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Trabajando en el viejo molino del siglo IV en Anba Bishoy. Fotografía: Katja Buck/CMI

Trabajando en el viejo molino del siglo IV en Anba Bishoy. Fotografía: Katja Buck/CMI

Por Katja Dorothea Buck*

La Iglesia Copta no tiene que preocuparse por el futuro de sus monasterios. Muchos jóvenes coptos quieren convertirse en monjes o monjas. No siempre fue así. A finales de los años sesenta, el monacato en Egipto estuvo cerca de desaparecer.

Abuna Nicola tiene poco más de 30 años. El joven egipcio podría haberse casado y ser padre de familia. Cada mañana iría a trabajar y ayudaría a sus hijos con los deberes por la tarde. Como muchos de sus compatriotas, pasaría incontables horas en atascos y probablemente se preocuparía por el aumento del coste de la vida. Pero Nicola tomó una decisión hace seis años. Ingresó en el monasterio de Bishoy en Wadi Natrun. Primero fue novicio, y hace tres años se convirtió en monje. Hasta el final de sus días, se levantará cada día a las cuatro de la mañana, pasará muchas horas orando, leerá las antiguas escrituras y contribuirá a los trabajos que han de hacerse para gestionar un monasterio. Hoy le han llamado porque vinieron visitantes del extranjero que quieren saber más sobre el monasterio. Nicola habla muy bien inglés.

El monasterio de Anba Bishoy es uno de los más conocidos de los que se conservan en Egipto. Está situado en Wadi Natrun, una depresión del desierto a medio camino entre El Cairo y Alejandría. Fundado en el siglo IV, es uno de los monasterios más antiguos del cristianismo. En realidad, debería figurar justo detrás de las pirámides de Guiza en cualquier ruta turística. Egipto no es solo la tierra de los faraones, sino también el lugar de origen del monacato cristiano. Aquí se puede aprender mucho sobre los mismísimos comienzos y la difusión de la religión cristiana, sobre el significado del ascetismo, la belleza de la presencia de Dios y también sobre los coptos del siglo XXI.

Abuna Nicola pertenece a la generación de monjes jóvenes. “En realidad solo tengo tres años”, dice riendo. Al convertirse en monje, empezó una nueva vida para él. Por este motivo, en la lápida de su tumba figurarán al menos tres fechas: el día de su nacimiento, el día en que se hizo monje y su último día de vida. Y si se hace obispo, se grabará una cuarta fecha. En la Iglesia Copta, solo los monjes pueden convertirse en obispos o patriarcas. Los pastores, sin embargo, pueden casarse.

En el nuevo cementerio entre la iglesia y el antiguo muro, cuarenta y dos nichos están cerrados con una placa de mármol. Son las tumbas de los monjes enterrados aquí en los últimos años. “En 1971, solo vivían en Anba Bishoy siete monjes mayores, y un burro”, dice Nicola. “El monasterio empezó a deteriorarse, como ocurría también en el resto de monasterios de Egipto. En aquel momento, el burro era la persona más importante porque era el único medio de transporte para los viejos hombres y podía hacer funcionar el molino”.

En la actualidad, doscientos monjes y veinte novicios viven en el monasterio de Anba Bishoy. También en los otros monasterios del país, el culto se celebra de nuevo en una gran comunidad. En total, según la información del Patriarcado de El Cairo, hay entre cinco mil y seis mil monjes y monjas en los cincuenta monasterios de todo Egipto. Existen varios motivos para este renacimiento del monacato copto. Cualquiera que pregunte a los monjes siempre obtiene dos nombres: Abuna Matta El-Meskin (1919-2006) y el papa Cirilo VI (1902-1971). El primero es considerado el padre espiritual de la Iglesia Copta en tiempos modernos. Nacido en 1919 como Yussuf Iskander, Matta El-Meskin decidió convertirse en monje a los 29 años. Vendió su farmacia, dio todas sus posesiones a los pobres e ingresó en el monasterio. En repetidas ocasiones pasó largos períodos en la soledad del desierto, donde vivía en una cueva y llevaba una estricta vida ascética. Otros jóvenes coptos quedaron impresionados por él y le siguieron al desierto. En 1968, el papa Cirilo VI encomendó a ese grupo de once monjes en torno a Abuna Matta El-Meskin que se unieran a los pocos monjes mayores del monasterio de Macario en Wadi Natrun para ayudarles a reconstruir los edificios. Ese fue el principio del renacimiento del monacato copto.

Pero también hay motivos seculares que han contribuido al nuevo interés en la vida monástica. Con los medios de transporte modernos, de repente resultó fácil para todos llegar a los monasterios. Cualquiera podía ir y ver con sus propios ojos cómo viven los monjes. Además, se habían perforado pozos más profundos para el suministro de agua potable limpia, lo que mejoró en gran medida las condiciones de vida en los monasterios.

Pero uno no decide convertirse en monje para tener una vida fácil. De los doscientos monjes del monasterio de Anba Bishoy veinticinco son ermitaños. Desde el tejado de la antigua fortaleza, en el que los monjes de siglos anteriores se refugiaban de los ataques de tribus hostiles del desierto, Nicola señala el horizonte. “A lo lejos, cerca del muro exterior, están las cuevas construidas por el hombre donde viven los ermitaños. Una vez a la semana alguien de la comunidad les lleva agua y comida. Algunas veces vienen a la iglesia con nosotros”, dice Nicola.

“En comparación con el siglo V no es gran cosa”, añade. “En aquella época, siete mil monjes pertenecían a Anba Bishoy y setenta mil vivían en toda la zona de Wadi Natrun. Para fundar un monasterio solo se necesitaban tres cosas: una iglesia en torno a la cual los monjes pudieran instalarse en chozas o cuevas, un pozo para el suministro de agua y un molino para moler maíz y obtener así harina”, explica. En el monasterio de Anba Bishoy, todavía puede verse el molino del siglo V.

Desde el tejado de la vieja fortaleza, la vista se adentra en el desierto. Una vigorizante brisa trae aire fresco a los pulmones. El sol del atardecer lo baña todo de una luz suave. La paz tranquiliza. Qué contraste con el caos, el estrés y el esmog de cada día, que habitualmente caracterizan la vida de los egipcios. No es de extrañar que la gente joven encuentre cada vez más atractivo cambiar todo eso por una vida en paz y fraternidad amistosa. No, no fue el escapismo lo que le llevó a hacerse monje, afirma Nicola. Fue más bien el deseo de estar lo más cerca posible de Dios.

“Quienes optan por la vida de monje o monja, deben primero conocer la vida mundana, deben haber estudiado y trabajado en una profesión”, dice Nicola. “Y los hombres jóvenes deben acabar su servicio militar obligatorio. Sería sumamente problemático que el Estado reclutara a un monje para el combate armado. Antes de convertirse en monje, todos los asuntos del mundo fuera del monasterio tienen que estar solucionados”.

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*Katja Dorothea Buck está especializada en ciencias políticas y religiosas, y se dedica al cristianismo de Oriente Medio. Desde sus estudios en El Cairo a finales de los años noventa, viaja con frecuencia a Egipto para investigar.