Para el movimiento ecuménico, ¿fue el año 1920 lo que históricamente se solía denominar annus mirabilis, un “año de los milagros o de las maravillas”? Si, en estos momentos, ustedes también se encuentran confinados, pueden dedicar tiempo a reflexionar sobre esto. Empecemos nuestro recorrido ecuménico de 1920 un año antes: en 1919.
El 28 de junio de ese año, se firmó un tratado de paz que marcó el fin oficial de la Primera Guerra Mundial. El 25 de enero de ese año, en una conferencia de paz, se decidió avanzar hacia el establecimiento de la Liga de las Naciones para fomentar la cooperación y, así, tratar de evitar las guerras. Presten atención al dato de que el 30 de noviembre de ese mismo año, se declaró la victoria contra la pandemia erróneamente conocida como gripe “española”, que había infectado aproximadamente a un cuarto de la población mundial.
En ese año,1919, en un momento en el que se soñaba con nuevas maneras de avanzar juntos en el contexto local y mundial, la Iglesia ortodoxa de Constantinopla, que goza de cierto liderazgo entre sus iglesias hermanas, decidió continuar su labor, iniciada en parte en 1902, de fortalecer la comunión entre sus iglesias ortodoxas hermanas y mejorar las relaciones con otras iglesias cristianas y, en primer lugar, con las iglesias anglicana, católica antigua y armenia.
Preguntas fundamentales
Pero, ¿cómo dirigirse a las otras iglesias cristianas, en particular a aquellas iglesias occidentales que persistentemente enviaron misioneros a los países ortodoxos para convertir a los cristianos bautizados en las iglesias ortodoxas? ¿Qué decirles? ¿Qué proponerles como nueva forma de avanzar juntos a pesar de las divisiones, el proselitismo, la desconfianza y el resentimiento?
El Santo Sínodo de la Iglesia de Constantinopla solicitó la asistencia de un comité que incluía a varios miembros de la facultad de la escuela teológica de dicha iglesia en la isla de Jalki, hoy Heybeliada, cerca de Estambul. La escuela de Jalki, como verán, estaba bien preparada para ello.
El director de la escuela resultó ser un teólogo bastante familiarizado con el cristianismo occidental y los primeros movimientos para la unidad cristiana. Nacido en 1872 en una modesta familia griega de la cercana región de Bitinia, Germanos Strenopoulos había estudiado en Jalki, Leipzig, Estrasburgo (como yo) y Lausana. Este joven teólogo regresó a Jalki en 1904 como profesor de Dogmática y Nuevo Testamento. Ahora, era el metropolitano Germanos de Seleucia.
Me imagino que, mientras él y sus colegas de la facultad trabajaban en la propuesta de mejorar las relaciones con otras iglesias, el metropolitano Germanos recordó el día de primavera de 1911 en el que organizó un almuerzo para un distinguido visitante metodista sin saber que, en aquel mismo instante, los dos estaban escribiendo un capítulo decisivo de la historia del movimiento ecuménico.
Sueños tempranos
En su recorrido por el mundo, John Raleigh Mott (1865-1955), el líder mundial del movimiento estudiantil cristiano conocido como Federación Universal de Movimientos Estudiantiles Cristianos (FUMEC), soñaba con establecer asociaciones de estudiantes cristianos en las universidades de los Balcanes. Después de visitar las iglesias ortodoxas de Serbia, Bulgaria y Grecia, llegó a Constantinopla, y a Jalki. En el segundo volumen de su obra Addresses and Papers(Discursos y documentos), escribe en una carta fechada el 17 de mayo de 1911: “uno de los hechos más alentadores es el notable acceso a las iglesias ortodoxas bizantinas que, como representante del movimiento estudiantil, se me ha permitido tener”.
El metropolitano Germanos le dio la bienvenida para el almuerzo en Jalki. John R. Mott quería tantear el terreno para una conferencia internacional de estudiantes en Constantinopla ese mismo año. En ese momento, los dos hombres no podían imaginar que en el lejano año de 1948 serían elegidos presidentes de una improbable organización llamada Consejo Mundial de Iglesias. Hacia el final de su carta de mayo de 1911, John R. Mott recordó las memorables palabras que el metropolitano Germanos pronunció durante el almuerzo: “allí donde los corazones estén unidos, la resistencia de la mente será menor. Ha sido el debilitamiento de los lazos de amor lo que ha provocado las divisiones en el cristianismo”. Las condiciones eran favorables para organizar una conferencia de estudiantes.
