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La economista Barbara Ward (en primera fila) se dirigió a la conferencia del Sodepax, celebrada en Beirut, en abril de 1968. Foto: CMI

La economista Barbara Ward (en primera fila) se dirigió a la conferencia del Sodepax, celebrada en Beirut, en abril de 1968. Foto: CMI

*Odair Pedroso Mateus

Jürgen Moltmann pareció sorprendido al ver su nombre en la lista de contribuyentes. En una cena celebrada recientemente en el Instituto Ecuménico de Bossey, mi colega Stephen Brown, el editor de The Ecumenical Review, lo sorprendió con un folleto editado hace cincuenta años.

El color negro de su tapa seguía siendo tan intenso como el de campaña “Jueves de negro”, pero las páginas de lignina, aparentemente impresas a partir de textos mimeografiados, recordaban ahora a los periódicos antiguos, al haberse vuelto de un color marrón amarillento. Ahora emanaban la autoridad utópica de finales de los años sesenta, olían como la pequeña biblioteca en la que tuve mi primer trabajo cuando era estudiante de secundaria.

El folleto es una colección de documentos presentados en una consulta organizada hace cincuenta años, en noviembre de 1969 en Cartigny, cerca de Ginebra, por una singular iniciativa ecuménica entre Roma y Ginebra, la Iglesia Católica y el Consejo Mundial de Iglesias (CMI): El Comité Conjunto para la Sociedad, el Desarrollo y la Paz, conocido desde entonces como el “Sodepax”, un acrónimo que mi mente asocia persistentemente con la imaginación, la innovación, la desilusión y algo de misterio.

Roma y Ginebra establecieron el Sodepax en 1968, el mismo año en que una bala, disparada el 4 de abril bajo el cielo azul de Memphis, aún resonaba la tarde del domingo 7 de julio, en el Aula de la Universidad de Uppsala, cuando el escritor negro estadounidense James Baldwin se dirigió a la cuarta asamblea del CMI, en trágica ausencia de Martin Luther King: Me dirijo a ustedes, dijo Baldwin, “como una de las criaturas de Dios a quien la Iglesia Cristiana más ha traicionado”.

El Dr. Stephen Brown, editor del Ecumenical Review, muestra a Jürgen Moltmann, en diciembre de 2019, el informe de la Consulta del Sodepax de 1969. Foto: Marianne Ejdersten/CMI

La nueva aldea mundial

Roma y Ginebra estaban entonces profundamente convencidas de que la iglesia estaba llamada a desempeñar un papel activo en la nueva “aldea mundial”, el mundo emergente, moderno, globalizado y secularizado. El gran concilio católico de principios de la década de 1960 enseñó que la iglesia es un signo de la unidad de la humanidad y proclamó, en la misma línea, que “las alegrías y las esperanzas, las penas y las inquietudes de los hombres de esta época, especialmente aquellos que son pobres o que sufren de alguna manera, son también las alegrías y las esperanzas, las penas y las ansiedades de los seguidores de Cristo”. La asamblea del CMI de 1968, siguiendo la línea de la conferencia sobre la iglesia y la sociedad, celebrada en Ginebra en julio de 1966, se hizo eco de esta misma visión al afirmar, aunque de manera algo crítica, que “la Iglesia es audaz al hablar de sí misma como el signo de la unidad venidera de la humanidad”.

Estas visiones convergentes de la iglesia como participante activa en el mundo moderno plantearon la cuestión de cuál podría ser una contribución cristiana al desarrollo social y económico, y cómo se aplicaría en diferentes contextos. Estas fueron el terreno teológico-práctico y las perspectivas del Sodepax.

La promoción de las causas

En una época en que los pesimistas ecuménicos solían bromear diciendo que una iniciativa ecuménica era una empresa liderada por personas que, por separado, decían que no podían hacer nada y, como grupo, decidían que nada podía hacerse, el Sodepax decidió demostrar lo contrario. Un movimiento experimental, flexible y con la mirada puesta en el futuro, y no una mera estructura burocrática, el Sodepax encarnaba, en palabras de su secretario general, Joseph J. Spae, la determinación de diferentes tradiciones cristianas de “buscar juntos formas y medios para promover las causas de la justicia social, el desarrollo y la paz”.

El Sodepax creó rápidamente subgrupos locales y nacionales en Asia, África y América Latina para descentralizar su agenda; lanzó programas de educación para el desarrollo y de movilización por la paz, trabajando con personas de otras religiones; y organizó grandes conferencias internacionales sobre desarrollo humano, sobre la paz en Irlanda del Norte, sobre el papel de las iglesias en el desarrollo de Asia, y otra sobre una teología del desarrollo cuyo informe, con tapa de color negro, mostró mi colega Stephen Brown a un sorprendido Jürgen Moltmann.

