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Refugiados ucranianos disfrutan de una comida caliente en el punto de apoyo de AIDRom (Asociación Ecuménica de Iglesias de Rumanía) del paso fronterizo de Sculeni que conecta Rumanía y Moldavia, por donde entran refugiados ucranianos que huyen de las atrocidades de la guerra causada por la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022, uno de los muchos acontecimientos destacados en las noticias y el blog del CMI a lo largo de 2022.

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Las cadenas de suministro de alimentos y medicamentos se han visto interrumpidas. Gran parte de la sociedad se ha movilizado para participar en la intervención militar y la mayoría de los sectores de la sociedad se han paralizado, especialmente los sectores agrícola e industrial. Todos los puertos del mar Negro (especialmente los del mar de Azov) han sido cerrados al comercio. Este conflicto está planteando serios problemas para la salud y la seguridad alimentaria, así como para la economía general de Ucrania y de otros países.

Retos para la salud y el bienestar

Miles de civiles han sido asesinados o mutilados, además de los miles de muertos y heridos entre los combatientes de ambos bandos del conflicto. El nivel de destrucción y el trauma físico y psicológico experimentado por las comunidades de Ucrania son incalculables. La Organización Mundial de la Salud ha confirmado que, entre el 24 de febrero y el 17 de marzo, se registraron cuarenta y tres ataques contra instalaciones sanitarias, en los que murieron doce personas y treinta y cuatro resultaron heridas, entre ellas profesionales sanitarios. Los niveles de oxígeno y de suministros médicos, incluidos los necesarios para hacer frente a las complicaciones del embarazo, son peligrosamente bajos. Con más de cuatro mil trescientos nacimientos en Ucrania desde el comienzo de la guerra y ochenta mil mujeres ucranianas a la espera de dar a luz en los próximos tres meses, no es posible insistir demasiado en las catastróficas consecuencias de los ataques sobre el sistema de salud. El conflicto también está agravando el impacto de la pandemia de COVID-19 en Ucrania, ya que solo un tercio de la población adulta está totalmente vacunada, lo que aumenta el riesgo de que un gran número de personas desarrollen formas graves de la enfermedad.

Otro gran peligro que supone este conflicto reside en el hecho de que Europa Oriental y Asia Central siguen teniendo la epidemia de VIH de más rápido crecimiento del mundo, con 1,6 millones de personas en la región que viven con el virus (el 70% de ellas en Rusia) y unas 146 000 nuevas infecciones cada año. La mitad de esas nuevas infecciones se deben al consumo de drogas, pero, en los próximos años, el sexo sin protección pasará a ser la principal causa. Sin embargo, Ucrania ha sido uno de los países de la región que con mayor éxito ha logrado garantizar el acceso a los medicamentos antirretrovirales —a 146 500 personas en el último año—, y ha sido un notable defensor de las medidas para la reducción del daño en consumidores de drogas, especialmente de terapias con agonistas opioides y programas de intercambio de agujas. Además, Ucrania registra unos treinta mil nuevos casos de tuberculosis cada año y presenta una de las mayores tasas de tuberculosis multirresistente del mundo. Tal como se vio en las regiones orientales de Crimea, Donetsk y Luhansk en 2014, existe un alto riesgo de que, en las zonas que queden bajo el control de Rusia, las personas que viven con tuberculosis y VIH dejen de tener acceso a los medicamentos para combatir estas enfermedades, a la atención sanitaria y a los servicios de apoyo. El conflicto está deshaciendo rápidamente los avances en materia de tratamiento y prevención logrados en el último decenio y supone un duro golpe para el control del VIH y de la tuberculosis en Europa Oriental, que viene a sumarse a la tragedia sanitaria general.

Retos para la seguridad alimentaria y la economía

Se prevé que las profundas consecuencias sociales en todo el país y la destrucción de las infraestructuras y de la capacidad productiva arrastren a Ucrania a una profunda recesión mientras dure la guerra. Incluso si el conflicto se detuviese ahora mismo, los gastos de recuperación y reconstrucción serían ya enormes. Las consecuencias económicas de la crisis tienen repercusiones en el resto del mundo. Las más notables son el aumento de los precios de los alimentos y las materias primas. Rusia es un importante productor de petróleo y gas natural, y con las estrictas sanciones impuestas a las exportaciones del país, los precios de los combustibles ya han aumentado considerablemente hasta alcanzar niveles sin precedentes. El aumento de los precios de los combustibles encarece los alimentos y contribuye al incremento de los costes del transporte, la alimentación y la producción de fertilizantes.