La posibilidad de abrir la entonces panprotestante Federación Mundial de Estudiantes Cristianos a los estudiantes ortodoxos llevó a los dirigentes de la FUMEC a cambiar su política de afiliación. Se aprobó una resolución que establecía lo siguiente: “ningún estudiante, independientemente de la rama de la Iglesia cristiana a la que pertenezca, deberá ser privado de la membresía plena...” Como resultado, gracias a los estudiantes ortodoxos, nació silenciosamente una organización totalmente ecuménica. Entre los jóvenes, el movimiento ecuménico se movía mucho más rápido que entre los mayores que se habían reunido en Edimburgo un año antes.
La Conferencia de la FUMEC de 1911 en Constantinopla reunió con éxito a estudiantes de los Balcanes, Oriente Medio, Turquía y Egipto. También asistió un profesor de historia de la religión de la Universidad de Upsala llamado Nathan Söderblom. Germanos Strenopoulos se hizo amigo suyo, al igual que de John R. Mott. Este último y Ruth Rouse, secretaria de la FUMEC, expresaron su alegría por los logros de la conferencia. En A History of the Ecumenical Movement (Historia del movimiento ecuménico), coeditada por Ruth Rouse, esta plasmó el entusiasmo de John R. Mott: “¿Cuándo desde los primeros concilios... se ha reunido algún grupo que represente tan fielmente a prácticamente la totalidad de la Iglesia cristiana?” Años más tarde, el obispo anglicano Oliver Tomkins escribiría que la decisión más trascendental de John R. Mott “surgió de su encuentro en la FUMEC con las iglesias ortodoxas bizantinas”.
Recibiendo a una delegación
A principios de la primavera de ese mismo año, 1919, un grupo de visitantes de los EE.UU. trajo un nuevo impulso a la misión de Germanos Strenopoulos de reflexionar sobre las relaciones de la Iglesia ortodoxa con “el resto” del mundo cristiano. Eran tiempos aquellos en los que viajar no era un asunto sencillo, pero, con un poco de ayuda de un buque francés, automóviles y un submarino norteamericano, finalmente llegaron a Atenas y Esmirna, y fueron recibidos en el Patriarcado Ecuménico de Estambul.
Los visitantes eran una delegación enviada por el movimiento para una conferencia mundial de Fe y Constitución, un movimiento emprendido en octubre de 1910 por la Iglesia Episcopal de EE.UU., por iniciativa del obispo Charles H. Brent. Su misión era presentar a las iglesias de la Europa continental y Oriente Medio el propósito, los planes y la invitación para una conferencia mundial que abordaría los temas de doctrina y ministerio que mantenían a las iglesias separadas. “Les aseguramos que, cuando se fijen la fecha y el lugar de la conferencia, la Iglesia de Constantinopla enviará delegados competentes de manera oportuna”, escribió el Santo Sínodo a la delegación de Fe y Constitución.
Lo que el metropolitano Germanos y sus colegas escribieron ese año sobre cómo mejorar las relaciones con otras iglesias fue la base de una encíclica o carta adoptada y emitida por el Santo Sínodo de la Iglesia de Constantinopla en enero de 1920 y dirigida “a las iglesias de Cristo en todo el mundo”, “a las venerables iglesias cristianas de Occidente y de todo el mundo”.
¿Puede una carta sin respuesta convertirse en un clásico de la literatura ecuménica? Pues, de hecho, así fue. Recuerdo que el obispo Stephen Neill habló de esta carta utilizando las siguientes palabras: “un documento que hace historia”, que ha tenido “gran importancia para todas las iglesias cristianas”. También recuerdo al primer secretario general del Consejo Mundial de Iglesias, Visser 't Hooft, hablando de ella como “un hecho fundamental de nuestra propia historia que no es suficientemente conocido, pero que es de gran importancia”.
