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A man dressed in religious garb speaks into a microphone while a young woman stands next to him, both in front of a table decorated with electric candles inside a building.

El Rev. Munther Isaac de la Iglesia Evangélica Luterana en Jordania y Tierra Santa y Alicia Kisiya durante una oración interreligiosa de solidaridad. 

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“Esta ha sido siempre una tierra que ha pertenecido a los cristianos”, afirmó. “Es muy importante proteger las tierras de Jesucristo”.

Kisiya, de 30 años, y sus padres son cristianos palestinos. Para ella, Al-Makhrour se erige como uno de los últimos pueblos cristianos. “Tenemos muchos recuerdos allí y relaciones que nos conectan con nuestras raíces”, explicó. 

Pero la demolición reiterada de su casa y la confiscación ilegal de sus tierras están destruyendo estas raíces. 

“Quiero devolver la sonrisa a mis padres”, dijo. Sus padres están viviendo en una casa alquilada tras haber perdido la suya en Al-Makhrour. 

“Estamos haciendo frente a los colonos, y no solo a los colonos, sino a quienes están detrás de ellos, personas que ocupan lugares de más poder y que desde sus sillas los manipulan”.

Kisiya quiere que se ejerza más presión, que el mundo les preste un mayor apoyo. “Como cristianos, ahora somos una minoría aquí”, señaló. “Es realmente peligrosa la manera en que se están aprovechando de la guerra para robar más tierras”.

¿Alguien nos escucha?

Durante muchos años, Kisiya ha estado observando la situación y luchando, mientras colonos ilegales se apoderan cada vez de más tierras. 

“Queremos tener unos derechos mínimos como seres humanos que desean vivir en paz”, indicó. “No hemos sido nunca violentos con nadie”.

Incluso después de que los colonos destruyeran su hogar familiar, Kisiya y sus padres intentaron vivir allí en tiendas de campaña. “Seguimos viviendo allí y siguieron viniendo y derribando las tiendas, unas diecisiete veces”, precisó. “Es realmente agotador para mi familia”.

No obstante, cree que ahora hay más gente que escucha. 

“Tengo la fuerza suficiente para luchar”, afirmó. Pero ver a sus padres así le resulta muy difícil. “Mi padre tenía un pequeño restaurante, pero la Administración Civil Israelí lo demolió cuatro veces sin documentos legales”, explicó. Su padre construyó el restaurante con sus propias manos. 

“Es muy duro y fatigante ver destruidas las cosas que has hecho con tus propias manos”, dijo. “Mis padres están agotados. Quieren descansar. Vivimos en casas de otras personas y no tenemos un sentimiento de hogar”.

Kisiya promete seguir luchando por su familia, por la próxima generación. Recuerda a colonos jugando en los columpios de sus sobrinos tras haber destruido su casa. “Creo en Dios y en que las cosas cambiarán pronto”, afirmó. “Siempre mantengo mi energía positiva”.

¿Prevalecerá la justicia?

Kisiya ora y busca signos de la presencia de Dios. “Con la ayuda de buenas personas y energía positiva, la justicia prevalecerá”, dijo. “Estoy cien por cien segura de que podré volver a mi tierra”. 

Y esto, añadió, infundirá esperanza no solo a su familia, sino a mucha gente. “Algunas personas están simplemente demasiado cansadas para luchar”, observó. “Yo no me voy a cansar. Voy a volcar mi atención en ello cada día”.

Kisiya, que se ha enfrentado a muchos peligros, se ve defendiendo a la humanidad de manera no violenta. 

Sueña con construir una iglesia en Al-Makhrour. “Esta tierra ha unido a muchas personas, cristianas, judías y musulmanas”, afirmó. “Esta tierra ha creado unidad y paz”.

Recuerda vívidamente cuando ella y su madre tuvieron que vérselas con colonos que parecían estar intoxicados. “Lo primero que pensé es que debíamos mostrarles que no teníamos miedo”, dijo.

“Intentaban provocarnos con cuchillos. La policía los echó”.

Pero ahora, los colonos se escudan tras una orden militar. 

Buscando la salvación

Kisiya montó una tienda de campaña de solidaridad —en esencia, una pequeña iglesia— en la que organizó vigilias de oración en las que participaron cristianos, judíos y musulmanes, a los que se sumaron en línea más de veinticinco comunidades de todas partes del mundo. 

“La monté en tres días, una pequeña y simbólica iglesia”, explicó Kisiya. La policía y el ejército la desmontaron y se llevaron las piezas. 

Pero con los pedazos, ella construirá la paz.

“Creo que todos podemos convivir aquí pacíficamente”, declaró. “Lo mejor que podemos hacer es convertir a nuestros enemigos en nuestros mejores aliados. La Biblia nos pide convertir las espadas en rejas de arado”. 

También, recordó que un día un rabino tocó el shofar como un acto de solidaridad y un colono de los alrededores, al oírlo, vino a ver qué estaba pasando. Ella le ofreció comida y le dijo que no había motivo de animadversión. El colono se quedó totalmente sorprendido. 

Kisiya pide ayuda a los creyentes de todas las religiones y a todas las personas de buena voluntad. “No importa de dónde sean si estamos unidos”, afirmó. 

El rabino Yeshua Israel, al tocar el shofar durante una oración interreligiosa de solidaridad, expresó la esperanza de que los participantes sintieran la salvación en el sonido del shofar, “de que nuestra súplica a Dios será atendida y de que Dios nos conducirá por el estrecho camino hacia una paz amplia”. Asimismo, dijo que “todos caminamos a la luz de Dios y buscamos su salvación”.