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Padre Jacques Mourad. Fotografía: Grégoire de Fombelle/CMI

Padre Jacques Mourad. Fotografía: Grégoire de Fombelle/CMI

* Por Grégoire de Fombelle

El padre Jacques Mourad es un monje y sacerdote de la comunidad de Mar Musa en Siria. Es muy activo en el diálogo islámico-cristiano y pertenece a la diócesis de Homs de la Iglesia Católica Siria. En 2015, fue capturado y retenido como rehén por el Estado Islámico, antes de escapar con la ayuda de los musulmanes. Durante el Adviento, el padre Mourad visitó el Centro Ecuménico, donde dirigió una oración especial de mediodía por la paz en Siria y Oriente Medio.

¿Puede hablarnos de su comunidad y de su vida antes de ser capturado?

Padre Mourad: Soy cofundador de nuestra comunidad, junto con el Padre Paolo Dall'Oglio, un jesuita italiano que fue secuestrado por Daesh en 2013 y que ha desaparecido sin dejar rastro. El Padre Paolo llegó a Siria en 1982, donde descubrió el monasterio abandonado de Mar Musa, que data del siglo VI. Durante un retiro, el buen Dios puso en su corazón el deseo de restaurar su casa. A partir de 1984, lo restauró durante los veranos junto con un grupo de jóvenes de varias parroquias de Siria. En 1991, comenzamos nuestra vida monástica allí. Poco a poco, el buen Dios nos bendijo con nuevos miembros. Actualmente somos siete en la comunidad, repartidos entre Siria, Irak e Italia. En el año 2000, nuestro obispo nos confió otro monasterio abandonado, el monasterio del siglo V de San Julián en al-Qaryatayn, así como la parroquia local. Era una buena oportunidad para nuestra vocación de dialogar con los musulmanes. Trabajamos allí durante 15 años.

Después, todo cambió con la llegada del Estado Islámico. ¿Cómo fue tomado como rehén?

Padre Mourad: En 2015, la situación en nuestra región se volvió difícil. En mayo, un grupo de yihadistas del Estado Islámico invadió el monasterio y me tomó como rehén. Estuve prisionero durante cuatro meses y 20 días. Yo había sido rehén durante tres meses cuando el Estado islámico obtuvo el control de toda la región de Al-Qaryatayn, y tomaron como rehenes a 250 de mis feligreses. Me transfirieron de Raqqa, donde me tenían encerrado en un cuarto de baño, a Palmira, donde todos los cristianos estaban en cautiverio: niños, minusválidos, mujeres y ancianos. Fue un encuentro verdaderamente impactante y doloroso. A pesar de esto, para ellos fue una alegría, porque pensaban que yo ya estaba muerto. Era un signo de esperanza. Veinticinco días después, una declaración del califato nos permitió regresar a al-Qaryatayn, pero éramos prácticamente prisioneros en nuestros propios hogares. Todos los días, la ciudad era bombardeada por aviones sirios y rusos. Gracias a un amigo musulmán, pude escapar en motocicleta; cruzamos el desierto y llegué a Homs. Hubo todo un grupo de musulmanes que nos ayudaron durante este tiempo. Gracias a ellos, que arriesgaron sus vidas, pudimos escapar. Ahora, la mayoría de estos cristianos están en dos pueblos cerca de Homs, y seguimos apoyándolos, pero están bien, gracias a Dios.

¿Cómo le afectó este evento y qué recuerda especialmente?

Padre Mourad: No quiero que nadie tenga que experimentar lo que es ser prisionero. Es la experiencia más difícil que se pueda imaginar, pero no quiero quedarme encerrado en mí mismo y conmocionado por lo que he vivido. Ahora, considero esta experiencia como un regalo que Dios me ha dado para que pueda experimentar más profundamente la importancia del diálogo y la convivencia. Gracias a este testimonio de amor cristiano, a la amistad con la comunidad musulmana y al bien que hemos hecho juntos, he podido salvar la vida. Esto ha sido muy importante en mi experiencia. En los años anteriores a mi captura, pudimos ayudar a muchas familias musulmanas desplazadas, a los pobres, a los jóvenes universitarios y a los enfermos. Restauramos muchas casas musulmanas que fueron destruidas durante la guerra. Todo esto dio sus frutos durante mi cautiverio, porque estos testimonios impidieron que los yihadistas del Estado islamista me mataran. Gracias a esto, un musulmán tuvo el valor de arriesgar su vida para salvarme.

También fue una oportunidad para descubrir el Estado Islámico. No basé mi opinión en lo que había visto en Internet o en los medios de comunicación, sino en las personas. Dios me ha dado dos dones: la bondad y el silencio. Esto me ayudó mucho a abrirme a los yihadistas que venían al lugar de mi cautiverio para maltratarme. Era una oportunidad para hablar con ellos y averiguar quiénes eran. En última instancia, son personas normales como nosotros, pero sus ideas demenciales son una reacción contra la injusticia y el mal que experimentamos en este mundo.

Llegó a conocer a las personas que están detrás del Estado Islámico. ¿Qué podemos aprender de esto?

Padre Mourad: Es muy interesante estudiar el movimiento del Estado Islámico. Es necesario entender por qué existe, y que puede volver a ocurrir de otra manera. Tenemos que aprender de esta experiencia que las personas tienen medios para reaccionar contra el mal, la violencia y la injusticia persistentes. Si no nos abrimos, si no escuchamos a los que más sufren, a los que viven en la aflicción, no podremos superar esta crisis. La paz no puede ser algo independiente en cada país. Hay un proverbio en Siria que dice: “Si tu vecino está bien, tú estás bien”. Si Siria no está bien, todos los países de su alrededor no pueden estar bien.

Después de escapar, no se quedó en Homs. ¿Qué ha sucedido desde entonces?

Padre Mourad: Unos meses después, decidí marcharme de Siria. Me fui a Sulaymaniya, en Irak, para apoyar a un sacerdote de mi comunidad, el Padre Jens Petzold, que también se ocupa de nuestra misión allí y que, desde 2014, ha recibido a cincuenta familias de refugiados de Qaraqosh, en las llanuras de Nínive.

*Grégoire de Fombelle es asistente de proyectos de comunicación en el Consejo Mundial de Iglesias*