagrados y se marchan llevándose consigo una buena experiencia”.

¿Qué se necesita para lograr la paz en esta ciudad santa? “Realmente, es cuestión de volver a lo básico, es decir, al principio de que la vida de cada persona es sagrada, y de que todas las vidas humana tienen el mismo valor”, afirmó. “Si logramos vernos los unos a los otros como seres humanos, el 99% de nuestros problemas desaparecerán”.

“Para que todas las personas sean tratadas de manera igualitaria, es necesario derribar las barreras tanto físicas como internas”, afirmó.

“Es necesario que podamos vivir en libertad y con dignidad, independientemente de nuestro origen”, añadió. “Tenemos que insistir en que se respeten estos espacios sin dejar de lado a ninguna religión ni a ningún pueblo”.

Con motivo de la próxima Semana Santa, Sami El-Yousef puede expresar cuánto valora a su comunidad. “Durante la Semana Santa, Jerusalén es el mejor lugar en el que se puede estar,” afirmó. “La ciudad cobra vida”.

Guarda un grato recuerdo de las decenas de miles de personas que hablan lenguas diferentes y que participan pacíficamente en la procesión sagrada.

“Muchas personas quieren acercarse a la Iglesia del Santo Sepulcro durante la ceremonia del fuego sagrado, pero cada año parece que menos personas tienen acceso. Algunas de las razones aducidas para estas restricciones parecen estar relacionadas con la seguridad”, explicó, “pero esas mismas restricciones no se aplican a personas de otras comunidades religiosas”.

“Esta situación es, una vez más, muy alienante”, afirmó.

“A pesar de esto, Jerusalén sigue siendo un lugar mágico en el que las personas renuevan su fe”, concluyó. “Si lo hacemos bien, quizá con el paso del tiempo logremos que aquellos que han abandonado esta tierra abran los ojos y cambien de parecer, regresen y formen parte de todo esto”.

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