La carta, firmada por doce metropolitanos y publicada en griego, inglés, francés y ruso, comienza con un enfoque proactivo. “Nuestra Iglesia sostiene que el acercamiento y la comunión [koinonia] entre las diversas iglesias cristianas no quedan excluidos por sus diferencias doctrinales”, escribieron los obispos. El acercamiento “es altamente deseable y necesario”. La encíclica sugería formas de mostrar “amistad y disposición bondadosa hacia el otro”, lo cual “sería tanto más útil y provechoso para todo el cuerpo de la Iglesia”. Propuso la creación de una “Liga de las iglesias” para “dar impulso a la unión de todas las iglesias en el amor cristiano”.
Durante la primera reunión del Comité Central del CMI en tierra ortodoxa (Rodas, Grecia, 1959), Visser 't Hooft anunció la publicación de una nueva traducción inglesa de la carta y dedicó la primera sección de su informe a una reflexión sobre su importancia imperecedera. La nueva traducción, a diferencia de la anterior, traslada al inglés los sentidos precisos del uso del término koinonia en el griego original de la carta. Su reflexión se basa en el significado de esta corrección.
En opinión de Visser 't Hooft, la encíclica usó el término griego koinonia en dos sentidos: en el tradicional del Nuevo Testamento (un sentido de compañerismo y comunión) y en el moderno de asociación, sociedad, como queda reflejado en el nombre “Liga de las Naciones”. La referencia al compañerismo en las palabras iniciales citadas anteriormente tiene claramente el primer sentido. La referencia al establecimiento de la Liga (koinonia) de las Naciones utiliza el término en su sentido moderno. El llamado a la creación de una Liga (koinonia) de iglesias engloba ambos sentidos.
La carta se acerca al primer sentido cuando insta a “todas las iglesias de Cristo de las diferentes confesiones” a que se consideren unas a otras “miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa de Dios en Cristo” a pesar de sus persistentes divisiones. A favor de este punto de vista, Visser 't Hooft utilizó una cita de una conferencia impartida por el metropolitano Germanos en la Upsala de Nathan Söderblom, en 1929: “La amplitud del concepto que enseña la encíclica en este punto se hace evidente en la medida en la que amplía la noción de las relaciones entre los miembros de cada iglesia (como miembros de un mismo cuerpo, según la extraordinaria enseñanza de San Pablo) para aplicarla a las relaciones entre las diversas iglesias”, a la koinonia entre ellas.
Documentos fundacionales
Así pues, para Visser 't Hooft, la importancia imperecedera de la carta de 1920 (y aquí, trato de llevar su argumento un paso más allá) radica en el hecho de que lo que está implícito en el uso de los dos sentidos de koinonia en la carta se haría eco en la teología occidental de vestigia ecclesiae, o los elementos de la iglesia. Esto hizo posible que en uno de los documentos fundacionales del CMI, la Declaración de Toronto de 1950, se afirmara que las iglesias reunidas en torno a la mesa ecuménica llamada Consejo Mundial de Iglesias eran más que una koinonia sociológica, al tiempo que mantenían plenamente sus respectivos entendimientos de lo que es la iglesia y su unidad.
Unos años antes de su muerte, Visser 't Hooft escribió The Genesis and Formation of the World Council of Churches(Génesis y formación del Consejo Mundial de Iglesias). El primer capítulo fue dedicado a la hermosa carta de 1920 de la Iglesia de Constantinopla. El último capítulo se dedicó a la Declaración de Toronto de 1950.
La estructura del libro es en sí misma una declaración sobre el CMI: como comunidad o koinonia de iglesias, el Consejo Mundial de Iglesias es una koinonia imperfecta inseparable de la koinonia bíblica a la que las iglesias están llamadas y que se evoca en esta experiencia fundacional y la convicción católica del movimiento ecuménico moderno: más allá y a pesar de nuestras divisiones históricas, “somos uno en Cristo”. Por lo tanto, rindámonos cuentas mutuamente, oremos juntos, caminemos juntos y trabajemos juntos hacia la plena comunión visible en el cuerpo de Cristo.
* Odair Pedroso Mateus es director de la Comisión de Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias (CMI).