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Tenemos nuevas señales de esperanza en vísperas de la celebración de la COP21 en París. Estamos en esta ciudad, que hace poco fue atacada brutalmente por terroristas, donde el país llora la muerte de personas inocentes. Aun así, estamos reunidos aquí para ver señales de esperanza en los próximos días. Un día antes de que los dirigentes de las naciones del mundo se reúnan aquí para debatir qué hacer para salvar el futuro de nuestro único mundo común, hay perspectivas de esperanza que pueden compartir ellos y que podemos compartir nosotros que estamos al lado en representación de los pueblos del mundo. Quienes vienen aquí tienen el potencial de hacer esfuerzos y tomar decisiones estos días que prepararán un mundo mejor. Ahora es más posible que nunca un “cambio verde”. Eso significa que el discurso moral puede reclamar que se preste más atención a cómo hacer realidad la justicia climática entre generaciones. Es hora de hacer lo correcto.

¿Hemos llegado a finales de 2015 a un punto de inflexión en la labor a favor de la justicia climática en que podemos desarrollar un nuevo relato? ¿Ha llegado el momento de decir que hay señales de esperanza que pueden y deben reforzarse con una nueva trayectoria política y económica? Y si es así, ¿cuál es entonces el relato paralelo de cambio y comportamiento moral?

Compartir la esperanza no es solo una cuestión de aliento psicológico y espiritual mutuo. Alimentar la esperanza es un principio ético fundamental en cualquier relación humana. No se trata de ser puramente optimista o incluso poco realista, ni de ignorar los riesgos y problemas. Se trata más bien de identificar las realidades que son auténticas señales de esperanza. No sostener la esperanza de los demás de alguna manera o incluso destruir la esperanza del otro es vaciar de significado su trabajo o sus vidas. ¿Quién tiene derecho a hacer eso?

En cada reunión del liderazgo o gobierno que dirijo en el Consejo Mundial de Iglesias, comienzo el orden del día “compartiendo las señales de esperanza”. Necesitamos las señales que alimentan nuestra esperanza de que algo se transforma para mejor, las señales de que nuestros esfuerzos conjuntos están dando frutos que benefician a quienes deben recibir ayuda en aras de la justicia y la paz por medio de nuestra labor. Necesitamos compartir las señales de esperanza especialmente si tenemos motivos para no estar satisfechos o incluso para ser pesimistas con respecto a cómo progresan nuestras iniciativas y trabajo.

Cuando me invitaron este año a pronunciar un discurso ante el Consejo de Derechos Humanos en Ginebra, en una sesión en la que se debatían las relaciones entre los derechos humanos y el cambio climático desde la perspectiva de las “organizaciones religiosas”, reivindiqué que todos los seres humanos tienen derecho a la esperanza. La fe en Dios, que desea la plenitud de vida para toda la humanidad, es una manera de relacionarse con el mundo tal cual es con la convicción y el compromiso de que es posible algo más y mejor que lo que podemos ver directamente. Esto contribuye a la esperanza. El cambio climático ya limita o vulnera los derechos humanos para tener cubiertas las necesidades básicas –alimentos, agua y aire limpios, y servicios de salud, entre otras– de muchas personas en el mundo. ¿Quién tiene derecho a quitar la esperanza de un futuro donde las próximas generaciones puedan disfrutar de la vida en abundancia en este planeta?

Las perspectivas morales en el debate público se enmarcan con frecuencia en función de lo que ha ido mal y quién debería ser considerado responsable, definiendo lo malo o incluso los actos malos que han de ser condenados, señalando las injusticias en lugares de poder y ciertas estructuras, e identificando los catalizadores de la violencia y los conflictos. Sin embargo, las perspectivas morales en el debate público pueden y deberían hacer más señalando lo que es bueno, mencionando las mejores alternativas, y mostrando qué medidas responsables y sostenibles son posibles.

