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Nuestra idea común

Como líderes de distintas tradiciones religiosas, compartimos la sólida visión de que es preciso eliminar la pobreza extrema para el año 2030. Por primera vez en la historia de la humanidad, podemos hacer algo más que limitarnos a vislumbrar un mundo sin pobreza: podemos lograr que ese deseo se haga realidad. Para alcanzar este objetivo, será necesario asumir dos compromisos: actuar a partir de las experiencias más representativas de lo que funciona y lo que no, y usar nuestra influencia para instar y retar a otros a que se nos unan en esta causa apremiante, inspirados por nuestros valores espirituales más profundos.

El mundo ha logrado avances notables en las últimas dos décadas en lo que respecta al objetivo de reducir a la mitad el número de personas que viven en la pobreza extrema. Según la vasta información que nos han suministrado el Grupo Banco Mundial y otras instituciones, hoy es posible eliminar la pobreza extrema en un lapso de 15 años. En 2015, nuestros Gobiernos se pondrán de acuerdo sobre un nuevo programa mundial de desarrollo sostenible que pueda basarse en nuestros valores compartidos para concluir la urgente tarea de eliminar ese flagelo.

Dentro de la comunidad religiosa, abrazamos este imperativo moral, pues compartimos la creencia de que la prueba moral de nuestra sociedad está dada por la situación en la que se encuentran los más débiles y los más vulnerables. Nuestros textos sagrados también nos instan a combatir la injusticia y a mejorar la condición de los más pobres dentro de nuestro ámbito. Nadie, independientemente de su sexo, edad, raza o creencia, debe ser privado de vivir la vida en toda su plenitud.

Nuestro consenso moral compartido

Por este motivo, el hecho de que siga habiendo pobreza extrema en un mundo lleno de recursos constituye una profunda ofensa para nosotros. Nuestra fe se pone a prueba y se nos parte el corazón cuando comprobamos que, en una era de riqueza y avances científicos sin precedentes, tantas personas aún viven en condiciones degradantes. Sabemos muy bien que la pobreza extrema frustra cualquier propósito humano, ahoga el potencial de las personas y constituye una afrenta a la dignidad del hombre. En un mundo cada vez más interconectado, hay suficientes recursos para que nadie se vea obligado a luchar por su supervivencia.

Para erradicar la pobreza extrema hará falta un enfoque integral que permita abordar las causas subyacentes del fenómeno, entre ellas las enfermedades evitables, la falta de acceso a una educación de calidad, el desempleo, la corrupción, los conflictos violentos, y la discriminación de la mujer, las minorías étnicas y otros grupos. También será necesario un cambio en los hábitos que generan pobreza: la codicia y el derroche, la insensibilidad al dolor ajeno, y la explotación de los recursos naturales y de las personas. Se requiere un enfoque holístico sostenible que transforme las culturas y las instituciones, así como los corazones y las mentes.

En demasiadas partes del mundo, las mujeres y las niñas son relegadas a un estatus de segunda clase, se les niega el acceso a la educación y el empleo, y son víctimas de la violencia, el tráfico de personas y las violaciones. Hasta que todas las personas sin excepción gocen de los mismos derechos básicos, ninguno de nosotros podrá prosperar verdaderamente.

También debemos afirmar de manera inequívoca que la tarea de poner fin a la pobreza extrema será imposible si no se mitigan los efectos del cambio climático ni se combate la desigualdad. El cambio climático ya afecta desproporcionadamente a las personas que viven en la pobreza. La pobreza extrema, en los distintos países y de un país a otro, contradice los valores religiosos que compartimos, acentúa las divisiones sociales y políticas, e impide el progreso. Lo que se necesita es un nuevo paradigma de crecimiento económico socialmente inclusivo y ambientalmente sostenible.

Nuestro llamado a la acción

Nosotros creemos que ahora es el momento de poner fin al flagelo de la pobreza extrema restableciendo las buenas relaciones entre las personas, afirmando la dignidad humana y abriendo la puerta al desarrollo holístico de todos los seres humanos. Si nos comprometiéramos a vivir de acuerdo con estos valores, habría menos pobreza en el mundo.

Las convicciones que compartimos nos instan a empoderar y mejorar la condición de quienes viven en la pobreza —no a denigrarlos—, de manera que puedan convertirse en artífices de su propia transformación. Debemos abandonar la política que con demasiada frecuencia marginaliza sus voces, los culpa por su condición y acentúa las brechas de la desigualdad. Ahora es el momento de convertir la fatiga en un compromiso renovado, la indiferencia en compasión, el cinismo en esperanza, y la impotencia en una mayor convicción de que podemos eliminar la pobreza extrema para 2030, y de que lo haremos.

Nos comprometemos a trabajar juntos para poner fin al escándalo de la pobreza extrema. Actuaremos, abogaremos, educaremos y colaboraremos tanto entre nosotros como en cooperación con otras iniciativas más amplias. Y nos comprometemos a garantizar que en todos los niveles de liderazgo —privado y público, nacional e internacional— se rindan cuentas por los actos realizados.

Para encarar esta apremiante necesidad, debemos adoptar un enfoque holístico, basado en las visiones espirituales de nuestras creencias religiosas y concebido a partir del reconocimiento compartido de la dignidad y el valor intrínsecos de cada ser humano que habita el planeta.

Para alcanzar este objetivo común será necesaria una revolución en la voluntad política y social, así como nuevas iniciativas innovadoras y una mayor colaboración entre los sectores. Hacemos un llamado a las organizaciones internacionales, los Gobiernos, las empresas, la sociedad civil y las comunidades religiosas para que cumplan el papel esencial que les toca y se unan a nosotros en esta causa de vital importancia.

Es necesario poner fin a la prisión que la pobreza representa para más de 1000 millones de hombres, mujeres y niños. Ahora es el momento de actuar con audacia para liberar a la próxima generación de las garras de la pobreza extrema.