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Jerusalem Churches in solidarity with the Sheikh Jarrah residents under the threat of eviction, Photo: Yusef Daher/WCC

Las iglesias de Jerusalén en solidaridad con los habitantes de Sheikh Jarrah amenazados de expulsión. Foto: Yusef Daher/CMI

Hammad, profesora y madre de cuatro hijos de edades entre 10 y 16 años, ha pasado parte del sábado trabajando y ahora, tras llevar a dos de sus hijos al entrenamiento de fútbol, visita a sus padres que habitan en la casa donde ella creció. Hoy, ella vive con su familia a pocos kilómetros de distancia.

Al pasar por delante del jardín de sus padres, con sus flores cuidadosamente plantadas, los capullos rosas junto a las verjas de hierro forjado y los postes de hormigón a cada extremo de la calle, Hammad dice que esta casa guarda muchos recuerdos para ella.

“Es devastador pensar que mis padres pueden ser desalojados por la fuerza de esta casa”, afirma. Últimamente, después de que las tensiones en el barrio entre palestinos y colonos israelíes ocasionaran enfrentamientos violentos en mayo, la calle ha estado tranquila, y a Hammad le preocupa que la actual falta de atención mediática y el hecho de que haya menos informes al respecto conduzcan a la conclusión errónea de que el peligro de expulsión ha disminuido.

No lo ha hecho, insiste Hammad. “Es muy angustiante y me tiene muy preocupada todo el tiempo. Cada vez que suena el teléfono tarde por la noche, pienso que voy a recibir la noticia terrible de que los colonos han invadido el barrio”, explica. “Esto nos mantiene siempre en alerta, de una manera muy perjudicial”.

El impacto en los niños

Los más cruelmente castigados por la ansiedad son los niños, los suyos y los que viven en Sheikh Jarrah. “Mis hijos no pueden imaginarse el hecho de no poder visitar a sus abuelos en su casa en Sheikh Jarrah”, dice. “Todavía estamos esperando a que el tribunal apruebe el recurso que interpusimos”.

No les han dicho cuánto tiempo tardará. “¿Piensan los tribunales que simplemente olvidaremos? Es frustrante”, admite Hamman, reconociendo que cada día sigue sintiendo los efectos traumáticos de los enfrentamientos de mayo. “Cuando no estoy aquí, es aún peor, me preocupo por mis padres. Miro Instagram. Miro a la gente en Facebook. Es febril. Puedo oír las sirenas y verlas venir, pero no puedo ver nada más. Me ha causado muchos daños psicológicos a mí y a mis hijos”.

Su hermano y sus cinco hijos viven en un apartamento adyacente a la casa de sus padres. Su hijo mayor tiene 15 años y la más joven 2. “Han sufrido mucho”, afirma Hammad. “Durante un tiempo, los niños no podían dormir. Todavía hoy, mi sobrina de dos años cuando oye la palabra ‘policía’ corre hacia una esquina, temblando de miedo”.

Caminando por la calle, Hammad recuerda los días inquietantes hace unos meses cuando, para dispersar a los manifestantes, la policía lanzó agua pútrida a las casas y las personas. “El agua pútrida contiene productos químicos dañinos”, indicó. “Huele tan, tan mal. ¡Es muy difícil quitarte el olor, aunque te duches cien veces por día! Mi padre padece EPOC, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica, y sufrió a causa del olor. Mis sobrinas sufrieron irritación cutánea”.

Lanzar agua pútrida, observa Hammad, es simplemente horrible. “Es una forma inhumana de dispersar a los manifestantes”, asevera. “Estaban desarmados”.

Mantenerse firmes

Por ahora, se ha podido continuar con las manifestaciones semanales sin nuevos incidentes, dice, añadiendo que los residentes del barrio aprecian a las organizaciones internacionales y los israelíes que participan en ellas y se solidarizan con los habitantes de Sheikh Jarrah.

“En un momento determinado, la gente debería dejar de considerar el aspecto político”, dice Hammad. “Debería mirar a las familias como nosotros que tienen a personas de verdad –niños de verdad– viviendo aquí, y esos niños deberían disfrutar de los derechos básicos que son inherentes a todo ser humano: vivir con seguridad y tener a tu familia bajo un mismo techo”.

“Merecemos no ser desalojados por la fuerza. Merecemos no ser objeto de una depuración étnica”, observa.

Sus padres le dan ánimo, afirma Hammad. “Cuando veo cómo mis padres se mantienen firmes y no abandonan y, a pesar de que no tienen nada y están desarmados, no se sienten impotentes, esto nos da energía para seguir adelante”, declara, añadiendo que sus padres han estado luchando, de una manera u otra, contra la expulsión desde diez años antes de que ella naciera.

Su abuelo, su padre, su propia generación y ahora sus hijos viven con esta incertidumbre, constata. “Algo que recuerdo, de mi infancia en Sheikh Jarrah, es que mi padre solía celebrar reuniones en casa para hablar de la amenaza de desalojo de nuestros vecinos”, dice. “Escribía a máquina invitaciones al vecindario y nos asignaba la tarea de distribuirlas”, rememora.

Hammad no cree que tuviera lo que podría llamarse una infancia normal, pero quiere que las futuras generaciones que vivan en Sheikh Jarrah sí puedan tenerla. “Los niños de este barrio no viven la infancia que se merecen como cualquier otro niño”, afirma.

Ha llegado al final de la calle y está a punto de recoger a sus hijos del entrenamiento de fútbol. “Los traeré aquí”, indica. “Debido a las barricadas, la calle está bloqueada en los dos extremos, de modo que pueden jugar en la calle sin que vengan coches. Los niños se aprovechan de ello y llevan sus bicicletas, patines y patinetes”.

Pasa delante de dos tiendas de campaña montadas cerca de una barricada. “Aquí es donde se sienta gente en solidaridad con nosotros”, dice saludando con la cabeza a dos hombres sentados tranquilamente ahí. Su tranquilidad forma parte de la tranquilidad que ahora impera en Sheikh Jarrah, observa Hammad, pero ello no significa que la determinación de sus padres, su familia y sus vecinos haya mermado en lo más mínimo.

“No queremos que nuestras generaciones más jóvenes hagan frente a lo que nosotros y nuestros padres nos hemos visto confrontados”, afirma. “Olvidemos la política, se trata solo de humanidad”.