Hace unos días leí un análisis bien fundamentado de los últimos avances hacia la descarbonización de la energía en los ámbitos de la política, los negocios y las finanzas. El aspecto más interesante para mí es observar lo rápido que están llegando los cambios: el “cambio verde” se convierte en realidad. Debido a varias iniciativas y una caída de los mercados por muchas razones, se están retirando cada vez más inversiones de la minería del carbón y, en algunos casos, de la industria del petróleo y del gas, al menos para los proyectos más costosos. Muchas de las empresas más grandes entienden esta evolución y están tomando decisiones para poner fin al uso de energías fósiles en los próximos 5-15 años, un gran cambio con respecto a los 30-40 años anteriormente previstos. La demanda y el mercado de las energías renovables están creciendo rápidamente. El coste de la energía solar disminuye a un ritmo muy superior a lo esperado. En todas partes surgen posibilidades de desarrollar la producción local de energía renovable. El potencial de desarrollar nuevas tecnologías para la producción energética, y con ellas nuevos enfoques del transporte y la producción, es enorme. Aumenta rápidamente la disposición del sector empresarial y financiero a invertir en estos avances. En noruego, decimos: la bola de nieve va rodando cada día más rápido. En efecto, ha llegado el impulso para el cambio, y podría ser mayor de lo que creemos.

Los cambios hacia reducciones drásticas de las emisiones de gases de efecto invernadero podrían llegar todavía más rápido y en mayor magnitud que lo previsto. ¿Hay indicios de que es posible ir más rápido y mucho más allá de las promesas que los países traen consigo a París? Considero, al menos, que no decidir un límite máximo para las emisiones que comparten los países ofrece algunas posibilidades en este momento. Es posible, quizá incluso probable, que las reducciones de las emisiones sean mayores y se produzcan más rápido de lo que promovería establecer ese techo.

La aspiración más importante de esta reunión de París es, quizá, la disposición a establecer sistemas de supervisión vinculantes y transparentes para garantizar que las promesas se cumplen y que la legislación y las iniciativas políticas dan seguimiento de inmediato a los nuevos incentivos para la descarbonización. Los niveles de emisiones también deben reducirse, incluso más de lo que indican esas promesas. ¿Por qué no esperar que surja aquí en París una competencia sana entre los países por ver quién lidera los nuevos mercados de las energías renovables y el transporte y la producción con bajo consumo de energía?

Tenemos motivos para pensar que los indicios de que estamos sobrepasando el punto de inflexión hacia la descarbonización son verdaderas señales de esperanza. ¿Cuál es entonces la contribución de los representantes de la sociedad civil en este panorama? Ante todo, reforzar el llamamiento a colaborar entre todos los actores: los políticos, los dirigentes del sector financiero y empresarial, los movimientos de la sociedad civil, las comunidades religiosas, los sistemas educativos, las comunidades locales y los individuos. Debemos colaborar ahora para que este cambio verde sea un momento de gran impulso, para que ocurra lo bastante rápido e incluso más rápido de lo que nos exige el pronóstico de un aumento mundial de 2 grados de temperatura. Las iglesias del Pacífico nos recordaron hace unas semanas que incluso un aumento de 1,5 grados es crítico para su existencia (y la de muchos otros) en el futuro. Para lograr este objetivo, los dirigentes políticos no deben mostrarse reticentes a reconocer que ahora es el momento de hacer los cambios.

Es hora de que quienes determinan el discurso moral sobre los valores sostenibles para el mundo y la humanidad entera señalen mucho más las posibilidades que existen actualmente para hacer lo correcto, lo que tiene posibilidades hoy y mañana, lo que sirve al futuro de nuestro planeta.

Además, el discurso moral tiene que centrarse en cómo tomar decisiones sobre el clima basadas en los principios de justicia. No es el momento de hacer que los países ricos sean más sostenibles y que los países y comunidades pobres y no desarrollados tengan que cargar con los problemas y las soluciones del pasado. Esto es peligroso para el mundo entero, no solo para los más vulnerables. Es hora de desarrollar más las premisas fundamentales de la justicia climática, tanto desde una perspectiva Norte-Sur como desde una perspectiva intergeneracional. Por otra parte, se necesita una revaluación constante en función de las realidades cambiantes del acceso a energía renovable barata, y del impulso de un cambio verde que está llegando ahora. Para que el nuevo futuro que es posible se haga realidad, los acuerdos internacionales deben ofrecer incentivos para invertir en países pobres o en países que tienen grandes necesidades de energía debido al tamaño de su población.

Es hora de discernir las señales de esperanza. Es hora de compartir las señales de esperanza. Es hora de crear las señales de esperanza. Juntos. Podemos. ¿Estamos dispuestos? Ese es el desafío moral antes de la COP21 de París de 2015. ¿Están los líderes mundiales dispuestos a dar al mundo esta histórica señal de esperanza juntos?

 

Rev. Dr. Olav Fykse Tveit

Secretario General del Consejo Mundial de Iglesias