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Peter Weiderud. Foto: Anis Issa, SwedAlex

Peter Weiderud. Foto: Anis Issa, SwedAlex

Por Claus Grue*

Con la concesión del Premio Nobel de la Paz 2017 a la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN), asociada de larga data del CMI, se dio otro paso pequeño pero importante hacia un mundo más seguro. Este galardón no solo supuso un reconocimiento a los esfuerzos mundiales por abolir las armas nucleares, sino también una afirmación del papel que las iglesias han desempeñado a escala local y comunitaria para sensibilizar y movilizar a la población contra la proliferación nuclear.

Un conocido diplomático sueco que ha participado en este proceso a lo largo de los años es Peter Weiderud, ex director de la Comisión de las Iglesias para Asuntos Internacionales del Consejo Mundial de Iglesias (CMI). “Desde su fundación tras la Segunda Guerra Mundial, el CMI ha adoptado una posición radical con respecto a las armas nucleares. Con el sólido fundamento de sus iglesias miembros en todo el mundo, el CMI ha sido una fuerza a ser tomada en cuenta. Como guardianes independientes de los derechos humanos, la iglesias pueden –y deberían– marcar la diferencia”, afirma Weiderud.

Esto implica exigir a los Gobiernos que rindan cuenta de sus acciones y recordarles los tratados internacionales a los que sus países se han adherido.

“Estas tareas esenciales requieren la confianza, la integridad y la autoridad que suelen tener las iglesias. Debemos seguir planteando estas cuestiones y no abandonar nunca nuestro influyente papel”, prosigue.

Hoy, casi todos los países se han adherido al Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares. No obstante, al mismo tiempo, el fácil acceso a la energía nuclear ha reducido el umbral para desarrollar la capacidad nuclear.

“Un ataque nuclear sería devastador y debemos hacer todo lo posible para impedir el desarrollo y el uso de estas armas terribles. Su total eliminación es la mejor manera de hacerlo. Al fin y al cabo, se trata de un incentivo y de voluntad política”, observa Weiderund.

Como hombre de fe, se siente impulsado por la misión de hacer el bien para el mundo.
Le preocupa el auge actual de la polarización y el populismo, que han dado lugar a que el racismo y la islamofobia hayan ganado terreno y a que se cuestionen los derechos humanos.

“Es una situación muy grave que exige que las iglesias den un paso adelante y expliquen lo que realmente significa ser un ser humano y las responsabilidades que ello conlleva. Hoy tenemos una situación que es muy parecida a la de los años treinta. El populismo que vemos crecer actualmente en el mundo occidental tiene por objeto socavar las instituciones democráticas establecidas tras la Segunda Guerra Mundial para protegernos del abuso de poder. Para colmo, este extremismo está ahora legalmente representado en Parlamentos y Gobiernos, donde pone obstáculos a tratados internacionales comunes”, explica.

Weiderud define la democracia como un sistema que garantiza el gobierno de la mayoría y al mismo tiempo protege los derechos humanos de todas las personas.

Pero en medio de los preocupantes acontecimientos actuales, con las crecientes tensiones en Oriente Medio y la península de Corea y la Unión Europea atravesando su peor crisis, existen destellos de esperanza, según Weiderud.
“Las jóvenes generaciones de hoy son más liberales, más tolerantes, están mejor educadas y son más conscientes que nunca de las cuestiones medioambientales. Estoy convencido de que ahora, poco a poco, estamos avanzando en la buena dirección y nos estamos alejando de la polarización y la ignorancia, para ir hacia una sociedad mejor y más justa. Pero para llegar hasta allí, se requerirán iniciativas de promoción y defensa y un valiente liderazgo político. Aquí, de nuevo, las organizaciones religiosas juegan un papel importante en cuanto voces del pueblo”.

El desarme nuclear sigue siendo una prioridad absoluta para lograr un mundo más seguro y Weiderud aboga a favor de una cooperación más estrecha entre los países que disponen de capacidad nuclear, pero han optado por no aprovecharla. Entre estos países, cabe mencionar Alemania, Brasil, Canadá, Japón, Kazajstán, Suecia y Sudáfrica.

“Son países en los que se confía y que tienen la credibilidad moral necesaria para influir a otros. A través de sus iglesias miembros, el CMI se encuentra en una situación ideal para catalizar una colaboración bien coordinada entre estos países”, explica.

Convencido de que la diplomacia y el diálogo son los instrumentos más eficaces para propiciar el cambio, Weiderud prosigue su camino como un testigo cristiano que intenta hacer el bien para el mundo. Desde 2015, trabaja como director del Instituto Sueco de Alejandría (Egipto), una entidad que forma parte del Servicio Exterior Sueco. Su tarea es promover el diálogo entre Europa y Oriente Medio/Norte de África con el objetivo de que los europeos y los pueblos de esta región se comprendan mejor.

“Como seres humanos, hemos sido creados todos iguales, independientemente de la religión profesada, la raza u otras diferencias”, concluye Weiderud.

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*Claus Grue es asesor en materia de comunicación para el Consejo Mundial de Iglesias.