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El Papa Juan Pablo II ha sido una de las personalidades más destacadas de las últimas décadas, y su influencia trasciende la Iglesia Católica Romana y la comunidad cristiana mundial. Durante su pontificado, la Iglesia Católica Romana afirmó su vocación universal y consolidó su coherencia interna. Se recordará con gratitud su compromiso en favor de la justicia social y la reconciliación, de los derechos humanos y la dignidad de la persona humana, así como de la unidad cristiana y el entendimiento entre las religiones.

Recordamos con complacencia la visita que Juan Pablo II hizo a la sede del CMI en los primeros años de su pontificado, en 1984, cuando compartimos un servicio de culto en la capilla del Centro Ecuménico y oramos juntos por la plena comunión entre cristianos. Con esa visita, Juan Pablo II no sólo seguía los pasos de su predecesor Pablo VI, quien había visitado el CMI en 1969, sino que expresaba también su propio compromiso con el movimiento ecuménico.

Karol Wojtyla, nacido en Wadovice, Polonia, el 18 de mayo de 1920, fue elegido Papa en 1978. Durante su pontificado, mediante largos viajes, las visitas ad limina, su impresionante cuerpo de escritos y utilizando resueltamente las estructuras eclesiásticas (por ejemplo los sínodos de obispos), buscó dar cohesión y coherencia a la Iglesia Católica Romana.

En la primera mitad de su pontificado, Juan Pablo II prestó particular atención a la situación de las personas que vivían bajo gobiernos comunistas. Con una mezcla de diplomacia silenciosa y enérgica denuncia, elaboró una "Ostpolitik" de la iglesia y dio su apoyo a quienes se oponían a la ideología marxista, sobre todo en su Polonia natal. Durante ese período, su insistencia deliberada en los derechos humanos (en particular en Redemptor hominis) y en la libertad religiosa constituyó una base firme para impugnar la ideología marxista y la práctica comunista.

Durante el segundo período de su pontificado, el Papa Juan Pablo II puso en tela de juicio los valores predominantes de la cultura occidental, cuestionando lo que consideraba como tendencias permisivas en materia de sexualidad humana, y afirmó la "cultura de vida" como opuesta a la "cultura de muerte". Este empeño se manifestó sobre todo en las diversas encíclicas sociales publicadas en esa época: Laborem Exercens, Solicitudo Rei Socialis y Centessimus Annus. En esta reafirmación y desarrollo del pensamiento social católico romano, logró iniciar un diálogo sobre las estructuras y los fundamentos adecuados para la vida humana en sociedad.

El examen sistemático de los principales elementos de la fe cristiana y de los problemas que se plantean a la iglesia en todo el mundo evidenció también la preocupación de Juan Pablo II por afirmar las verdades centrales de la fe y la Iglesia Católica Romana. Esto se puso de manifiesto con la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica y de algunas instrucciones doctrinales (por ejemplo Ad Tuendam Fidem).

Habiendo adoptado conscientemente el nombre de Juan Pablo al acceder al pontificado, Karol Wojtyla no trataba tan sólo de honrar a su predecesor inmediato, sino de continuar y completar la obra reformadora de Juan XXIII y de Pablo VI. Así pues, en su labor trató también de promover las relaciones con otras iglesias cristianas y de comprometerse con ellas en la búsqueda de la unidad de los cristianos.

Interés inmediato para él tenía el acercamiento a las iglesias ortodoxas. Constantemente procuró reforzar y desarrollar los lazos entre los "sucesores" de los hermanos Andrés y Pedro. En sus viajes por todo el mundo, aprovechó para entrevistarse con dirigentes de otras iglesias y para exhortar a los católicos romanos a participar plenamente en iniciativas y consejos ecuménicos locales.

Particular interés tiene su intento de ofrecer una visión de la unidad en su encíclica Ut Unum Sint, que recoge las percepciones y las experiencias de católicos romanos que han participado en el movimiento ecuménico y ofrece una reflexión de fondo sobre la naturaleza del diálogo y la unidad. Este texto es inusual por el hecho de que cita informes del movimiento ecuménico más amplio, en particular de la Comisión de Fe y Constitución del CMI.

Para favorecer el camino hacia la unidad, Juan Pablo II invitaba en esa encíclica a otras iglesias a reflexionar con él sobre el papel y la estructura del ministerio de Pedro como servidor de la unidad de los cristianos e invitaba asimismo a su iglesia a pedir perdón por los pecados cometidos a lo largo de su historia que contribuyeron a la división. Esto fue muy evidente con ocasión de las celebraciones del milenio en Roma, el 13 de marzo de 2000, cuando pidió perdón a las otras iglesias por los pecados cometidos contra ellas por representantes de la Iglesia Católica Romana.

Como obispo de Roma, Juan Pablo II inició una serie de acontecimientos y reflexiones sobre la obra y el ser de la Santísima Trinidad destinados a celebrar el 2000 aniversario del nacimiento de Jesús de Nazaret. De esa forma, cristianos de numerosas iglesias en todas las partes del mundo pudieron participar en un proceso ecuménico a nivel local e internacional y el ecumenismo local fue estimulado.

Juan Pablo II también desplegó esfuerzos para entablar diálogo con creyentes de otras religiones. En dos ocasiones, en Asís, invitó a los dirigentes de las principales religiones del mundo a que se unieran a él en oración por la paz del mundo -en 1986 y en enero de 2002, tras el atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001 contra los Estados Unidos y las medidas subsiguientes-, y a promover una cultura de paz que hiciera frente a la cultura de guerra dominante.

Sus enérgicas proclamas y actos en pro de la paz, en particular en las dos guerras del Golfo y en el conflicto palestino-israelí, han tenido una particular importancia. Al impulsar esta preocupación común de las iglesias de todo el mundo y del movimiento ecuménico en general, reforzó las voces de los cristianos que en todas partes trabajan para vencer la injusticia y promover la paz duradera.

El pontificado de Juan Pablo II ha atravesado valientemente un período de profundos cambios y transformaciones en la iglesia y el mundo. La nueva era y el nuevo milenio que han comenzado requerirán nuevas respuestas por parte de la Iglesia Católica Romana y del movimiento ecuménico.