por Sean Hawkey
Azad* es un refugiado del norte de Alepo (Siria). Actualmente, se encuentra en el campamento de La Jungla en Calais (Francia).
“Es difícil aquí”, dice Azad, y se calla. “La gente tiene hambre, frío, miedo y no podemos hacer nada”. Está sentado con las piernas cruzadas en el suelo de un pequeño refugio. En este campo de refugiados hay casi 7.000 personas. Huyen de la guerra, la represión, el colapso económico y el cambio climático que se viven en países como Siria, Iraq, Afganistán, Palestina, Sudán, Etiopía, Eritrea y Somalia.
“Hemos de borrar nuestros recuerdos. Los muertos no pueden volver a la vida”, argumenta Azad. “Pero todavía tenemos la esperanza de un nuevo comienzo, de un futuro diferente, de que se ponga fin a la guerra en Siria. Esto es todo lo que deseamos para el nuevo año”.
Azad duerme en el suelo de su refugio con cuatro hombres más. Acurrucados unos contra otros. Es un espacio minúsculo y hace frío. En el campamento, su historia es muy común. Fue difícil salir de Siria. Luego atravesó Turquía, cruzó el mar Egeo en un inestable bote inflable y prosiguió su periplo por Europa, sin sentirse nunca seguro, ni bienvenido. El viaje duró semanas. Mucha gente hace una gran parte del recorrido a pie y pierde mucho peso. Azad reflexiona sobre su larga marcha y dice que “incluso con toda la violencia de la policía francesa, incluso con el barro y el frío, el hambre y las condiciones insalubres, es mejor aquí que en Alepo, y que en Turquía”.
“En mi región, hay enfrentamientos. Se dispara a la población con rifles, misiles y cohetes. El Frente Al-Nusra está allí. He visto en las noticias que hay violentos combates en la zona de la que vengo. No sabemos cuándo pararán. Si caigo en manos del ISIS me decapitarán inmediatamente, en primer lugar porque soy yazidí y porque soy kurdo”.
En Calais hay una creciente hostilidad contra los refugiados, la brutalidad de la policía es frecuente y los grupos locales ultraderechistas pinchan las ruedas de los voluntarios que ayudan a los refugiados. Muchos de los migrantes cuentan que han sido golpeados por la policía o por camioneros, que han sido mordidos por perros policiales. Enfermeras voluntarias declaran que en el campamento cada día tratan cientos de lesiones nuevas, así como a pacientes que sufren de sarna y de enfermedades respiratorias que, con el tiempo frío y las condiciones de hacinamiento, son difíciles de controlar.
No hay alcantarillado, por lo que cuando llueve el campamento se convierte en un lodazal. No hay casas. La mayoría de personas viven en tiendas, bajo lonas impermeables o en pequeños refugios de madera. Hay unas pocas tuberías y unos pocos aseos, instalados después de que Médicos sin Fronteras ganara un pleito contra el Gobierno francés que obligó a las autoridades públicas a cumplir su obligación de garantizar unas condiciones sanitarias mínimas.
El Gobierno británico ha gastado siete millones de libras en la construcción de vallas en Calais para mantener a los refugiados alejados del embarcadero que se encuentra a una hora y media por mar del puerto de Dover en el Reino Unido. Ahora, extensas áreas de Calais están rodeadas de vallas dobles con alambres de púas, vigiladas por miles de policías y perros. Los hoteles locales están llenos de agentes policiales venidos de toda Francia.
En el campamento nadie puede trabajar. Para los refugiados ilegales no hay empleo. De modo que la gente va gastando los ahorros que ha traído consigo y quienes no tienen dinero dependen completamente de las donaciones. En la mayoría de campos de refugiados establecidos legalmente y reconocidos, organizaciones gubernamentales como el Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR) y organizaciones no gubernamentales (ONG), como Oxfam y Christian Aid, proporcionan refugio y alimentos. Pero en los campos ilegales, como La Jungla, la mayoría de ONG no prestan asistencia porque ello afectaría a la financiación gubernamental que reciben. En consecuencia, los refugiados quedan en gran medida a merced de las donaciones públicas que les llegan a través de grupos caritativos no oficiales y de las iglesias.
¿Cuál es la solución? Azad contesta: “Todo aquel que pueda escapar de la violencia debe hacerlo. No te puedes quedar y esperar a que te maten. Cuando la violencia pare, pararán los refugiados y regresaremos a nuestros países. ¿La solución para los refugiados ahora? Esto es más fácil, se trata de una decisión política. Si supieran cómo es allí y cómo es aquí, nos ayudarían. Necesitamos que los Gobiernos nos ayuden”.
* El verdadero nombre de Azad ha sido cambiado a petición suya.
Sean Hawkey es un fotógrafo y periodista del Reino Unido. A finales de diciembre, pasó tres días en La Jungla con refugiados de países asolados por la guerra y con voluntarios de Care4Calais que prestan apoyo humanitario.
Fotos de La Jungla están disponibles gratuitamente en photos.oikoumene.org
Fotos de La Jungla publicadas en Facebook
Actividades del CMI en el ámbito de la migración y la justicia social
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