El conflicto también amenaza los millones de pequeños brotes primaverales que deberían emerger en el trigo de invierno en las próximas semanas. Si los agricultores no pueden alimentar pronto esos cultivos, se reducirá el número de macollos que brotarán de cada tallo, poniendo en peligro una cosecha de trigo nacional de la que dependen millones de personas en el mundo en vías de desarrollo. En 2021, la Federación Rusa y Ucrania se situaron entre los tres primeros exportadores mundiales de trigo, maíz, colza, semillas de girasol y aceite de girasol. Un tercio de la producción mundial de trigo procede de Rusia y Ucrania. Con un trece por ciento de la producción mundial, la Federación Rusa es el primer exportador mundial de abonos nitrogenados y el segundo proveedor de abonos potásicos y fosforados. Muchos de los países que dependen en gran medida de la importación de alimentos y fertilizantes —entre ellos varios de la categoría de países menos adelantados, con bajos ingresos y déficit alimentario— dependen de los suministros de alimentos ucranianos y rusos para satisfacer sus necesidades de consumo. Ya antes del conflicto, muchos de esos países lidiaban con los efectos negativos de los elevados precios internacionales de los alimentos (los más altos desde 2008) y de los fertilizantes.

En un mundo que lucha por recuperarse de dos años de pandemia global, semejantes aumentos en el precio de los productos básicos —las materias primas que finalmente nos alimentan, nos calientan y nos transportan— traerán aún más miseria y más pobreza, especialmente a las personas más pobres del mundo, aquellas que para alimentarse deben gastar gran parte de sus ingresos.

Amenazas para la paz y el desarrollo

Los conflictos y las ofensivas armadas generan más inseguridad, más odio y más guerras. A pesar de la pandemia de COVID-19, el gasto militar mundial total aumentó en 2020 hasta alcanzar 1 981 000 millones de dólares, lo que supone un incremento del 2,6% en valores reales respecto a 2019. Todo indica que este año se producirá otro importante aumento. Al principio del conflicto entre Rusia y Ucrania, Alemania anunció que destinaría 100 000 millones de euros a gastos militares, superando el 2% del PIB asignado a la defensa y dando un giro histórico en su política. Los menguantes dividendos de la paz tras el final de la Guerra Fría parecen haberse detenido bruscamente. La creciente preocupación ante la guerra y la inseguridad y el incremento de las inversiones en armamento y defensa reducen la atención y los recursos destinados al desarrollo y a hacer frente a la emergencia climática.

La necesidad urgente de paz y del cese de las hostilidades

La necesidad de un cese inmediato de las hostilidades y del restablecimiento de la paz no puede ser más clara. Los episodios trágicos como este son también momentos de la historia que reclaman un profundo cuestionamiento y una transformación para todos. San Juan Crisóstomo (344 - 407), en su Homilía 50 sobre el Evangelio según San Mateo, nos recuerda el vínculo inquebrantable entre la Eucaristía y la solidaridad con los más pobres y los que sufren. “¿Quieres honrar el cuerpo del Salvador? El mismo que dijo: Este es mi cuerpo, también dijo: Viste que tenía hambre y no me diste de comer. Lo que no hiciste a uno de los más pequeños, me lo negaste a mí. Así que honra a Cristo compartiendo tus bienes con los pobres”. Podemos extender esto a todas las condiciones existenciales a las que se enfrenta la humanidad en la actualidad: guerra, violencia, muerte, destrucción y desplazamiento forzoso. 

Nuestra práctica del cristianismo es profundamente defectuosa cuando mantenemos los adornos y las costumbres externas de nuestra fe, pero estamos desconectados del sufrimiento de las personas, y nos mantenemos al margen o promovemos la violencia. ¡Que Dios fortalezca nuestra voz y nuestras acciones proféticas para traer la paz y poner fin a todos los conflictos!

“Los tuyos reconstruirán las ruinas antiguas.

Levantarás los cimientos que estaban destruidos de generación en generación.

Y serás llamado reparador de brechas y restaurador de sendas para habitar”.

 Isaías 58:12.

About the author :

Dr Manoj Kurian is the coordinator of the WCC-Ecumenical Advocacy Alliance.

He is a Malaysian medical doctor, trained in Community Health and Health Systems Management. After working for seven years in mission hospitals in diverse rural regions in India, from 1999, he headed the health work at the WCC for 13 years. From 2012, for two years, he worked at the International AIDS Society as the senior manager, responsible for the policy and advocacy work.

He is an adjunct faculty at the College of Public Health, Kent State University, USA. Manoj is married and has two children.