Pero el Sodepax “murió en silencio”, en palabras de John C. Bennett, en su adolescencia temprana, en 1980. ¿Por qué? Tom Stransky escribió una vez que el Sodepax fue “víctima de sus propios éxitos rotundos”. En los años en que el trabajo teológico tradicional de Fe y Constitución fue ganando impulso, mientras que la acción social ecuménica enfrentaba dificultades crecientes, Thomas Derr escribió Los obstáculos al ecumenismo: las posturas de la Santa Sede y del Consejo Mundial de Iglesias sobre cuestiones sociales, publicado en inglés por Orbis Books en 1983, con el propósito de comprender lo que parecía un nuevo enigma ecuménico: la doctrina une, el servicio divide.

Más allá de los estereotipos de la izquierda liberal de Ginebra y de la derecha conservadora de Roma, el análisis bien documentado de Derr determinó las diferencias metodológicas y las barreras estructurales que impedían el compromiso común entre Ginebra y Roma en la ética social ecuménica. Un ejemplo de las diferencias metodológicas destacadas por Derr fueron las formas de hacer la ética social: Roma prefería “relacionar las posiciones sobre cuestiones sociales con la tradición de la ética de la ley natural”, mientras que el CMI prefería descubrir “la revelación divina en la frescura y la singularidad de cada acontecimiento”. Un claro ejemplo de barrera estructural para una iniciativa conjunta como fue el Sodepax es el hecho de que la Santa Sede es el gobierno central de una sola iglesia, mientras que el CMI es una comunidad de iglesias muy diferentes, un organismo con funciones consultivas más que ejecutivas.

Joseph Spae señaló que cualquier influencia que el Sodepax haya podido tener, “se debió, en gran parte, a la excelencia de sus consultas ecuménicas”. Los organizadores de la conferencia de 1969 sobre teología del desarrollo –a la que Moltmann, que entonces tenía 43 años, contribuyó con un documento, aunque no asistió; lo que probablemente explica su sorpresa– invitaron a dos teólogos relativamente jóvenes de América del Sur a participar en la consulta. El católico romano peruano, Gustavo Gutiérrez, un recién llegado a la teología tras estudiar medicina, tenía 41 años; el protestante brasileño Rubem Alves, de 36 años, acababa de publicar su destacada tesis doctoral en Princeton, titulada Una teología de la esperanza humana (A Theology of Human Hope).

El teólogo católico romano Gustavo Gutiérrez, en 1975. Foto: Latinamerican Press

Que yo sepa, los dos teólogos no se habían conocido antes ni se pusieron de acuerdo para hacer una contribución concertada a la conferencia de Cartigny. Pero ambos, de diferentes maneras, haciéndose eco de la nueva teoría de la dependencia económica de Enzo Faletto y de Fernando Henrique Cardoso, que sostenía que el subdesarrollo de los países pobres de la periferia era el requisito estructural para el desarrollo de las economías ricas centrales, rechazaron una visión orgánica del desarrollo, y apoyaron un proyecto crítico de emancipación espiritual, humana y política.

Crítica de la iglesia

Fue en esa conferencia del Sodepax de 1969, que acaba de cumplir cincuenta años, donde nació la teología de la liberación de Gutiérrez, y no una teología del desarrollo. Correcto, Gutiérrez había usado la expresión “teología de la liberación” un año antes, en una reunión del clero celebrada en Chimbote (Perú), pero la conferencia del Sodepax fue la ocasión para que él presentara un resumen avanzado de su futura y aclamada obra para su revisión por parte de otros teólogos.

Las cuatro secciones del documento del Sodepax de Gutiérrez corresponden exactamente a las cuatro secciones de Una teología de la liberación, publicada por primera vez en español dos años después, en 1971. La teología se considera hoy una crítica de la presencia y de la acción de la iglesia en el mundo a la luz de la Revelación. Hablar de una teología de la liberación es responder a la pregunta sobre las relaciones entre la salvación cristiana y los procesos de emancipación humana en la historia.

Según el arquitecto del CMI, Joseph Oldham, si el CMI no tiene la autoridad para imponer el objetivo de la unidad, al menos debería ser lo suficientemente competente como para producir los mejores argumentos, proyectos y programas posibles para ello. El Sodepax tomó en serio la sabias palabras de Oldham. El excelente informe de tapa negra de la conferencia de 1969 fue complementado con un impresionante volumen de tapa blanca, producido conjuntamente en la biblioteca de la Universidad Gregoriana de Roma y en la biblioteca del CMI, en Ginebra, que proporciona no menos de dos mil referencias bibliográficas anotadas en cinco idiomas sobre sociología, economía, historia, filosofía y teología del desarrollo.

¿No es la memoria una fuente de esperanza y de aliento?

 

*Rev. Dr Odair Pedroso Mateus, Director de Fe y Constitución, Consejo Mundial de Iglesias. Este texto está dedicado a Julio de Santa Ana, quien brindó sus servicios al CMI en la Comisión sobre la participación de las iglesias en el desarrollo y en el Instituto Ecuménico de Bossey.